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OPINIÓN

Putin puede lanzar bombas y misiles, pero jamás destruirá la cultura ucraniana

La catedral de Santa Sofía de Kiev, inscrita en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.

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En los últimos días han sido enterrados en Kiev la reconocida actriz de teatro Oksana Shvets y Artem Datsyshyn, solista de la ópera-ballet nacional. Estos artistas murieron tras el impacto de misiles balísticos en Kiev. Al mismo tiempo, un bombardero ruso lanzaba “cuidadosamente” una bomba de media tonelada sobre el Teatro Dramático de Mariúpol. En su interior, más de 1.000 ciudadanos, entre ellos niños y ancianos, se refugiaban de los ataques aéreos. La guerra total que Putin ha declarado a Ucrania tiene como objetivo asegurarse de que Ucrania deje de existir, junto con su cultura, su historia y su lengua.

El 17 de marzo se celebró en Moscú una reunión entre funcionarios y personalidades de la cultura rusa. La declaración emitida tras la reunión afirma que las figuras culturales rusas apoyan plenamente la “operación especial” de Rusia contra Ucrania y actuarán codo a codo junto al Kremlin en el “frente cultural”.

El “frente cultural” ruso ya está abierto y haciendo incursiones en Europa. El canciller alemán, Olaf Scholz, anunció que solo Putin lucha contra Ucrania y que el resto del país no tiene la culpa. Así que los escritores y poetas rusos que firmaron una carta abierta de apoyo a Putin, publicada en Literaturnaya Gazeta el 4 de marzo, no tienen la culpa.

Por su parte, el Centro PEN alemán se opone al boicot de los productos culturales rusos, mientras que los escritores y músicos ucranianos que defienden el boicot a la cultura rusa han sido acusados de radicalismo y de incitación al odio. A los escritores ucranianos se les anima a sentarse junto a personalidades de la cultura rusa en los escenarios de París y Berlín para hablar de reconciliación.

Víctimas incontables

Cuantas más bombas y cohetes caigan sobre las ciudades ucranianas, más radicalmente responderán los escritores y las figuras culturales ucranianas a estas peticiones. No todos responderán, es cierto, solo los que siguen con vida. Entre las últimas víctimas de la guerra se encuentra el profesor de la Academia Teológica de Kiev, Alexander Kislyuk, famoso traductor de griego antiguo, latín, eslavo antiguo, inglés y francés. Gracias a él se han traducido al ucraniano libros de Aristóteles, Tácito, Tomás de Aquino y muchos otros filósofos y científicos antiguos. Ya no puede participar en los debates sobre la reconciliación con sus colegas rusos. Le dispararon el 5 de marzo cerca de su casa en el pueblo de Bucha, cerca de Kiev.

En un sótano del pueblo de Klavdievo, no lejos de Bucha, el escritor refugiado Vladímir Rafeenko se esconde junto a su esposa de los incesantes bombardeos. Han intentado escapar de Klavdievo a Kiev, pero los bombardeos constantes en los suburbios de la capital lo han hecho imposible. Fueron acogidos en Kladievo, en la casa de verano del escritor ucraniano Andriy Bondar. La mitad del pueblo de Klavdievo está destruido.

Al principio de la guerra, una bomba rusa cayó sobre el museo dedicado a María Prymachenko —la artista “naif” más célebre de Ucrania— en la ciudad de Ivánkiv, al norte de Kiev. Desafiando las llamas, los residentes locales sacaron los cuadros del museo y los escondieron para que, después de la guerra, cuando se construya un nuevo museo, la colección pueda volver a exponerse.

En la primera semana de la guerra, los museos de Kiev recibieron instrucciones del Ministerio de Cultura para evacuar sus colecciones al oeste de Ucrania. Algunos museos se limitaron a esconder sus colecciones en los sótanos; otros consiguieron empaquetar todo en cajas y ahora están esperando el transporte que las saque de la ciudad. Pero el transporte es escaso: se ha dado prioridad a la evacuación de personas y a la entrega de suministros humanitarios. La protección de nuestro patrimonio cultural ha tenido que pasar a un segundo plano.

La importancia de la educación

Universidades, bibliotecas y escuelas han sido destruidas en todo el este, sureste y centro de Ucrania. Las instituciones educativas no tienen valor estratégico alguno, pero sí se utilizan como centros humanitarios, depósitos de ayuda y centros de refugiados. Las tropas rusas simplemente quieren destruir cualquier infraestructura pública, sin importar el número o la naturaleza de las víctimas.

No obstante, las clases en las escuelas y universidades se reanudarán en toda Ucrania a partir del 1 de abril. Las clases, las lecciones y los seminarios se dictarán en línea, tanto por la seguridad de los estudiantes y los profesores, como por la destrucción física de los edificios universitarios y escolares.

Un declive en la calidad educativa es una consecuencia inevitable de esta guerra, que se suma a los dos años de caída a causa de la pandemia. Pero junto con la amargura y el dolor, los estudiantes también pueden sentir un nuevo impulso de motivación para estudiar mejor y educarse en un momento en que la educación se ha convertido en una ocupación secundaria. Al fin y al cabo, ahora mismo la tarea principal de todos los ciudadanos de Ucrania es sobrevivir a la guerra.

Otra víctima de la agresión rusa es la misma cultura rusa. Los ucranianos la rechazan de plano, a modo de reacción espontánea que no requirió ninguna decisión parlamentaria. En efecto, el Parlamento ucraniano ha aprobado una ley que prohíbe la importación de libros y publicaciones rusas para su venta. En los territorios ocupados, por supuesto, no habrá libros ucranianos hasta que hayan sido liberados. Por el momento, allí todo será ruso. La radio y la televisión ucranianas han sido interrumpidas y solo se pueden ver canales rusos que emiten propaganda del Kremlin. Todavía hay escritores, periodistas y científicos ucranianos en los territorios ocupados, pero su destino es incierto. Muchos de ellos llevan varios días sin contacto con el exterior.

Listas negras de intelectuales

Hace ya dos semanas, agentes del Servicio Federal de Seguridad ruso empezaron a recorrer las calles de la ciudad ocupada Melitópol, en el sureste, con listas de nombres y direcciones en sus manos. Buscaban a intelectuales, periodistas y activistas ucranianos para interrogarlos. A los ucranianos detenidos y a sus familiares se les han confiscado los teléfonos móviles, los ordenadores y cualquier otro medio de comunicación, dejando a estas personas completamente aisladas. No hay forma de predecir lo que les ocurrirá a continuación.

En Kiev, la principal preocupación actual es la seguridad del principal santuario de la Rus de Kiev: el monasterio y la catedral de Santa Sofía. El conjunto, cuyas estructuras más antiguas datan del siglo XII, se encuentra en la cima de una de las colinas de Kiev, muy cerca de la sede del servicio de seguridad ucraniano, del cuartel general de la guardia de fronteras y del departamento de policía de la ciudad. Estos tres edificios se convertirán tarde o temprano en objetivos de los misiles rusos, y cualquier ataque contra ellos dañará Santa Sofía, si es que no la destruye por completo.

El Ministerio de Cultura lleva un registro de los lugares históricos y culturales destruidos. Cada día se añaden a la lista decenas de nuevos ítems. Pero la cultura ucraniana no puede ser destruida por bombas y misiles. Sobrevivirá, igual que ha sobrevivido la lengua ucraniana, a pesar de haber sido prohibida por más de 40 decretos zaristas durante el siglo XIX, a pesar de la política soviética de rusificación de Ucrania, a pesar del actual y violento odio de Rusia hacia todo lo ucraniano.

Andrei Kurkov es un novelista ucraniano, autor de Muerte con pingüino (Blackie Books).

Traducción de Julián Cnochaert

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