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Raúl Quinto (poeta): “Yo le pediría a los políticos que hablaran más de la vida, que la pusieran en el centro”

Raúl Quinto, autor de 'La lengua rota' (La Bella Varsovia, 2019)

José Daniel Espejo

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Poeta laureado, profesor, coordinador del Aula de Poesía de la Universidad de Almería y agitador cultural, acercarse a la palabra de Raúl Quinto (Cartagena, 1978) es entrar en un espacio de confrontación lingüística, abierto en todo momento a la sociedad en que se inscribe, valiente y conmovedor.

Charlamos con él con motivo de la presentación en Murcia (viernes 8, a las 19:30 horas, en Libros Traperos) de su última aventura poética, La lengua rota, que ha publicado recientemente La Bella Varsovia: los relatos del poder, la pureza en poesía, el compromiso en el arte o incluso el papel de lo lírico en el panorama político actual son algunos de los títeres que han perdido la cabeza a lo largo de la conversación.

Hablamos un idioma / de palabras quebradas, dices en un momento de La lengua rota. En otro: Descoser las partículas del aire / para poder seguir // respirando. Tejer un cuerpo nuevo / con los cuerpos perdidos y encontrados / tras el incendio. Decidir. / Golpear ese muro // pese a tanta ceniza / torcida en los pulmones. Pese a tanto / siglo volviendo. No cejar. ¿Hasta qué punto entiendes la poesía como una demolición, una recomposición, una impureza?

La poesía que me interesa es un ejercicio violento contra el orden, contra la estafa de la literalidad. El mundo que percibimos y decimos es una construcción lingüística que proyecta, fortalece y expande los intereses del poder, pero hay otras maneras de mirar, hay grietas por las que asomarse, y esa es parte de  funcionalidad de la poesía. Una herramienta para reconfigurar la mirada y entender que el mundo, y la vida, siempre pueden ser de otra forma.

También es La lengua rota un libro profundamente político, que vuelve una y otra vez sobre la idea del poder -y su lenguaje propio, y la posibilidad de una grieta en su dura superficie. ¿La revolución será poética, o no será?

Entiendo la poesía como una toma de conciencia utópica del mundo, desde el punto de vista revolucionario, sin duda, pero también como la palabra dicha desde un lugar sin lugar, como una realidad otra, tal vez más precisa, intermedia entre la realidad y el lenguaje. La palabra, igual que la memoria, son herramientas del poder, de cualquiera, porque dan forma a lo posible, y por eso siempre están en disputa, y ahí la poesía juega un papel. Eso es precisamente uno de los ejes de La lengua rota. La poesía es un arma para buscar la alteridad, y también para luchar contra los dogmatismos del signo que sean. Una revolución que no entienda el pensamiento poético como una de sus bases está condenada a reproducir muchos de los males contra los que se levanta. Sólo hay que ver la marea creativa que acompañó la revolución del 17 y el invierno burocrático y represivo en el que se convirtió cuando Stalin decretó el fin de la imaginación y el acuartelamiento de la poesía.

En su último ensayo publicado en España (El odio a la poesía, AlphaDecay 2019), Ben Lerner argumenta que lo único que une a la sociedad en torno a la poesía es un odio sin paliativos hacia la misma, tanto desde dentro como desde fuera del oficio. ¿qué odias más de la poesía? ¿los poetuiteros, los ofendidos por ellos, los slam, los premios apañados?

Lo que más odio de la poesía es la pureza, toda pureza es tóxica y aquellos que nos venden que la poesía sólo puede tener una forma o una estética, que desdeñan aquello que no se “entiende”, me parecen activistas por el empobrecimiento cultural y la automarginación elitista. Son enemigos de la poesía, que es mucho más rica, más plural y más libre que sus cortas miras. Tampoco odio a los poetuiteros y estoy en contra de los que dicen que no son poetas, lo son, del mismo modo en que un Big Mac es gastronomía, y hay más gente comiendo hamburguesas que platos de autor, y por algo será. Otra cosa es el análisis que pueda hacer de esta tendencia y los valores que proyectan y subyacen al movimiento, que no son otros que un refuerzo de la ética y el modelo neoliberal, de la cosificación de la mujer y la inclusión de la experiencia de consumo rápido y superficial en la poesía, que se supone que es un terreno abonado para lo contrario.

Frente a eso soy muy crítico, pero no porque hayan profanado nada sagrado o porque tengan éxito comercial, sino porque entiendo que contribuyen a hacer más fuertes aquellas cosas de nuestra sociedad que me gustaría cambiar. En cuanto a lo de los premios amañados: me da asco, es corrupción pura y dura, cuando además se hace con dinero público. Algunos que van dando lecciones de ética desde altas tribunas tienen las manos manchadas de dinero sucio. Algún día alguien tendría que hacer un estudio pormenorizado de cómo la época de las vacas gordas de la burbuja inmobiliaria está estrechamente relacionada con la proliferación de premios de poesía, el auge de una estética determinada y el aumento del capital social e institucional y de patrimonio de determinadas figuras. Es un escándalo consentido durante mucho tiempo por muchos que han callado por obtener un cachito del pastel.

Coincide tu presentación en Murcia con el día de las librerías y el cierre de campaña. Como poeta y activista, ¿qué papel crees que tiene la cultura escrita en nuestra sociedad y sus derivas políticas?

El arte puede relacionarse políticamente de dos maneras con el poder: o bien se convierte en propaganda o bien lo cuestiona. Ya sea de manera premeditada o no. Yo creo que hay que tener conciencia de la posición desde la que uno escribe y controlar en la medida de lo posible el efecto político de nuestra obra, no sea que acabemos fortaleciendo aquello que queremos abolir. Escribo para cambiar el color de los ojos del que lee y que a partir de ahí el mundo pueda ser distinto. Y escribo también para resistir yo mismo, que ya es una tarea difícil en el imperio de la prisa, la separación y la alienación, como dirían, por ponernos estupendos, Paul Virilio, GuyDebord o Karl Marx. Escribo para no admitir la derrota, para que no me devore el cinismo. Para que no nos derroten ni nos digan que el mundo sólo puede ser de una manera.

¿Hablan poco, los políticos, de poesía?

Una de mis políticas de referencia ahora mismo es la diputada asturiana Sofía Castañón, que es poeta, y esa sensibilidad se le nota a la hora de desarrollar su labor, lejos de los lugares comunes, el emporio de los asesores y la miopía general. La mayoría de los políticos usan la poesía para adornar sus discursos con citas y cierta pátina de culturalismo o se arrojan versos a la cara como pedradas sectarias, como pasó hace un tiempo con aquellos versos de Antonio Machado de la media España y el posterior espectáculo tuitero de varios diputados interpretando a su manera lo que decían o no esos versos. Yo le pediría a los políticos que hablaran más de la vida, que pusieran la vida en el centro, y se dejaran de construir con sus discursos realidades paralelas a medida de los poderosos. Algunos lo intentan y a esos es a los que hay que acompañar, y empujar, no como santos sin contradicciones, sino como eslabones de una cadena mucho más larga y más fuerte que sus liderazgos o nuestro desencanto. Ningún liderazgo es imprescindible pero hay luchas que son inevitables.

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