El 23F y la tortilla sin huevo
Venga, va, os contaré yo también mi recuerdo del 23F, no voy a ser menos. Yo también tengo mi propia batallita, que no solo los veteranos recuerdan aquel día histórico. Yo también quiero contestar a la pregunta que este martes respondían políticos, periodistas, famosos y gente corriente en las televisiones y radios: ¿dónde estabas el 23F, qué recuerdas de aquel día?
El 23 de febrero de 1981 yo tenía seis años, y por desgracia no estuve en el Congreso, ni en el Palace, ni a bordo de un tanque en pleno servicio militar. Mis padres me dejaron esa tarde y noche en casa de unos compañeros mientras ellos, sindicalistas muy activos, se fueron a la Casa del Pueblo (sede de UGT) a poner a salvo los papeles que podrían usar los golpistas para perseguir a sindicalistas. Hay que recordar que, frente a la aceptada idea de “la noche de los transistores”, muchos militantes de izquierda no se quedaron en casa esperando el mensaje del rey, sino que se movilizaron para esconder o incluso destruir documentación, o preparar la salida del país de los compañeros más en riesgo de ser detenidos o asesinados.
Pero yo no iba a contarles el 23F de mis padres, sino el mío, niño de la Transición. Aquella larga noche nos quedamos mi hermana y yo en casa de unos compañeros del sindicato, amigos de confianza. Y para nosotros, niños ajenos al devenir histórico, aquella jornada de 1981 ha pasado a la historia como el “día de la tortilla sin huevo”. Llegada la hora de la cena, Pilar, nuestra cuidadora accidental, dijo que nos iba a preparar, atención, una tortilla francesa. Mi hermana Sara, con cinco años, dijo que quería la suya sin huevo, porque ella no comía huevo. Debo aclarar que mi hermana se pasó muchos años sin querer probar un huevo, una de esas manías alimentarias de la infancia, y obviamente mi madre se lo colaba camuflado en las comidas, aunque sin llegar a la temeridad de ofrecerle una tortilla francesa sin su único ingrediente. Pero aquella noche mítica todo era posible: tras consultar Pilar telefónicamente con mi madre, le preparó una “tortilla sin huevo”, y así se la comió ella, totalmente convencida, y por supuesto agradecida.
Una anécdota entrañable, ¿verdad? Lo tiene todo: día histórico, niños y milagro. Pasados unos pocos años, mi hermana creció y, harta de escuchar tantas veces la misma historia, quiso saber la verdad, claro: “aquella tortilla que me comí, en realidad tenía huevo, ¿verdad? Acepto que me engañaseis por mi bien, aunque no me hace gracia que me tomaseis por tonta; pero ya tengo edad para saberlo…” Sin embargo todos los implicados, tanto la autora de la tortilla como mis cómplices padres, se guiñaron un ojo y decidieron prolongar la broma, insistieron en la versión oficial: te comiste una tortilla sin huevo, esa es la verdad.
Aunque ni ella ni yo nos lo acabamos de creer, éramos todavía niños y dimos por buena la versión de nuestros mayores, hicimos como que nos la creíamos, que tampoco es plan ir fastidiando las leyendas familiares, que empieza uno cuestionando la tortilla sin huevo y acaba por desvelar secretos más gordos. Y así quedó, repetida año tras año, y así ha pasado a la siguiente generación, la de los nietos, que han crecido escuchando cada 23F la vieja historia de la tortilla sin huevo. Es verdad que ellos son menos crédulos, y conforme se hacen mayores empiezan a hacer preguntas, dudan de que fuese posible una tortilla francesa sin huevo en una época en que no había sustitutos veganos, y a veces discuten con nosotros, o con los abuelos, y protestan, se sienten engañados, infantilizados.
Da igual, en casa celebramos cada 23F comiéndonos por todo lo alto una deliciosa tortilla francesa, por supuesto sin huevo. Toda familia necesita mitos fundacionales que la cohesionen, y la nuestra eligió aquella.
Y hasta aquí mi batallita del 23F. Me he quedado sin espacio, otro día les cuento lo que opino del golpe de Estado, el papel del rey, la versión oficial que sigue en pie, las complicidades y silencios, los documentos todavía secretos cuarenta años después, el paternalismo de las autoridades como si los ciudadanos fuésemos menores de edad, etc.
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