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ANÁLISIS

Más allá de cuál fuera el origen del coronavirus, es hora de hablar de la seguridad de los laboratorios

17 de junio de 2021 22:28 h

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El debate sobre los orígenes de la pandemia de COVID-19 se ha centrado recientemente sobre la posibilidad de que el virus Sars-CoV-2 escapara del Instituto de Virología ubicado en la ciudad china de Wuhan, el primer epicentro de la pandemia. El instituto alberga un laboratorio de contención máxima, comúnmente conocido como un laboratorio de nivel de bioseguridad 4 (BSL-4), diseñado para manipular patógenos peligrosos para los cuales no hay tratamientos ni vacunas disponibles.

La controversia ha reavivado la atención sobre la bioseguridad, la “ganancia de función” –un tipo de investigación que intenta alterar las características funcionales de un virus– y otras investigaciones de doble uso –aquellas con fines legítimos que generan conocimiento o tecnologías que podrían utilizarse tanto para fines benévolos como dañinos–, junto con consideraciones sobre el nivel de supervisión bajo el cual estos laboratorios deberían operar.

Aunque el debate se ha polarizado y politizado, no deberíamos perder de vista la importancia de estas cuestiones, incluso aunque se demuestre que este laboratorio no tiene nada que ver con la aparición del nuevo coronavirus.

Según una base de datos elaborada por la Asociación de Bioseguridad Estadounidense (ABSA), desde 2003 ha habido cuatro incidentes donde los investigadores estuvieron expuestos, pero no se infectaron necesariamente, mientras trabajaban en laboratorios BSL-4. Las preocupaciones sobre si las instalaciones están llevando a cabo sus investigaciones de forma segura y responsable no son nuevas, ni atañen solamente a los laboratorios chinos, como demuestra un amplio estudio global que hemos finalizado recientemente sobre laboratorios BSL-4.

Basándonos en investigaciones de código abierto, recopilamos una lista de laboratorios BSL-4 de todo el mundo en un formato de página web interactiva: globalbiolabs.org. Nuestra investigación ha identificado cerca de 60 laboratorios BSL-4 en funcionamiento, construcción o planificación en 23 países, incluyendo siete en Reino Unido.

Dadas las recientes preocupaciones sobre la bioseguridad, cabe destacar que tres cuartas partes de estos laboratorios están ubicados en zonas urbanas. Más de la mitad son instituciones de salud pública administradas por gobiernos. Los restantes están divididos entre aquellos alojados en universidades y los ubicados en organismos gubernamentales involucrados en la biodefensa, con también un pequeño número de laboratorios privados.

Independientemente de quién los administre, suelen ser usados bien para diagnosticar infecciones con patógenos altamente letales y transmisibles o para estudios sobre esos patógenos en el desarrollo de nuevas estrategias médicas y pruebas de diagnóstico o para mejorar nuestra comprensión científica sobre cómo funcionan esos patógenos.

Hay mucho por mejorar

Nuestro estudio también ha revelado que hay un margen considerable de mejora de las políticas actuales para asegurar que los laboratorios operen con protección, seguridad y responsabilidad. Solo alrededor de un cuarto de los países con laboratorios BSL-4 ha recibido puntuaciones altas de bioprotección y bioseguridad, según el Índice Global de Seguridad para la Salud de la Iniciativa Contra la Amenaza Nuclear. Este índice mide si los países cuentan con los componentes legales e institucionales requeridos por los sistemas de supervisión nacionales de bioprotección y bioseguridad.

También hallamos que solo tres países con laboratorios BSL-4 tienen políticas nacionales para la supervisión de investigaciones de doble uso. La gran mayoría de los países con estos laboratorios no lleva adelante una supervisión de las investigaciones de ganancia de función, que ha sido una cuestión central en el debate sobre el origen de la COVID-19, como posible responsable de la fuga del Instituto de Virología de Wuhan.

Así que, aunque usted no crea que la pandemia actual sea el resultado de un experimento de ganancia de función que salió mal, no significa que investigaciones de este tipo no puedan ser el origen de la próxima pandemia.

Esperamos que más países construyan estos laboratorios a raíz de la COVID-19 como parte de un nuevo énfasis en la preparación y respuesta a las pandemias. Además, es probable que aumenten las investigaciones de ganancia de función con coronavirus y otros patógenos zoonóticos con potencial pandémico a medida que los científicos tratan de comprenderlos mejor y evaluar el riesgo de que salten de animales a humanos o de que se conviertan en transmisibles entre personas.

Cómo mejorar la seguridad

Estas tendencias hacen cada vez más urgente establecer estándares nacionales e internacionales más altos para responder a los riesgos a la protección y seguridad involucrados en el trabajo con patógenos peligrosos.

Un buen punto de partida sería que los laboratorios BSL-4 y otros que investigan sobre patógenos peligrosos adopten la norma internacional recientemente desarrollada para la gestión de riesgos biológicos, conocida como ISO 35001. Este estándar no demanda actualizaciones costosas del equipo. Más bien, requiere establecer un sistema de gestión diseñado para identificar riesgos a la protección y a la seguridad y para evaluar la eficacia de las medidas de mitigación de los laboratorios. Esto sería fácil de conseguir porque el estándar ya ha sido negociado, está esperando ser aplicado y podría adoptarse con relativa rapidez.

A nivel nacional, los países con laboratorios BSL-4 deberían tener sistemas que involucren al gobierno entero para llevar a cabo evaluaciones de riesgo multidisciplinares sobre los estudios en cuanto a la protección, la seguridad y las investigaciones de doble uso, así como de ciertos análisis de ganancia de función, que tienen un potencial significativo de ser reutilizados para causar daño.

Estos países también deberían seguir presentando informes completos, regulares y transparentes en virtud de los acuerdos internacionales de los que son parte, como la convención sobre armas biológicas y la resolución 1540 del Consejo de Seguridad de la ONU.

A nivel internacional, recomendamos que se creen estructuras para supervisar sistemáticamente las instalaciones de máxima contención. La Organización Mundial de la Salud (OMS) podría encargarse directamente de esta supervisión, del mismo modo en que lleva a cabo inspecciones bianuales de bioprotección y bioseguridad en los dos laboratorios (de EEUU y Rusia) que almacenan las muestras restantes del virus variola, que causa la viruela –enfermedad erradicada–.

Como alternativa, la OMS podría organizar ejercicios regulares de revisión por pares de la gestión de riesgos biológicos por equipos internacionales de expertos gubernamentales y no gubernamentales. Otra opción sería expandir la membresía y la misión del Grupo Internacional de Reguladores Expertos en Bioprotección y Bioseguridad, que actualmente funciona como un foro para compartir información entre autoridades reguladoras nacionales de 11 países, para validar que los laboratorios en los países miembros apliquen las normas ISO 35001.

Además de las estructuras de supervisión para los laboratorios de contención máxima, también es necesario que la OMS elabore directrices reconocidas internacionalmente para regular la investigación de doble uso y la manipulación de patógenos con potencial pandémico.

La COVID-19 ha sido una llamada de atención sobre la vulnerabilidad de nuestras sociedades modernas y globalizadas ante un nuevo virus respiratorio. Prevenir la próxima pandemia debería ser una prioridad para todos los países. Garantizar que las investigaciones con patógenos peligrosos, especialmente aquellos con potencial pandémico, se lleven a cabo de forma segura y responsable debe ser un elemento clave en esa estrategia.

  • El doctor Gregory D. Koblentz es profesor y director del Programa de Biodefensa de la Universidad George Mason (EEUU) y miembro del grupo de trabajo científico sobre armas químicas y biológicas en el Centro para el Control de Armas y No-Proliferación en Washington DC.
  • La doctora Filippa Lentzos es profesora de ciencia y seguridad internacional y codirectora del Centro de Estudios sobre Ciencia y Seguridad en el King’s College de Londres.

Traducción de Ignacio Rial-Schies