'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
Las minorías somos mayoría
Estoy un poco cansada del término “minorías”.
No se me alarmen. Sigan leyendo.
Vamos a hacer una cuenta lógica sencilla, una inferencia deductiva a partir de premisas claras. Si minorías son:
- Cualquier grupo étnico/racial diferente de lo caucásico.
- Todo colectivo con preferencias divergentes de la heterosexualidad normativa —entendida como chico gusta de chica y viceversa; para el anillo y/o para la cama—.
- Cualquier persona con diferencia fisiológica en cuanto a género preconcebido —o sea, chico con pito y pantalones; chica con rajita y falda—.
- Mujeres: la fockin mitad del planeta, zas.
- Discapacitados —físicos, mentales—.
- Tercera edad.
- Pobres. Perdón: “desfavorecidos económicos”, por debajo del Sueldo Mínimo Interprofesional (SMI). Inclúyase a los artistas, claro —más conocidos como “camareros a media jornada”—.
¿Alguna más? Seguro que sí.
Si minorías, digo, son todos estos grupos; si todos estos grupos —sin incluir siquiera religiones, para no meternos en fregaos—son minorías… La mayoría… ¿qué es?
A mí no me salen las cuentas. O sí, si me salen. Y los diferentes somos más. La diferencia, en suma, es poderosa y aplastante.
Vengo a soltar este rollo porque estamos en 2020, el año maldito, y un compi (gracias, Marce) me pasa la nota de prensa del informe ADIM del Ministerio de Igualdad junto con la Comisión para la Ciudadanía y la Igualdad de Género de Portugal y la UCM, sobre la discriminación de las personas LGTBI+ en los ambientes laborales. Y ¡sorpresa! El 72% de esta “minoría” vuelve al armario en el trabajo. Por miedo a ser blanco de burlas a la hora del café, a baches en ascensos merecidos, al aislamiento… estas personas dejan de mencionar, ocultan o mienten sobre sus parejas e hijos.
En pleno 2020.
Vamos atrás, más hacia atrás, concretamente a 1978 con Harvey Milk, el primer concejal americano homosexual que trae causa de la portada de este post. Se convirtió en todo un mártir de los derechos LGTBI+ porque, claro está, fue asesinado. Es lo que hay: si no eres normal como mínimo te cae un insultito, como máximo una bala.
Pero ¿qué es ser normal?
Vuelvo a lo mismo, disculpen. Alguien debería pasar un Decálogo de la Normalidad para que el resto nos esforzáramos en seguirlo. Vamos a buscarlo dentro del armario, a ver si aparece. Debe ser parecido a los Diez Mandamientos, dictado por el mismo Dios en las alturas. Lo intuimos pero no lo mencionamos explícitamente. ¿O sí?
Lo conocemos, vaya si lo conocemos. Llevamos siglos escuchando esas bromitas de fondo. A quién no han insultado por gorda, por marica, por tortillera, por negrata, por amarillo, por nenaza, por mora, por calientabraguetas, por machorra. A quién no. En toda su vida.
Estoy llorando ahora mismo. Estas cosas no se dicen mientras se redacta, pero deberían decirse.
En Murcia la fuerza más votada es Vox, en pleno 2020. Hay un auge global de la ultraderecha. En Estados Unidos un policía asfixió durante casi nueve minutos a un chico negro por usar un billete falso para comprar cigarrillos. Ha repuntado el hashtag #blacklivesmatter y hay quien dice que no, que #alllivesmatter. Claro que sí, todas las vidas importan. Las de las gordas, los maricas, los negratas, los amarillos, los nenazas, las moras, las calientabraguetas, las machorras: esas ahora mismo importan todavía más.
Porque a esta gente —incluido el 72 por ciento de las personas LGTBI+ en el trabajo, por lo que indica el informe ADIM— se les pide, se nos pide, que seamos héroes y heroínas. Que luchemos con esta vocecilla del cerebro que es el eco de tantos chistes, de tantos escupitajos verbales directos con peor intención, y que aprendamos a amarnos. ¡Con todo eso en contra! Incluso, a veces, con el propio Dios creador en contra.
Y lo que hacemos los miembros de estas minorías gigantes es callar. Harvey decía we’re no longer gonna stay quietly in the closet, y yo lloro porque en Murcia la fuerza política más votada es Vox, que pugna por la familia como orden nuclear, y que aprovecha así para negar de refilón la unidad estructural de la familia a los “desviados”. A todas las minorías, a todos los que estamos mal hechos, los que no somos del catálogo. De lo normal.
Le llaman, en el informe del ADIM, “homofobia liberal”. O sea, no son insultos ni escupitajos ni balas. Es una homofobia más calladita, más indirecta, menos reprochable, que te pide que lo que hagas con tu vida privada te lo quedes para así, en lo privado, para ti. Sin molestar. Esto es producto del miedo en el cuerpo. El miedo residual de decenas y centenas de años. Es el eco, maldita sea, de aquellos normales de la mayoría que vienen a decirte con su Decálogo que tú estás sicky eres wrong.
Y Harvey decía, antes de que le clavaran una bala, decía: salid, salid del armario.
No solo para protestar contra el sistema, sino para introduciros en el sistema. Las comunidades se hacen fuertes para proveerse del amor y la aceptación que no hallan en el entorno base, para superar el dolor del rechazo y sobrevivir; pero uno no puede permanecer circunscrito en su comunidad igual que en una secta. Uno es parte del mundo; tenga la etiqueta que tenga, el insulto que tenga. El mundo es el que debe abrirse, no al revés; uno no tiene que moldear su autoestima para aceptar que el sistema es hostil y punto.
Por Dios bendito; que, si es Dios, debe amarnos a todos por igual porque así nos creó —¿no?—: salgamos del puto armario de una vez, con nuestras etiquetas, y sacudámonoslas.
Salgamos del puto armario, que es 2020 y llegamos tarde; porque si todos los raros del mundo nos cogemos de la mano y ya no hay diferencia entre un activismo y otro, si los derechos de los negros son iguales en esencia que los de las mujeres, que los LGTBI+, que los de cada colectivo que ha sido pisoteado en mayor o menor escala con violencia de todos los niveles, díganme, por favor, que alguien me diga quién va a pararnos. ¿La mayoría?
Lo cierto es que no hay mayoría, señores.
Pronto no va a quedar nadie en la dichosa mayoría de la moralidad normalizada.
Quizá nunca hubo nadie en ese grupo.
Quizá es todo mentira. Pero que sea su mentira, no la nuestra.
Estoy un poco cansada del término “minorías”.
No se me alarmen. Sigan leyendo.