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Crónica

Hay estrellas que no esperan al cielo: la victoria de España vivida desde la iglesia del Padre Ángel

La victoria de España vivida desde la iglesia del Padre Ángel

Ignacio Pato Lorente

20 de agosto de 2023 14:34 h

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“Bienvenidos a la casa de todos y todas, donde puedes encontrar agua fresca, una zona de descanso y un oasis de oración”. Hoy también un partido de fútbol. Uno, no, el partido. Posiblemente el que debería ser el más importante del año para cualquier aficionado a este deporte. En la iglesia de San Antón es también un domingo especial. Hoy las cuatro pantallas, una en cada esquina, no solo retransmitirán el rezo de mediodía. La tradicional misa de 12 se ha adelantado una hora para ver en comunidad la final del Mundial femenino entre España e Inglaterra. Esta mañana a las 11 se pide por las once.

Este templo -en uno de los corazones castizos de Madrid, el barrio de Justicia- es popularmente conocido como la iglesia del Padre Ángel. Aquí la Asociación Mensajeros de la Paz realiza un trabajo comunitario que ofrece, por ejemplo, 300 desayunos diarios a personas en situación de necesidad y antes de la pandemia pasaban la noche entre 40 y 50 almas sin techo. Está abierto las 24 horas y después de la misa de mediodía suelen ofrecer bocadillos. Un reparto que hoy tendrá que esperar al descanso del partido. 

Presiden la entrada retratos del Padre José María de Llanos, Enrique de Castro, Mariano Gamo, Vicente Ferrer o Pere Casaldáliga, que en su camino a Dios supieron que no se podía, no se debía, esquivar al ser humano. El Padre Joaquín, uno de los cuatro párrocos del centro junto a Valentín, Domingo y el propio Ángel, nos dice, es quien hoy oficia la misa. Antes nos cuenta que el trabajo social que hacen lo hacen “por la fe, pero si no atendemos a la persona como persona que es, la fe es vana”. “Al creer en Dios tengo que creer en el hombre”, apostilla. Ya en el oficio, entre las citas del profeta Isaías y el evangelio según San Mateo, acentúa la necesidad de compañía en un mundo moderno marcado por la prisa. No está de más, dice, preguntarle a alguien si necesita “charleta o un cafelito”. “Vamos a pedir que ganen las nuestras. Estamos en la final y las finales se juegan para ganar. Vamos a ganar, ¿o no?”, pregunta desde el altar, antes de la despedida: “El que se vaya que lo vea en su casa”.

Poco antes del partido, existe la expectación de las grandes citas deportivas. Con una diferencia importante. Más si hablamos de una ciudad como Madrid, entregada a la transfusión de derechos del ciudadano con destino al consumidor. Si la capital se ha convertido en una ciudad desplegable, en un pop-up que hace reset cada mañana que amanece, en la partida dejada a medias de un videojuego que reniega de generar recuerdos emocionales para un futuro cercano seguramente porque no cree en él, la iglesia de San Antón es esta mañana un refugio donde medio centenar de personas no tienen que pagar nada para sentarse a salvo del calor y la sed y vivir una jornada histórica. 

Suenan aplausos. Los primeros se los lleva una segura atajada de Cata Coll. Fuencisla ha sido la aficionada que ha roto el silencio. Su hija está estudiando oposiciones y su marido trabaja en turno de noche. “Así que para verlo sola, prefería aquí”. Las voluntarias María, Amparo y José Ramón reparten vasos de agua sin parar. No les podía pillar de otra manera el gol de Olga Carmona. El tiro cruzado de Olga Carmona se ha gritado en una iglesia tanto como en cualquier otro sitio. No es solo el primer paso hacia la copa del mundo: también a que las jugadoras triunfadoras vengan a ofrecerla, como ha pedido públicamente el Padre Ángel. Este, entre paquetes de arroz, lentejas o macarrones sería un lugar tan bueno como cualquier palacio presidencial para tan solemne acto.

Con 1-0 al descanso, el bocadillo de jamón sabe mejor. Efrén, a mitad del suyo, ve a la selección muy superior. “Ir a los bares es muy caro”. Para Álex, estar aquí tiene que ver también en cierta medida con esos locales. Dejó de beber alcohol, no tiene trabajo, llegó desde otro país y asegura que es más fácil que te pare la policía a la salida de un bar que a la de una iglesia. Arturo opina que esto es una fiesta en mitad de días en los que uno puede estar amargado. Janet es también habitual, lleva medio año desayunando en grupo aquí.

La celebración por la decisión del VAR del penalti a favor de España es mayor que el “oh” tras la parada de la portera inglesa a Jenni Hermoso. En los bancos de San Antón hay confianza. Pero la segunda parte es tensa. Los 13 minutos de descuento parecen una vida eterna esta mañana. Hay fe en las recuperaciones de balón, en los contraataques y en el reloj. España está a punto de ser campeona del mundo de fútbol en medio de un barroco del XVIII donde el arte sin gente es apenas paisaje.

Cuando suena el pitido final, se celebra y se grita como en cualquier otro sitio donde el corazón reclama su espacio. Hay estrellas que no esperan al cielo. Estas futbolistas, y con ellas todas las niñas y mujeres que nunca se rindieron en un patio y una cancha, las que unas veces se sienten invencibles y otras que no pueden más, ya tienen una.

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