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Aprovechando la celebración del Mundial de Rusia lanzamos este blog para contar las historias más curiosas o desconocidas de los mundiales: política, literatura, algún test de conocimientos, economía y algo de fútbol.

El dictador Mobutu, la rebeldía de un jugador y los prejuicios de los europeos

La selección de Zaire en 1974 en una imagen de archivo.

Óscar Abou-Kassem / Paco López

Para Zaire clasificar al Mundial de 1974 fue el mayor logro posible, acababa de escapar del control colonial belga y el fútbol le daba la oportunidad de presentarse al mundo. Aquel reconocimiento global le quitaba el sueño al dictador Mobutu que esperaba dar una grata impresión. Aunque la diferencia de nivel era evidente lo que se presentó como una ocasión para abrirse al mundo se concluyó como otra muestra más del tipo de liderazgo que exhibía Mobutu. El sueño se tornó en pesadilla para todos los integrantes de la selección africana.

El racismo y las expectativas irreales

El primer duelo fue la mejor actuación de Zaire. La derrota 2-0 ante Escocia fue un partido de mucha pelea y muy parejo en el que la superioridad física del conjunto africano puso en problemas a los escoceses. En especial al defensa Bremner que según el delantero Mulamba Ndiaye se pasó el partido gritándole “¡Negro!” y escupiéndole a la cara. Zaire comenzaba su andadura perdiendo ante el rival más sencillo de su grupo marcando el inicio de un descalabro doloroso.

La paciencia de Mobutu y el resto de dirigentes estaba llegando a su límite al ver que la realidad no era tan halagüeña como esperaban. En el segundo partido Yugoslavia salió a arrollar desde el pitido inicial. Cuando en la segunda jornada ante Yugoslavia, Zaire perdía 3-0 en el minuto 21 el seleccionador Vidinic recibió una orden: el meta suplente Ndimbi, el favorito de uno de los ministros presentes en la delegación, tenía que salir a jugar. Aquella decisión técnica fue descrita en rueda de prensa como un “secreto de estado” aunque no surtió el efecto esperado: Yugoslavia venció 9-0 desatando la ira de Mobutu.

La “vergüenza nacional” y el hazmerreír europeo

El dictador no mostró piedad con el combinado nacional. Les definió como una “vergüenza nacional” y se indignó de tal manera que retiró la ayuda económica para sus jugadores. Los futbolistas de Zaire debían sufragar sus propios gastos para jugar el tercer partido al que llegaban ya eliminados. La FIFA se vio obligada a actuar y no tuvo más remedio que dar una compensación económica a los futbolistas del cuadro africano para evitar que se retiraran en medio de la competición. Aún así, Mobutu tenía una última exigencia, no aceptaría otra goleada tan abultada en el último partido ante Brasil: máximo tres goles de diferencia.

El choque ante la ‘canarinha’ no fue ese escándalo que todo el mundo presagiaba: al descanso Brasil sólo ganaba 1-0 y necesitaba dos goles más para clasificar. En los vestuarios, directivos brasileños se acercaron a jugadores y cuerpo técnico de Zaire y, aunque se desconoce con exactitud qué pasó, parece claro que el 3-0 final se acordó en ese momento. Aunque lo de menos fue el resultado.

En el minuto 79’ con Brasil ya liderando 3-0 se pitó una falta favorable a los sudamericanos. Con la barrera ya colocada y a la espera del pitido, Mwepu Ilunga arrancó y dio un puntapié al balón mientras los lanzadores brasileños miraban atónitos. Espectadores, periodistas y rivales se tomaron ese gesto como una muestra de la incultura africana y desconocimiento de las reglas aunque la realidad no tenía nada de inocencia. El propio jugador reconoció que “quería ser expulsado” y que ese acto era una forma de dar salida a toda la tensión que sufrían ya que “nadie sabía la presión que estábamos viviendo allí”. Finalmente Mwepu sólo recibió la amarilla y tuvo que contenerse para jugar los últimos minutos del partido.

Ese acto quedó en la memoria como una acción cómica y el sinsentido de un futbolista que desconocía las normas, todo el mundo lo explicó en base a prejuicios contra los africanos. De hecho, el propio Mwepu Ilunga debía estar sancionado por empujar a un colegiado en el choque anterior pero la roja se la llevó un compañero suyo que se lamentó de que “los árbitro ni siquiera hacían un esfuerzo por distinguirnos”. Mwepu murió y su legado lejos de ser una acción con una historia gris que la explica, ha quedado recordada como un discurso de prejuicios que tuvo sentido para el racismo de la época. Parecía más conveniente creer que un equipo que no sabía las normas -aunque habían superado cinco rondas previas para clasificarse- antes que aceptar que la influencia dictatorial de Mobutu no tenía límites. El ridículo nunca estuvo del lado de Zaire.

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