Chamanes del miedo y la culpa

Desde el origen de los tiempos el miedo y la culpa han sido utilizados como instrumentos de poder para mantener el orden social.
La culpa creció y se convirtió en el gran mecanismo de control social de las religiones monoteístas. El miedo es incluso anterior. Aparece con los primeros sentimientos religiosos a los que Fredéric Lenoir califica de chamánicos en su 'Breve tratado de historia de las religiones'. Los fenómenos naturales, incomprensibles para los primeros humanos, eran desencadenantes de miedos, al tiempo que venerados. Luego, el miedo a los dioses fue uno de los pilares del orden de las sociedades que nacieron con la revolución neolítica.
Desde entonces miedo y culpa han formado parte del poder de persuasión de todas las religiones y de todos los constructos ideológicos. Y así han llegado activos a nuestra era. Lo estamos comprobando estas últimas semanas. Trump utiliza el miedo en su estrategia de imposición de la fuerza bruta como única norma. Al tiempo que culpabiliza a las víctimas de sus acciones de los abusos que él comete.
Desgraciadamente, también estamos asistiendo a un uso desinhibido del miedo por parte de la Comisión Europea y de algunos mandatarios de los estados miembros. Para los que creemos que Europa debe ser la alternativa a este caos civilizatorio, es frustrante comprobar que se está utilizando el miedo como mecanismo de persuasión para buscar una adhesión acrítica a la escalada belicista, que lo es por muchos eufemismos que se utilicen para nombrarla.
No niego que el riesgo de ataque de Rusia sobre otros países limítrofes sea real. Sería ingenuo e irresponsable ignorarlo después de la invasión de Ucrania. Otra cosa es la dimensión y alcance real de ese riesgo, pero las dudas sobre la capacidad de Rusia no pueden ser la coartada para minimizar el riesgo. Tampoco para ignorar otras fuentes de inseguridad, como la dependencia energética o el control oligopolístico de los datos y su uso para desestabilizar las democracias.
No negar esos riesgos no debería hacernos comulgar con ruedas de molino o kits de supervivencia. Esa es la sensación que tengo al ver el relato que se está imponiendo para buscar el apoyo de la ciudadanía a las propuestas de rearme.
Ya se ha escrito mucho y bien en estas páginas sobre la confusión deliberada entre los conceptos de autonomía estratégica, defensa europea y rearme militar. Y de las diferentes orientaciones políticas que comporta fijar la mirada en uno u otro reto.
También sobre la incongruencia que supone apostar por el rearme de Europa sin avanzar en la confluencia y coordinación de los diferentes ejércitos. Si de verdad se quiere defensa europea necesitamos gobernanza europea. La historia nos explica que los estados nacionales se consolidaron a partir del monopolio de tres instrumentos clave: moneda común, fronteras sobre un territorio y ejército propio. Como la vida está llena de contradicciones quizás una defensa común sea el tortuoso camino para avanzar en la construcción política de la UE, pero esta apuesta no parece en el 'Libro Blanco de la Defensa' presentado por la Comisión.
Son muchas las voces que advierten de la trampa que supondría aumentar el gasto militar, sin más, canalizando este esfuerzo presupuestario hacia la compra a empresas de EEUU, cuyo presidente no duda en amenazar con apropiarse, por las buenas o las malas, de una parte, del territorio europeo. Con un ruidoso silencio de la OTAN que se parece mucho a una adhesión tácita.
Siendo preocupantes estas incongruencias en la respuesta europea, lo que me parece más grave para la democracia es el uso del miedo como estrategia comunicativa para conseguir una adhesión acrítica a las propuestas de rearme. Y de la culpa para acorralar a los discrepantes. Miedo y culpa se están utilizando una vez más para reforzar la idea de que no hay alternativa. La vieja TINA (There is no alternative) que tan determinante fue a finales del siglo XX para imponer la hegemonía ideológica de un neoliberalismo corrosivo para la democracia.
El miedo es un buen aliado del mercado, solo hace falta ver cómo los mercaderes del miedo han copado una gran parte del mercado publicitario y de la opinión publicada para vendernos -literalmente- seguridad. Pero el miedo y la culpa se llevan fatal con la democracia, son incompatibles.
En unos momentos en que el miedo al futuro actúa como factor corrosivo de las sociedades, en que los miedos están siendo utilizados por las diversas extremas derechas en sus estrategias de erosión de las democracias desde dentro, es una grave irresponsabilidad usar el miedo para hacer avanzar las propuestas de rearme y utilizar la culpa para acallar dudas y discrepancias.
En un contexto en el que no hay certezas y mucho menos verdades absolutas todo puede y debe ser discutido, sin tabús. La sociedad europea se merece una reflexión serena y un debate maduro sobre cómo afrontar la grave crisis civilizatoria en la que estamos inmersos. Para mantener esta conversación democrática debemos desactivar el miedo y la culpa como estrategia de persuasión y sobre todo acallar a sus chamanes.
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