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Los madrileños encumbran a Ayuso, el PSOE se desploma y Pablo Iglesias abandona la política

José Precedo

5 de mayo de 2021 00:23 h

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Isabel Díaz Ayuso tendrá dos años más al frente de la Comunidad de Madrid tras una jornada triunfal. Ha devuelto al PP a porcentajes de voto de la era del bipartidismo, por encima del 44%. Y este 4M además se ha librado de Ciudadanos, se ha quedado con sus votantes y escaños y le basta con la abstención de Vox, que ya tiene garantizada para quedarse en la Puerta del Sol. No habrá suspense porque la candidata de la extrema derecha, Rocío Monasterio, tardó apenas un minuto durante su comparecencia de anoche en decir que el PP puede contar con ellos, siempre que no haya ningún acuerdo entre populares y el PSOE.

Pero el adelanto electoral madrileño, donde la izquierda ha cosechado una derrota estrepitosa, deja nuevas sacudidas para esa montaña rusa que es la política nacional. La mayor, la despedida de Pablo Iglesias, que deja todos sus cargos y señala, de nuevo, a la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como sucesora. Después de subir tres diputados (de siete a diez) y calificar el resultado global de la izquierda como un fracaso, anuncia que se marcha tras verse convertido en “un chivo expiatorio” que “moviliza a lo peor de los que odian la democracia”.

El PSOE, por su parte, se deja más de 270.000 votos y no solo pierde la condición de primera fuerza sino que cae al tercer puesto por el sorpaso de Más Madrid y su candidata revelación, Mónica García.

Decidió cruzar todas las líneas rojas en la campaña pero la extrema derecha sube un escaño en Madrid y se mantiene como cuarta fuerza, gracias a la desaparición de Ciudadanos, que Abascal no tardó en celebrar.

La conclusión de otra jornada de vértigo en la política patria es que Isabel Díaz Ayuso gobernará de la mano de Vox porque se siente muy cerca de un partido que es una escisión del PP (muy emparentado con algunos sectores del partido que ella conoció en Madrid), aunque públicamente se haya distanciado de algunos de sus planteamientos más xenófobos. Igual que los votantes de Abascal, cómodos con el Partido Popular que encarna la dirigente madrileña. “Felicito muy efusivamente a Isabel Díaz Ayuso”, dijo el líder de Vox antes de celebrar “la derrota del Frente Popular” en Madrid.

La estrategia de aglutinar todo el voto anti-Sánchez le ha funcionado a la candidata popular, quien en sus segundas elecciones y solo dos años después recupera para el PP la condición de fuerza más votada en uno de sus tradicionales graneros de voto: 65 diputados, a solo cuatro de la mayoría absoluta. Al final de esta legislatura cumplirá 28 años gobernando allí. Una generación entera de treintañeros no ha conocido más gobierno que el Partido Popular. Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Ignacio González, Cristina Cifuentes, los interinos Ángel Garrido y Pedro Rollán, y ahora Díaz Ayuso, quien de la mano de su asesor plenipotenciario, Miguel Ángel Rodríguez, se prepara, a sus 42 años, para un largo reinado en Madrid.    

La candidata del PP más que duplica diputados (pasa de 30 a 65), suma más escaños que las tres izquierdas, y se convierte en un valor en alza, de los pocos que pueden presumir de ganar elecciones en tiempos poco propicios para el partido. “Hoy ha ganado la libertad”, arrancó su discurso en la calle Génova. “No se puede cerrar todo y decir aquí tienes una paga”, siguió dando rienda suelta a su discurso político del último año ante la algarabía de los asistentes. Barones del partido como Juan Manuel Moreno Bonilla y Alberto Núñez Feijóo (este último, es cierto, con cuatro mayorías absolutas) y sobre todo el líder nacional, Pablo Casado, ya saben que hay alguien más llamando a la puerta y no precisamente por la vía de la moderación. 

En Madrid, feudo conservador por excelencia, Ayuso engulle a Ciudadanos y frena el auge de Vox aún sin tener apenas gestión de la que poder presumir: en dos años de Gobierno no ha aprobado un solo presupuesto y solo ha sacado adelante una ley, que además es la última reforma más de la manoseada normativa de suelo. Y sin esgrimir más programa electoral que el choque permanente con el Gobierno de Pedro Sánchez, bajadas de impuestos para beneficiar más a las rentas altas y ese concepto difuso de la libertad, entendida como la posibilidad de mantener los bares abiertos –no solo las terrazas, también su interior– cuando todo el resto de España (incluidos otros gobiernos del PP) y gran parte de Europa los clausura obedeciendo a criterios científicos.

Como los anuncios de refrescos o las marcas de coches, la candidata-presidenta ha vendido un estilo de vida en la región que en términos absolutos ha acumulado más muertes y contagios desde que ese virus llamado COVID-19 dio la vuelta al mundo tal y como lo conocíamos. Su controvertida pero muy eficaz campaña electoral no se detuvo a debatir sobre el estado de los servicios públicos o los planes de recuperación para el día después de la pandemia, sino que buscó empatizar con el estado de ánimo de una ciudadanía hastiada de tanto encierro y de un sector, el hostelero, que necesitaba, más que ninguna otra cosa, seguir facturando, por encima de las ayudas que la administración regional le ha negado.

Durante los últimos 12 meses, Madrid siempre se ha mantenido en los primeros puestos del ranking de contagios y muertes. Otras comunidades han estado más arriba algún tiempo y luego han caído tras imponer duras restricciones pero Madrid ha permanecido estable, como si una decisión política hubiera establecido que este es el precio a pagar a cambio de que la rueda del consumo y la economía siga girando en una Comunidad que no ha dado subvenciones a los sectores afectados y que lo que promete ahora en este contexto son nuevas rebajas fiscales.

Pese a todo lo anterior –o quién sabe si por ello– , Ayuso pudo salir anoche al balcón de la victoria en una sede del PP huérfana de alegrías en los últimos años (ninguna en el mandato de Casado). Centenares de militantes recibieron a su presidenta con gritos de “libertad, libertad”.

La izquierda vuelve a salir derrotada a pesar de haber programado una campaña de guante blanco entre las tres fuerzas y de que esta vez los tres partidos hayan logrado representación. Pierde como ha perdido siempre desde 1995 (con la única excepción de 2003 en que pudo gobernar y la frustró aquella extraña operación llamada Tamayazo). Ha pasado tanto tiempo desde que no gobierna, que el último dirigente socialista en ocupar la presidencia de la región, Joaquín Leguina, hoy vota al Partido Popular, según se encargó de anunciar él mismo en la campaña (de Ayuso). 

El batacazo de Gabilondo

Ángel Gabilondo se deja casi un tercio de los votos tras protagonizar una errática campaña –primero prometió no bajar impuestos, no cerrar locales y no meter a Pablo Iglesias en un hipotético gobierno para atraer votantes de Ciudadanos y al final, tras los episodios de las balas en sobres, se postuló como dique contra el fascismo– pierde 11 escaños y el PSOE, la condición de fuerza más votada. Si alguien soñó que quedaban muchos votantes de los que apoyaron a Ciudadanos en 2019 –cuando ya había puesto un cordón sanitario no solo a Sánchez sino a Gabilondo– que podían elegir ahora la papeleta del PSOE, el escrutinio habrá demostrado lo errada que estaba esa ilusión. El cabeza de cartel, que estaba de salida a la institución de Defensor del Pueblo cuando Ayuso convocó las elecciones, asumió el fracaso en medio de un ambiente de funeral en el cuartel general de los socialistas madrileños. Abjuró de la crispación, felicitó a Ayuso y dio a entender que seguirá trabajando para cambiar el modelo de gestión en la Comunidad. Minutos más tarde, el secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, comparecía desde la sede de Ferraz para deslizar que la renovación debe empezar ya para plantear una alternativa en 2023.

Porque la debacle sin paliativos del 4M es también el primer gran palo para Pedro Sánchez desde que franqueó las puertas de La Moncloa. Cierto, que hubo otras derrotas antes, en Galicia y en Euskadi, pero ninguna con el estruendo de Madrid: Ayuso planteó los comicios como un plebiscito contra Sánchez y sus políticas y aunque el presidente limitó su presencia en el último trecho de la campaña, su Gobierno y su partido saben hoy que tienen un problema en Madrid.

La salida de Pablo Iglesias

Derrota fue también para Pablo Iglesias, aún a pesar de haber salvado a Unidas Podemos de ser extraparlamentario y de subir tres diputados en la región que llenaba las plazas y las urnas en el nacimiento del partido en 2014 y durante los años siguientes. Iglesias saltó de la vicepresidencia tercera del Gobierno a la candidatura de la sexta fuerza en Madrid para impedir el acceso de la extrema derecha al Gobierno. Pateó los barrios del sur, se enfrentó a medios de comunicación y periodistas que emprendieron una cacería contra él, y en los últimos días pidió la movilización de la clase obrera de la mano de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, la persona que eligió como sucesora en el partido y en el Gobierno.

No resultó. Corrían las once y media de la noche cuando soltó la bomba. “Mi conciencia de haberme convertido en un chivo expiatorio que moviliza los afectos más contrarios a las bases de la democracia. La inteligencia política tiene que estar por encima de cualquier otra consideración. Ser útil para Unidas Podemos es mi mayor aspiración. Es evidente que a día de hoy creo que no contribuyo a sumar. No soy una figura política que pueda contribuir a que nuestra fuerza consolide su peso institucional. Cuando la situación es esa y los resultados son como son, y que te hayan convertido en un chivo expiatorio hace que tu papel movilice lo peor de los que odian la democracia. Dejo todos mis cargos. Dejo la política entendida como partido y como política institucional. Seguiré comprometido con mi país pero no seré un tapón para la renovación de liderazgos. Pienso que Yolanda puede ser la presidenta del Gobierno”.

Su anuncio fue recibido por un largo aplauso de su equipo, incluida su pareja, Irene Montero, en primera fila en el escenario. Unidas Podemos se aboca ahora a una refundación como tercer partido de la izquierda en Madrid, con un líder que ya había dado señales de querer dejar de serlo y tras perder además por mucho la pugna con uno de sus esquejes, Más Madrid.

La sorpresa de Mónica García

La anestesista Mónica García, voz de los sanitarios y oposición a Ayuso en lo más duro de la pandemia, logra un éxito rotundo y agridulce porque también para su partido la misión principal era desalojar al PP. Consigue el sorpaso al PSOE tras su celebrada campaña de “lo que de verdad importa” que prometía otras políticas públicas que no van a ponerse en marcha a corto plazo. “Todo lo que ha estado en nuestras manos no ha sido suficiente”, dijo García, que reivindicó “un espacio político verde, feminista y madrileño que se consolida”. “Desde esta misma noche empieza la cuenta atrás para dentro de dos años, redoblamos la apuesta, esta campaña es el anticipo a la alternativa que me comprometo a construir”. El partido de Errejón, que ha dejado de serlo con su candidata revelación, dobla en votos a Unidas Podemos y revive después del batacazo de las últimas generales. La incógnita es si el surgimiento de esa “fuerza verde y feminista” encuentra espacio en el resto del Estado o debe considerarse otro fenómeno netamente madrileño.

El fin de Ciudadanos

Lo que será historia después del 4M es Ciudadanos tras su bancarrota electoral, socio todavía en muchas instituciones del partido que ha contribuido a destruirlo, y que pierde sus 26 diputados en una región donde hace ocho semanas ocupaba la vicepresidencia del Gobierno y cinco consejerías. El abogado del Estado Edmundo Bal, uno de los lustrosos fichajes de Rivera, aterrizó de paracaidista a última hora para salvar a Arrimadas y se encontró el peor escenario posible: una Opa del PP robándole cargos y mandos intermedios y unas encuestas que decían que su única posibilidad era vender otro acuerdo con Ayuso mientras ella repetía que lo que había lastrado a su Gobierno era la dependencia de Ciudadanos. 

Bal, que desplegó una candidatura personalista en una campaña hiperpolarizada –donde decidió jugar del lado de la derecha y nunca encontró hueco–, ya había dado pistas de las probabilidades que concedía a su aventura cuando mantuvo el acta de diputado en el Congreso. No tendrá que devolverla. Este martes, camino de la urna, contó a los periodistas que Ciudadanos está “más vivo que nunca”. A simple vista no lo parece, y el partido cada vez tiene más cara de UPyD. Están por ver los próximos movimientos en el tablero de la derecha donde Pablo Casado intenta una fusión por absorción y si Albert Rivera sale de su estruendoso silencio.

El líder nacional del PP, que anoche corrió a abrazar a su candidata, puede celebrar dos años y medio después por fin una victoria en casa. “Madrid es el kilómetro cero del cambio, hoy la libertad ha ganado en Madrid, pero mañana lo hará en toda España”, dijo Casado, ante unos tímidos gritos de “presidente, presidente” en la calle. El triunfo que celebró Casado en un balcón que no había pisado desde que es líder nacional es a costa de tener un nuevo contrapeso en el partido y de evidenciar que hay líderes populares que sí ganan elecciones, a diferencia de lo que le sucede a él. La propia Ayuso ha repetido públicamente en la campaña que el 4M se presentaba ella y más en petit comité que la estrategia fue mucho más cosa suya que de Génova, 13.

En cuanto a Madrid y los madrileños, que han vuelto a votar masivamente a la derecha, todo regresa a la casilla de 2019. Isabel Díaz Ayuso ha repetido las mismas promesas electorales que hizo entonces y no ha cumplido pero ahora se dispone a aplicar su programa sin el engorro de Ciudadanos. Para su política más radical podrá contar con Vox. De momento, ya tiene a Telemadrid entre ceja y ceja y una lección aprendida de estos dos primeros años de Gobierno: identificar un enemigo externo al que culpar de todos los males de Madrid puede ser tanto o más eficaz que desgastarse en gobernar para intentar combatirlos. “España es otra cosa, España empieza en Madrid, señor Sánchez, tiene los días contados”, clamó Ayuso desde el balcón de la sede que el PP ha prometido abandonar. En castellano raso: la presidenta de Madrid augura dos años más de guerra sin cuartel contra el Gobierno.