Me inicié con dos comidas por Calnegre, una con las heroínas defensoras de la playa mazarronera de Percheles, ahora indignadas por las acampadas en la arena, y la otra con mis lorquinos de IU, con los que siempre tengo pendientes revisiones del pasado y conspiraciones de futuro. Acudí luego, con la devoción que me inspiran, a la actuación de las cuadrillas, empezando por la de la Marina de Cope, aunque no pude asistir a la sesión, también anual, de trovos de la Cuesta de Gos, al borde de esa rambla que “se saldría” si, como decía el tío Paco de las Cabras, primo de mi madre y tío de Paco Rabal, “se juntaran toas las indecciones de aguardiente que metomao”.
Por exigencias del guión me dejo caer dos o tres días por la tertulia de café mañanero con conocidos de hace tiempo, y ahí disfruto de la compañía de Horacio Capel, uno de los geógrafos humanos más notables del país, catedrático que ha sido de la Universidad de Barcelona, al que siempre le recuerdo que le debo la publicación de mi primer libro, Nuclearizar España, en 1976, y también me reencuentro con Jesús de la Ossa, de Cehegín, de cualidades y ambiciones literarias que ya quisiera yo.
Tampoco me pierdo el primer día del ciclo agosteño 'Conciertos de la Luna Llena', en lo alto del castillo dieciochesco, disfrutando de una sorprendente soprano y de la Luna que en la mar riela, arrancándole telúricos susurros y adornándola con rizos de plata, etcétera. O de la conferencia que pronuncia, sobre 'Águilas, de 1834 a 1936', mi amigo y compañero de curso Paco García Calvo, ingeniero industrial, sabio en ferrocarriles, al que tanto me cuesta llevarlo por el camino de la ecología, contándonos con rigor y amenidad batallitas de la plata y el inglés, el esparto y el escocés, el ferrocarril y los ingleses, el puerto y los franceses… ¡que somos tierra de colonización! Al día siguiente vuelvo a la Casa de Cultura a la llamada de los amigos de 'Milana bonita', apasionados de Paco Rabal y su ingente obra, que pasan un documental sobre Miguel Hernández y su escueta y desdichada vida, en el que asoma la voz de Paco, “modulada en los barrancos de su tierra”, yo, que se arranca, Paco, con algunos de esos poemas del oriolano, que siempre nos remiten a las cabras y las ramblas, las chumberas y el palmeral, nuestras raíces y a mucha honra.
Me paso por Cartagena, donde disfruto de la compañía de David Avilés, encantados ambos de conocernos y dispuestos a conjuntar nuestra potencia bélica, para terror de los malvados, y luego quedo en Lo Pagán con Julia Albaladejo, a la que exijo que piense en ella y resista al malsano flujo nostálgico que desde el Mar Menor mina su resistencia, y también con Kuki, héroe hace años del Varadero, donde con mi amigo Antoñico Zeneca, en noches de cubatas inspiradores le buscamos las cosquillas al déspota del momento, primer enemigo de la laguna, Tomás Maestre Aznar, con Kuki, que ha sido maltratado por la vida, pero que está fuerte, quedamos en presentar dos próximos libros, el del Agrocantón murciano y el de las Cien Españas, en ese histórico local y en un par de meses. No encontré hueco para lo que me pedía mi viejo amigo Jesús Sola, de Mazarrón, que otra vez será, y pronto.
Rendí visita a Mercedes, la madre de Pepe Guirao, hace poco fallecido, que empezó de ecologista en mi grupo y llegó a ministro, y me encuentro a una mujer lúcida a sus 97 años, doblada por el dolor pero resistente, a la que ya hace cuarenta años di mi pésame por la muerte de otro hijo, Belarmino, el día que nombraban a Pepe director general de Bienes Culturales en la Junta de Andalucía, un notable paso en su vida política, no es justo que las madres vean morir a sus hijos, ni las madres debieran de morir nunca, por supuesto, Beatriz, su hermana mayor, que me sucedió como presidenta del Grupo Ecologista Mediterráneo en 1981, se me queja de que no tiene vida privada, que lleva años atendiendo todos los problemas familiares y que no puede con todo eso, pero yo la conozco y sé que sí.
Como no pude asistir el día que mi amigo y vicepresidente del Consejo para la Defensa del Noroeste, Alfonso Sánchez, convocó una reunión informativa en Pinilla, pedanía de Caravaca que sufre, como casi todo el municipio del asalto, por contaminación y saqueo, del agua de sus fuentes, acudo a la marcha reivindicativa de dos días después, recorriendo varias fuentes del municipio, todas con más nitratos de lo legal y menos caudal del debido, y me quedo pasmado por la belleza y el duende del barranco del Quípar en La Encarnación, donde se cuelga la Cueva del Río Moro y resisten el tiempo unos yacimientos que van del Paleolítico hasta lo ibérico, una marcha en la que disfruto de alegres presencias y me conduelo porque hay quien falta.
He encontrado tiempo para subir al campo de mi niñez y arramblar con los higos que picotean los pájaros y las uvas que se truecan velozmente en pasas, con estos calores, todo ello plantado por mi primo Juan, al que dio la estocada de muerte la autopista criminal que partió en dos su tierra y agotó su vida. Me llevo a mis nietos, y les cuento de mis paisajes de entonces, que quisiera que imaginaran, porque ya no los pueden encontrar, aunque se esforzaran, que no pueden, angelicos. Y lo que no he perdonado ha sido el rato de cervecicas al mediodía, que este año no he podido compartir con mi amigo Ángel Chuqué, que le han quitado el alcohol, ya volverá, pero lo he hecho con Antonio Elvira, un lorquino muy aguileñizado, con cuya conversación me solazo, y con el que los quintos vuelan por pares. Y raticos de mecedora y vuelo libre y encendido, en el que evoco ausencias y esbozo planes.
Último día, con comida, anual, con el cura Juan Manuel Díaz, bien conocido en los confines de los reinos de Granada y Murcia, al fresco de esa playa sin playa de la urbanización 'Mares de Pulpí', cumpliendo el rito que esta vez tuvimos que afrontar combatiendo el dolor profundo de la desaparición de nuestro contertulio Miguel García, lo que hicimos invitando a Javier, yerno del amigo ausente y arquitecto culto, que ha cumplido con nuestras expectativas, siguiendo los deseos de Juan Manuel, que me pareció muy bien mantener la tríada, el cura sigue diciéndome que necesito más teología para mi ecologismo y yo le pincho para que asuma un ateísmo iluminador, sin que ninguno de los dos avancemos posiciones, así que nuestro afecto aumenta, a él le debo mis clases en la Universidad Pontificia de Salamanca y mis dieciséis estancias académicas en Guatemala, o sea qué. Por la noche, renuncio a la reunión prevista con el grupo Manifiesto, de aguileños dispuestos a la política y que yo apoyo, porque se ha convocado cena familiar de despedida, en la que los dos nietos multiplican su poder perturbador enfurruñándose entre sí y contra el mundo en general, todo bien, pues.
Y como me encamino a la operación de cataratas y a varias semanas de frenazo, dejo hechos un par de artículos, uno sobre Chencho Arias, por provocar, otro sobre el puerto del Gorguel, cuyos promotores están dispuestos a saltarse el estudio de impacto negativo, ya quisieran, y éste con la ristra de turbulencias de agosto, pero en esas tres semanas de tan raro asueto aguileño he dejado cerrados los capítulos 2, 4 y 5 de mi libro Rusia es culpable, contra los EE. UU, la OTAN y la UE, sopa de entes cínicos, histéricos y canallas, porque tiene que estar para diciembre, el libro, digo.
Son estancias en las que siempre hay alguien que me ve, saluda y espeta, qué, Pedro, ¿de vacaciones?, ¡claro!, contesto yo, a ver si no.