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¿Castillo de juguete o rehabilitación respetuosa?: la controvertida reforma de la antigua sede de la AEMET en el Retiro

El Castillete del Retiro en una imagen de archivo y después de la última reforma.

Guillermo Hormigo

Madrid —
28 de agosto de 2024 22:15 h

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Calificativos como “horror” y “espanto”, llamamientos a la demolición y sobre todo muchas comparativas con Exin Castillos. La reforma del Castillete del Retiro, edificio estatal con dos siglos de historia al norte del parque, ha sido muy comentada (y criticada) en redes sociales.

Una intervención que ha sido señalada como representativa de la falta de respeto al valor patrimonial en Madrid. Lo cierto, no obstante, es que se trata de un caso complejo en el que el resultado no dista tanto del estado que el inmueble presentaba antes de su deterioro, al menos según algunos expertos consultados por este medio y la entidad propietaria: la Agencia Estatal de Metereología (AEMET).

El organismo se defiende en redes sociales: “Es una arquitectura defensiva en origen. Fue la primera sede oficial de la meteorología, y después de un gran abandono y una complejísima obra que debe respetar el origen y el entorno protegido, se abrirá para que los visitantes disfruten de su interior, aún por terminar”. Fuentes de AEMET se reafirman en estas palabras en conversación con Somos Madrid. Dicen estar “muy sorprendidos” por unas críticas “sin contexto” y defienden que el proceso ha sido “respetuoso y cuidadoso” utilizando incluso “los materiales de su construcción”, con el fin último de crear “un museo que visibilice la historia de la institución”. Y sentencian: “Si no gusta su estética, así fue y así se ha reconstruido”.

“El edificio se encontraba en estado de semirruina y con peligro de derrumbe de sus forjados y cubiertas. Todos los trabajos contaron con licencia del Ayuntamiento de Madrid y el visto bueno de la Comisión de Patrimonio”, apostillan. Defienden que “rehabilitar no es solo un concepto que trata de mimetizar y recuperar la imagen original de un edificio, sino de adaptar su uso primigenio y transformarlo para darle una nueva vida según nuevas necesidades y significados, que la sociedad demanda. En caso contrario, hubiera sido una recuperación impostada y carente de contenido y, por tanto, abocada a su fracaso y abandono”.

“Lo único discutible es el mantenimiento del cuerpo añadido ante la fachada y el cuerpo acristalado instalado en la cubierta”, opina en declaraciones a este periódico Alberto Tellería, vocal técnico de la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio. “Desfigura su aspecto impidiendo apreciar la ingenuidad del diseño original, semejante al de algunas construcciones europeas de ese estilo”, añade.

Tellería adjunta una imagen del aspecto original del torreón, levantado a mediados del siglo XIX. “Debería haber sido el objetivo a recuperar”, considera, y no tanto la apariencia con la que fue clausurado en los años sesenta.

Para Jesús San Vicente, arquitecto y presidente de la agrupación del Colegio de Arquitectos de Madrid NexoCoam, en este tipo de intervenciones “hay que suplir la falta de de instalaciones de climatización y accesibilidad que deben incorporarse por normativa”. En AEMET reconocen este mismo punto: “Ha sido preciso inscribir una escalera para acceso y evacuación del edificio dentro de la planta que invalida su uso de vocación museística, convirtiéndose en un edificio para recorrerlo, pero no para conocerlo, sin posibilidad de exponer ni comunicar a la sociedad su historia. De ahí que se haya autorizado la utilización de la superficie de su cubierta-terraza para zona de exposición”.

San Vicente considera que lo difícil es “que estos añadidos no transmitan sensación de falsedad, algo en lo que aquí claramente se ha fracasado”. Cree que los responsables deberían haber apostado “por ladrillo en lugar de revoco para la fachada, como en su origen”. Habla de un “excesivo maquillaje”, frente a rehabilitaciones menos cargadas y más exitosas como la de Matadero Madrid. Recalca para terminar que se trata de “un edificio con protección integral, por lo que debería respetarse como si fuese la catedral de Burgos”.

Tellería apunta por su parte a unos problemas desde su misma concepción que todavía no se han corregido: “El castillete es de 1850-51, del periodo isabelino, cuando comienzan los neomedievalismos pero sin demasiado rigor, ya que eran temas poco estudiados y los arquitectos solo recibían formación académica de los estilos clásicos. Por eso parece un castillo de juguete, aunque en su día (a juzgar por los grabados coetáneos que te adjunto) la pintura de los paramentos fingía una construcción de sillería que debía disimular algo ese efecto. Se entiende que sin más datos no se hayan atrevido a recrearla, aunque el acabado liso que le han dado sea igual de falso. Quizás si replantan las hiedras que antaño casi lo cubrían mejore algo”.

El vocal técnico de la agrupación en defensa del patrimonio madrileño cree, eso sí, que era una buena ocasión para revertir algunas actuaciones acometidas en el inmueble: “Con el tiempo sufrió alguna reforma que lo degrada y que debía haberse eliminado; en especial el cuerpo delantero añadido entre las dos torres, que al principio sólo era un porche ante la entrada, pero que luego creció en todas las plantas, y que termina por borrar cualquier parecido con la fortaleza medieval que intentaba imitar”.

La renovación de un edificio cargado de historia y ciencia

En 2021 se aprobó la ejecución de las obras que ahora se encaminan a su fin, con un presupuesto de 3,7 millones de euros del Ministerio de Transición Ecológica para reformarlo y convertirlo en un museo meteorológico. El recinto es algo más que una curiosidad dentro del parque. La AEMET tuvo allí su primera sede y fue durante la segunda mitad del siglo XIX y parte del XX un centro científico pionero de primer orden. Ya en 1997 se propuso convertirlo en Museo de Meteorología y en 2007 se concedió licencia urbanística para rehabilitar el edificio, pero el proyecto nunca se puso en marcha.

“Como su valor arquitectónico es mínimo, lo más interesante que tiene es que nos muestra el gusto de un momento dado, pudiendo considerarse que fue el último de los caprichos que poblaban el Parque del Retiro desde tiempos de Fernando VII; pero creo que con los añadidos citados no cumple bien esa función”, apunta Tellería. Sin embargo, estudiosos del lugar como Mercedes Gómez en su blog Arte en Madrid no comparten esta visión al ser concebido “con fines nada caprichosos”.

El Castillete, conocido también como Telégrafo de la Elefanta o castillo del Retiro, fue presumiblemente diseñado por José María Mathé, Jefe de las Líneas Telegráficas Nacionales. Se construyó para albergar un telégrafo óptico, cabecera de la línea València-Barcelona. La lógica del telégrafo óptico era crear una cadena de torres con visibilidad entre los puntos, de manera que cada una repitiera el mensaje de la anterior hasta su destino. La telegrafía óptica, que precisaba de una plantilla de personas que miraran de sol a sol las torres para ver si alguna cambiaba a posición de atención, pronto fue sustituida por la telegrafía eléctrica, pero aún subsisten muchas de sus torres repartidas por la geografía española.

Tras el ocaso de la tecnología, se buscaron nuevas utilidades para la singular construcción, sirviendo de escuela de telegrafía eléctrica durante un breve periodo de tiempo y, luego, como sede del Instituto Central Meteorológico, germen histórico de la actual AEMET.

Un castillo para la meteorología

Los primeros pasos de AEMET datan de 1887, cuando se crea por real decreto el Instituto Central Meteorológico, que a lo largo de los años fue cambiando de nombre hasta llegar su actual encarnación, una fuente continua de información a través de su web y redes sociales. Su primer director, Augusto Arcimis Werhle, propuso al Ministerio de Fomento que solicitara al Ayuntamiento de Madrid la cesión de la Torre del telégrafo óptico de El Retiro, en la que instaló algunos instrumentos que había adquirido durante sus viajes a Francia.

En la planta baja de la torre se encontraban los barómetros, los anemómetros en la terraza, los termómetros en el jardín y los pluviómetros en su fachada sur, a unos 15 metros de distancia de la construcción. Y es que las instalaciones incluían los terrenos circundantes a la torre, que fueron ampliándose. En 1913 se añadieron 10.000 metros cuadrados del entorno y a lo largo de los años se construyeron nuevas instalaciones.

Es un edificio con protección integral, por lo que debería respetarse como si fuese la catedral de Burgos

Jesús San Vicente Arquitecto y presidente de la agrupación del Colegio de Arquitectos de Madrid NexoCoam

Se tomaban diariamente las medidas de presión, temperatura y humedad, evaporación, precipitación y viento. Observaciones que fueron incrementando su frecuencia a medida que la institución, que en un primer momento solo contaba con su director, fue contratando personal. Al trabajo de observación había que añadir el de concentrar los datos de otras estaciones del país, la recepción de los del extranjero y la elaboración de mapas y boletines predictivos.

A la construcción también se la conoce como Torre de la Elefanta, nombre que proviene del “Baño de la Elefanta”, un estanque de mediados del XIX situado en las cercanías del Castillete. Servía para el baño de estos animales de la cercana Casa de Fieras. Antonio Cabañas Cámara, meteorólogo de la AEMET en El Retiro, elaboró en 2021 un informe para pedir la recuperación del estanque, en el que en un primer momento se bañaron los animales del zoológico y, posteriormente, los perros de los madrileños. El lugar quedó dentro de los terrenos adjuntos al organismo meteorológico en la mencionada ampliación de 1913, sufriendo un progresivo abandono hasta su clausura definitiva en 1965.

Los muros del Baño de la Elefanta habían salido a la luz durante las obras del jardín circundante aunque, tristemente, fueron de nuevo enterrados. Durante estos movimientos de tierra, a punto estuvo de perderse definitivamente el pedestal cósmico utilizado por el físico Arturo Duperier para estudiar la radiación. El pilar y los bancos ideados por el científico para sus experimentos acabaron en un contenedor, pero el propio Cabañas pudo recuperarlos con desperfectos antes de que desaparecieran para siempre.

Un relato que atestigua cómo, polémicas al margen, el Castillete precisa también de su rehabilitación como portador de un patrimonio inmaterial: el de la historia de la ciencia y la innovación. Mantener ese legado dependerá en gran medida del nuevo proyecto museístico, un avance imprescindible para dejar de ser algo más que un curioso (y controvertido) inmueble a la vista de los peatones y los caminantes.

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