Tener perro enseña muchas cosas en la vida. Una muy divertida es que los perros no ladran más cuanto más peligrosos son, sino cuanto más miedo tienen. No hay más que ver a todas esas criaturillas tan pequeñas como un gato a las que sus dueños llevan por la calle sin más protección que sus propias -limitadas- capacidades. Siempre son las que montan un escándalo a la mínima. La razón por la que no verán un gran danés de 60 kilos ladrando es que no tiene necesidad.
En esto las personas no somos muy diferentes, por eso la gente que te puede partir la cara no suele anunciarlo previamente. En el otro extremo del espectro, el comportamiento de Donald Trump de estas últimas semanas sólo se puede comparar con el de un chihuahua al que le hubieran dado una cuenta de Twitter. Ladra, a ver si no nos damos cuenta de que detrás del ruido no hay un hombre fuerte.
Y es que, aunque hayan invertido mucho en que no lo parezca, resulta que en la realidad los presidentes de Estados Unidos no tienen tanto poder como aparentan. La administración estadounidense está fragmentada, igual que la española, en distintos niveles: federal, estatal y local. Y los estados tienen una gran autonomía en asuntos clave como educación, sanidad y seguridad.
Además, en EE.UU. el presidente no es el líder del partido mayoritario en el congreso, hay otra figura que lidera el grupo parlamentario que se llama “Speaker of the House”. Así que Trump no tiene iniciativa parlamentaria y no puede aprobar leyes por sí mismo; depende del congreso para legislar.
A todo esto hay que sumarle que, como en Europa, su poder ejecutivo está limitado por el legislativo: los tribunales pueden bloquear sus órdenes. En suma, el gobierno federal americano tiene menos competencias que, por ejemplo, el presidente del gobierno de España. En muchos casos, sus decretos son más declaraciones simbólicas que acciones con impacto real.
Pero resulta que la idea en torno a la que Trump ha construido su identidad es que es un hombre fuerte y poderoso. Su argumento es que él, a diferencia de los políticos blandengues, sí puede hacer muchas cosas. Por eso en campaña prometió bajar los precios, imponer aranceles del 25% a todos los productos canadienses y mexicanos, poner en marcha un programa de deportaciones masivas de inmigrantes y acabar con la ley que lleva vigente 160 años y que dicta que cualquier persona que nazca en EE.UU. es, por nacimiento, ciudadano americano. Y todo esto prometió hacerlo en el primer día de su mandato. Guau, guau, guau.
Por supuesto que en EE.UU., como en todas partes, uno de los grandes problemas de la política es que es muy difícil mover la maquinaria pública y producir soluciones rápidas y sencillas a problemas complejos. Así que los precios no han bajado, en su primer mes como presidente ha habido menos deportaciones que con la administración Biden y hasta cuatro tribunales distintos -y contando- han paralizado su orden presidencial para revocar el derecho a la ciudadanía por nacimiento con un argumento que oiremos cada vez con más frecuencia: el presidente no tiene potestad para cambiar esa ley porque le dé la gana.
Trump es muy consciente de que la inmensa mayoría de sus medidas no van a ir a ninguna parte. Lo experimentó, con esa cólera de quien nunca ha aprendido a convivir con su propia frustración, durante su primer mandato.
La otra cosa que prometió hacer en el primer día de su mandato fue poner fin a la guerra de Ucrania. Pero esto tampoco puede hacerlo: la guerra de Ucrania se acabará cuando digan los ucranianos. Por eso estamos viendo elevarse el volumen de los ladridos. De esto iba el intento de humillar en el despacho oval a un hombre valiente. Guau, guau, guau.
El espectáculo lamentable del viernes en la Casa Blanca no es el de un pitbull abusón. Es el de un caniche incapaz de convencer en privado al presidente de un país asolado por la guerra para que acepte una paz que no es justa.
En las próximas semanas veremos el mismo patrón repetirse con el resto de sus iniciativas. Sus operaciones para recortar fondos de escuelas y programas sanitarios sin seguir los procedimientos ordinarios serán bloqueadas en los tribunales, descubriremos que no es tan fácil anexionarse Groenlandia, ni convertir Gaza en un resort turístico, ni deportar millones de personas. Se hará evidente que las promesas estrella que le había hecho a sus votantes -como bajar los precios al tiempo que sube los aranceles- son una contradicción económica imposible de conseguir. Entonces su credibilidad se erosionará -ya le está pasando- y todas las bravuconadas de estos días comenzarán a pasarle factura.
La penúltima salida del tiesto de Trump, que ha quedado empañada por esta última calamidad en el despacho oval, explica muy bien el marco que subyace a todas sus acciones. Fue un mensaje en una red social en la que se llamaba a sí mismo “el rey”. Al comentario le siguió un post desde las cuentas de la Casa Blanca en las que salía el propio Trump con una corona.
Cuando a Trump se le acabe el capital político que le ha dado esta primera ráfaga de shock and awe, a alguien se le ocurrirá hacer otro meme de esa imagen, pero esta vez con el rey desnudo. Y es que en un país cuyo mito fundacional es haberse emancipado de un rey y que vive orgullosamente su independencia es una malísima idea definirse como un tirano, sea con corona o gritando en la Casa Blanca.
Junto a las imágenes del rey desnudo, cuando los ciudadanos empiecen a descorrer la cortina, encontrarán lo que hay detrás del decorado de El mago de Oz que ha montado Trump, que no es nada. Entonces las imágenes de un billonario blandiendo una motosierra con la que pretende despedir a miles de empleados públicos, o ésta de Trump intentando -sin éxito- humillar a Zelenski, o la del congresista que le recrimina a un hombre que está luchando una guerra que no haya ido con traje a la Casa Blanca, o la más que probable foto con Putin, serán lo se recuerde de esta oleada de pánico que han causado en el mundo. Y no dejarán de perseguirles hasta que se hundan y desaparezcan.
Esto ya ha ocurrido. Muchas veces. Boris Johnson, que llegó a colgarse de un cable sobre el Támesis disfrazado de payaso -con un estilo diferente, pero la misma estrategia que está usando Trump- también parecía imbatible. Pero como decía Obelix en alguna película, “cuanto más grandes son, más pesados caen”.
Claro que no quiero decir con esto que no vaya a causar ningún sufrimiento. La actitud irresponsable, narcisista y estúpida de Trump se va a llevar por delante, entre otras cosas, muchas vidas humanas en muchos lugares del mundo. Pero, por desgracia, esa tragedia escapa a nuestro control, igual que este descalabro más que previsible se va a producir hagamos lo que hagamos los europeos.
Lo que está dentro de nuestro control y en lo que deberíamos concentrarnos es que, cuando caiga Trump, Estados Unidos no volverá a ser un país aliado. Incluso si vuelven a ganar los demócratas, como ha pasado en Reino Unido, no sabremos por cuánto tiempo. Lo que subyace a toda esta locura que estamos viviendo es que algo muy parecido a la mitad más uno de los ciudadanos de EE.UU. está en una posición que tiene ya muy poco que ver con los principios de la democracia liberal que nos han llevado a caminar de la mano los últimos 80 años.
Ójala el sentido común termine por triunfar al otro lado del Atlántico. Pero hoy los europeos tenemos que hacernos cargo de que no podemos seguir confiando en aquel país, ni para resolver una parte de nuestros problemas, ni para liderar el mundo occidental en las próximas décadas.
No habían pasado ni 10 días desde que Rusia invadió Ucrania cuando una periodista le preguntó al presidente Zelensky cómo era su vida en aquel momento, en el que acababa de renunciar a la posibilidad de huir que le ofreció EE.UU. (“no necesito un avión, sino municiones”) y se escondía en algún búnker improvisado después de mandar a su familia al exilio.
“Mi vida hoy es maravillosa. Creo que soy necesario. Ese es el sentimiento más importante en la vida, sentir que eres necesario, que no eres solo una vacuidad que respira y camina y come algo” contestó, con cara de no haber dormido en los 10 días.
Y yo no puedo estar más de acuerdo. Hoy la vida de todos los europeos es maravillosa también, porque somos necesarios. En los próximos meses vamos a tener la oportunidad de continuar con la mejor tradición de los republicanos españoles, de Churchill, de De Gaulle, de Witold Pilecki y Lyudmila Pavlichenko y todas las personas valientes que nos han traído hasta aquí. Y dar lo mejor de nosotros mismos cuando somos necesarios.