Juan cruzó por primera vez las puertas del Santa con tan solo 15 años, sin saber que algún día aquella cafetería del barrio madrileño de Delicias se convertiría en su proyecto de vida. De aquel momento han pasado 50 años en los que le ha dado tiempo a casarse, formar una familia y construir una círculo de clientes a los que a día de hoy puede llamar amigos. Ahora, con la vista puesta en una cercana y merecida jubilación, Juan se ha visto obligado a despedirse antes de tiempo del que ha sido su negocio durante las últimas cinco décadas por las “insufribles” obras de la línea 11 de Metro de Madrid.
El pasado 15 de septiembre, el Café Santamaría bajó su persiana por última vez. Durante años fue el bar de referencia para los actores del Teatro Nuevo Cómico y el lugar al que acudían los viajeros que hacían parada en la antigua Estación de Autobuses de Palos de Moguer. La barra sobre la que muchos lloraron sus penas y en la que su dueño sirvió a Aute, Rabal o Saura. Los años de esplendor que Juan recuerda emocionado ya son cosa del pasado y, aunque todavía seguía siendo el sitio de referencia para muchos clientes, el Santa ya es historia.
Los ruidos, la suciedad generada por el polvo de los escombros, la inseguridad nocturna y las dificultades para acceder a los establecimientos por los cortes en el Paseo de Delicias y la calle Áncora son algunas de las consecuencias directas de las obras de la línea 11 de Metro con las que Juan ha tenido que lidiar desde que empezaron el pasado 19 de agosto. Los trabajos de ampliación del suburbano han trastocado por completo el barrio, dejando aisladas al tráfico las arterias principales de Delicias y Palos de la Frontera.
Desde hace poco más de un mes, las vistas de los clientes que se sentaban en la terraza del bar eran las vallas metálicas rojiblancas que tapan, sin mucho éxito, las inmensas máquinas que trabajan en la ampliación de la L11. “Me deprimía abrir cada mañana y ver esa estampa, no era agradable”, lamenta Juan. El ambiente ya no invitaba a disfrutar tranquilamente de un café o una caña al fresco. De hecho, ya eran pocos los que hacían parada en el Santa de forma casual: “Con este aislamiento que nos han impuesto, la gente que paseaba por la calle ya no tenía ganas de pararse y entrar a tomar algo”.
El descenso en el número de clientes se volvió insostenible para su dueño: “No podía seguir manteniendo el local”. Juan quería evitar a toda costa que esta situación salpicase a sus cinco empleados y decidió cortar por lo sano antes de que su economía no le dejase seguir pagándoles dignamente. “No me ha quedado otra que cerrar, mi idea era aguantar un poco más y dejarle a uno de mis trabajadores el local porque me hacía ilusión que alguien de tanta confianza pudiera ponerse al frente, pero no ha podido ser”, cuenta.
Antes de cerrar quiso dejar todo atado. Se encargó de recomendar a todo su equipo para que salieran de allí con trabajo y avisó con antelación a sus clientes más fieles para que pudieran ir encajando la noticia. Él, a sus 66 años, ya había cumplido una etapa en el Santamaría, pero después de tantos años al mando no le está siendo nada fácil hacerse a la idea del cierre. No es de extrañar después de toda una vida.
Siendo tan solo un adolescente le llamaron para trabajar como ayudante de cocina y camarero. El dueño de aquel entonces ya le dijo que algún día él sería socio de ese bar. En 1979, con 21 años, la vida de Juan dio un giro de 360 grados. Se casó, perdió a su madre y pasó a regentar el Santa. Aunque fue un año muy duro para él, considera casi milagroso todo lo que consiguió: “Me casé un 23 de diciembre, víspera de Nochebuena y firmé el contrato del bar el día de Navidad del año siguiente. Estas fechas eran muy importantes para mi madre y creo que todo lo bueno que me pasó fue un regalo que ella me mandó”.
Dos años después, en 1981, se asoció con Ángel Fernández, con el que dirigió su jubilación en 2019. Juan decidió continuar en solitario porque aún se veía con la fuerza suficiente para seguir remando, y es que a pocas personas les hace tan feliz su trabajo como a él. “En este bar he vivido los mejores años de mi vida”, dice emocionado. Su ilusión y predisposición no han sido suficientes para seguir a flote. El negocio ya no era rentable y se estaba convirtiendo en un dolor de cabeza. “Las obras llenaban las mesas de polvo, el ruido es insufrible y este lado de la calle se ha quedado casi a oscuras por culpa de las vallas. Ya no era agradable sentarse en la terraza”, señala.
A los daños colaterales por las obras, se suma otro handicap inesperado: el aumento de la inseguridad. Por la noche, la calle Áncora “se transforma en un gueto”. Según explica el dueño del Santa, la zona queda totalmente aislada y nadie se atreve a pasar por allí. Además, cuenta que esta situación de desprotección se aprovecha para delinquir: “Una de mis camareras ha tenido que enfrentarse a un hombre borracho que entró al bar con amenazas. No quería que mis trabajadores tuvieran que pasar por eso”.
Todas estas circunstancias han llevado a Juan a tomar la difícil decisión de cerrar el bar. Hasta nuevo aviso, al menos. “No lo veo como algo definitivo y tengo la esperanza de que en un par de años pueda reabrir con alguien de confianza al mando”. Juan no pierde la esperanza, pero por el momento tendrá que esperar, como mínimo, hasta que las obras finalicen el 30 de mayo de 2025.
El anecdotario del Santa
Como cualquier hostelero que se precie, Juan ha reunido durante estos 50 años historias para aburrir. Desde los asuntos cotidianos de cualquiera de sus clientes hasta tramas de película. Posiblemente, la época en la que su anecdotario reunió más de estas últimas fue en la década de los 80, cuando el Teatro Nuevo Cómico estaba instalado a pocos metros del bar. Por aquel entonces, los actores que trabajan allí se pasaban a desayunar o tomar café por el Santa.
Entre las figuras más ilustres se cuelan nombres como el de Eduardo Aute, Paco Rabal o Paco Miranda. Contar todas las anécdotas vividas daría para una buena recopilación de artículos, pero por resumir en algunas líneas las historias que Juan guarda bajo llave, le preguntamos por una que destaque sobre el resto: “Algo que siempre cuento es que Tino Casal murió por no venir al Santa”. De primeras ya suena muy loco, pero el trasfondo de la historia es para hacerle una película. Juan cuenta que Casal era un habitual en el bar porque su pareja de aquel entonces vivía en la calle Áncora. Esa noche discutieron y Tino decidió salir con McNamara y el pintor Antonio Villa-Toro.
La fiesta terminó con un fatídico accidente de tráfico cuando el Opel Corsa en el que viajaba chocó contra una farola en la carretera de Castilla. Tino Casal perdió la vida con tan solo 41 años y Juan todavía recuerda como aquella tarde su novia fue sola al bar y poco después se enteraron de la triste noticia. “A lo mejor, si esa noche en vez de discutir se hubiese venido al Santa como siempre, no habría tenido ese final”, lamenta.
No solo hay hueco en su memoria para historia tristes. Estos cincuenta años al frente del bar le han dado muchas alegrías. Después de tantos años, “los clientes ya no son clientes, son amigos y hermanos”. De hecho, otra de las anécdotas que Juan guarda con mucho cariño es una más personal. Él y su mujer junto a otros once matrimonios, todos conocidos del bar, compraron un apartamento en Oropesa del Mar. Casi 20 años han estado pasando sus vacaciones allí, sin problema ni alternado alguno. “Soy un hombre de relaciones largas”, alardea. Este es otro capítulo de su vida que también acaba de cerrar, hace poco han tomado la decisión de ponerlo a la venta. “Con lo que saquemos haremos un gran comida todos con nuestros hijos para celebrar todos estos años de amistad”, cuenta emocionado.
Su cercanía con los clientes le ha llevado a crear lazos que trascienden las paredes del bar. Hace un par de semanas, cuando celebró su fiesta de despedida, no se imaginaba que tantos vecinos y amigos pasarían por allí a desearle toda la suerte del mundo en esta nueva etapa. “Me emociona pensar que hay personas que me han visto desde niño trabajando aquí y luego han seguido siendo mis clientes. Algunos tienen casi cien años y siguen viniendo”, relata. Difícil resumir las emociones de toda una vida detrás de la barra.
Un barrio a la deriva
El Santamaría es solo uno de los muchos negocios que se están viendo afectados por las obras de la Línea 11 de Metro. “Hay un par que se plantean cerrar como yo”, apunta Juan. El hostelero considera que, aunque puede que un futuro estas obras beneficien al barrio, ahora mismo él y todos los vecinos se encuentran desprotegidos: “Entiendo que hay que hacerlo, pero podrían poner los medios necesarios para evitar este calvario”.
En general, la situación en la zona de Delicias y Palos de la Frontera es bastante crítica. Desde que comenzó el curso hace unas semanas, los efectos de los cortes de tráfico han sido devastadores. El sonido de la maquinaria y los claxon se han convertido en la banda sonora diaria de estos barrios de Arganzuela. En este contexto, el Ayuntamiento de Madrid ha recomendado en reiteradas ocasiones el uso del transporte público, aunque las propias obran han dejado 14 líneas de autobús sin servicio. Sin embargo, tanto los vecinos como las principales fuerzas de la oposición, las medidas tomadas por el Gobierno de Almeida resultan insuficientes.
El tráfico no ha sido lo único que se ha visto afectado. Las obras también han dejado el barrio sin árboles. Aunque, por suerte, las talas que se llevaron a cabo fueron menos de las que había previstas. 676 para ser más exactos. Las movilizaciones vecinales consiguieron que la Comunidad de Madrid rehiciera el proyecto para incluir menos ocupaciones en superficie, aunque sin cambios en el trazado. El movimiento No a la Tala obligó a la Comunidad de Madrid a tramitar una evaluación ambiental simplificada en 2023 con la que se salvaron cientos de árboles.
También se suma el ruido y las molestias propias de cualquier obra a gran escala, que no solo afecta al descanso diario de los vecinos, sino que supone un grave problema para los centros escolares cercanos. La Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (Framv) indica que los habitantes de la zona están preocupados por el precedente de las demoliciones de viviendas en San Fernando de Henares a causa de la línea 7B y el retraso anunciado ahora en las obras de ampliación de la L3 por filtraciones de agua.
Por todo ello, los colectivos vecinales reclaman la puesta en marcha por parte de la Comunidad de Madrid de una comisión de seguimiento, “que ayudaría a atender a los afectados ante los infinitos problemas que ya están surgiendo”. Además, exigen al Gobierno de Almeida que elabore un plan de movilidad más ambicioso para esta y otros zonas colapsadas de la ciudad. Por el momento, todas estas peticiones no tienen respuesta y, tristemente, Delicias se apaga poco a poco con pérdidas como la del Santamaría, mucho más que un bar para el barrio.