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La UE busca el perdón por las mentiras contadas sobre Grecia durante la crisis

Jean-Claude Juncker, Alexis Tsipras  y Angela Merkel, en Malta, en noviembre de 2015.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

La Unión Europea y la troika hicieron y dijeron mucho sobre Grecia a partir de enero de 2015. Cuando Alexis Tsipras ganó las elecciones. Tanto, que ahora el presidente de la Comisión Europea intenta pedir perdón. “No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos, la injuriamos”, ha dicho ahora Jean-Claude Juncker.

Pero, ¿qué dijeron? He aquí algunas perlas:

“Grecia deberá introducir una nueva moneda si triunfa el no [en el referéndum de 2015”. Martin Schulz, entonces presidente del Parlamento Europeo, 5 de julio de 2015.

“Un no querría decir, independientemente de la pregunta, que Grecia dice no a Europa”, Jean Claude-Juncker, presidente de la Comisión Europea. 29 de junio de 2015.

“Europa no puede abandonar sus 'principios' con Grecia”, Angela Merkel, canciller alemana, 29 de junio de 2015.

“Si gana el 'no', Grecia no tendrá más alternativa que salirse del euro”, Mariano Rajoy, entonces presidente del Gobierno de España, 30 de junio de 2015.

La hemeroteca es infinita. Y estas son algunas de las afirmaciones que se dijeron en verano de 2015 sobre Grecia: los líderes europeos no sólo se negaron a renegociar la deuda griega, a pesar de que lo recomendara algún informe del Fondo Monetario Internacional. Aplicaron un chantaje a su Gobierno, al que obligaron a aceptar unos recortes sociales sin precedentes que pagó la mayoría de su población en pensiones, subsidios de desempleo y servicios sociales durante años.

Cuatro años después de aquello, Jean-Claude Juncker ha pedido perdón. “Siempre he lamentado la falta de solidaridad con la crisis griega”, ha dicho Juncker en Estrasburgo durante su discurso sobre el 20 aniversario del euro: “No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos, la injuriamos, y nunca me he alegrado de que Grecia, Portugal y otros países se encontraran así. Siempre he querido que remontaran su lugar entre las democracias de la UE”.

La troika dobló el brazo a Grecia. Y eso a pesar de que Grecia ha votado no a la troika en el referéndum convocado por Alexis Tsipras el 5 de julio de 2015. Votó no a las políticas de austeridad aplicadas como única receta para salir de la crisis. Y votó para reforzar a su Gobierno ante las instituciones europeas: Tsipras consiguió el 35% de los votos en las elecciones de enero de 2015 y el no cosechó más del 61%.

Los griegos votaron no a los recortes en pensiones y servicios sociales y a favor de lograr un acuerdo con Europa que pase por reestructurar la deuda y pasar de los ajustes a los incentivos para la economía. Era una enmienda al discurso hegemónico en el continente y oxígeno a un discurso alternativo sobre el modelo de construcción europea, del cual Alexis Tsipras era en aquel momento el único exponente entre los socios comunitarios.

Pero ni la troika, con la UE al frente, nunca quisieron oír hablar de quitas de deuda. “Esto no es sobre estar dentro o fuera de Europa, esto es sobre que una Europa no puede continuar en el camino de la austeridad”, dijo Tsipras aquella noche. Pero semanas después tuvo que comerse su discurso, así como los programas y memorandos que le aplicó la troika, con la UE al frente.

Grecia suplicaba un compromiso, que pasaba fundamentalmente por la reestructuración o quita de parte de su deuda. Algo que también asumía el FMI en un informe que no se quiso publicitar precisamente por el organismo de Lagarde: Grecia necesitaba esa quita, además de 60.000 millones para hacer frente a los créditos desde entonces y hasta 2018, y un largo periodo de carencia de varias décadas. Pero la troika se negó.

Su deuda representaba el 177% de su PIB, cuando el FMI calculó que era sostenible si no pasaba del 110%. “Necesitamos la reestructuración para salir de la crisis, para superar las dificultades, con la cooperación de la Comisión Europea, e incluso del FMI, que está aceptando la quita como reconoce en el informe que salió a la luz”, explicaba Tsipras. Pero la UE se negó.

El acuerdo fue imposible. No en vano, los líderes europeos entraron en tromba en campaña contra Tsipras y Syriza, desde el presidente español, Mariano Rajoy, hasta la canciller alemana, Angela Merkel, el de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y el del Parlamento Europeo, Martin Schulz, que aseguró que “Grecia debería introducir una nueva moneda si triunfa el no”, y quien anunciaba la puesta en marcha de un plan de emergencia “por la situación a la que ha llevado el Gobierno griego a su pueblo”. Y triunfó el no.

Grecia echó un pulso, y ganó Tsipras dentro de casa pero lo perdió inmediatamente después fuera. Era la primera vez que, en Europa, gobernaba un partido al margen de la alternancia entre centroderecha y centroizquierda. Era la primera vez que se planteaba una forma alternativa de construcción europea a la arquitectura diseñada por populares, socialdemócratas y liberales desde el final de la Segunda Guerra Mundial y en plena Guerra Fría. Era una impugnación a los procesos de decisión económicos y políticos comunitarios, a cuenta de sus déficits democráticos. Grecia suponía una rebelión contra el diktat de la austeridad decretado para salir de la crisis, que golpeaba a la ciudadanía pero dejaba sin condena al sector financiero causante de esa misma crisis.

“No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos, la injuriamos”, ha dicho ahora Juncker. Pero no sólo eso: los recortes que se aplicaron, fruto de aquello, los sufrió en sus carnes la población griega. Eso sí, como ha dicho el comisario económico europeo, Pierre Moscovici, recientemente, “Grecia ya es un país normal”.

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