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Un resort sobre una fosa común gazatí mientras limpias el baño

El presidente Donald Trump y el primer ministro Benjamin Netanyahu.
8 de febrero de 2025 22:33 h

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No hay ningún horror que puedan imaginar y que crean increíble que se produzca en nuestro tiempo que no sea posible llevarse a cabo. Si alguien cree que no pueden repetirse los campos de exterminio o las limpiezas eugenésicas es que no atienden a la actualidad y no han leído lo suficiente. No he sido capaz de asimilar todavía el hecho de que Donald Trump anunciara en rueda de prensa que propone una limpieza étnica para la población palestina en Gaza y construir un complejo turístico para disfrute de los israelíes. No puedo normalizarlo ni entender cómo hemos llegado a esta situación en la que después de escucharlo podemos seguir con normalidad, con nuestra vida, con nuestra cotidianeidad y hablando de otros temas. 

Al día siguiente se produce otro hecho que supera al anterior. La proposición de deportar a los gazatíes a Somalilandia o Puntlandia se acerca de manera geográfica y barbárica a la propuesta que Franz Rademacher y Adolf Eichmann elaboraron en 1940 un memorándum para Adolf Hitler que proponía la deportación masiva de los judíos a la isla de Madagascar. Un día más tarde me entero de que Benjamin Netanyahu regaló a Donald Trump un busca de oro en conmemoración con los buscas con los que los sionistas asesinaron a decenas de milicianos de Hezbolá y al menos 12 niños. Solo la psicopatía megalómana de un criminal de guerra puede considerar que un objeto de muerte infantil puede ser algo que merece colgarse en el despacho. Esa perversión moral me recordó a la historia que Curzio Malaparte contó en su libro Kaputt sobre su entrevista con el Ustacha Ante Pavelic que tenía en su despacho un centro de mesa con orejas cortadas de las víctimas de sus soldados. 

Todas las mañanas cuando me levanto pienso que así debió ser. Así fue como ocurrió. De manera paulatina, mientras desayunas, vas al trabajo, haces los baños, un día tras otro, entre tus preocupaciones banales y la impotencia aprendida. Mientras jugueteas con tu gatita y sacas a pasear a tu perrete. Limpias el polvo y de repente la radio vuelve a situarte en el horror. Lo escuchas estupefacto, una punzada te revuelve el estómago, sientes ira, rabia, piensas qué se puede hacer. Cómo ayudar, cómo expresar tu rechazo y formar parte de una resistencia aunque sea moral. Te hundes un poco más al ser consciente de que las fuerzas del poder en el mundo te aplastan con su sola presencia. Vuelves a apretar el spray limpiador sobre la estantería y sigues limpiando el polvo con más pesar, pero con el mismo ritmo automático. La barbarie avanza, tu casa luce más bonita. 

La ansiedad que siento cuando asisto estupefacto a la dinámica de banalidad del mal a la que nos lleva la actualidad me impide analizar la realidad con la frialdad que merecería intentar explicar a dónde nos lleva la aceptación de esta retórica incluso sin que se concrete. La distopía ya no es una ilusión. La simple proposición de proponer que los gazatíes sufran una deportación forzosa creando una limpieza étnica para construir un complejo turístico sin necesidad que se lleve a cabo nos traslada a un mundo expresado antes en la literatura fantástica. Su sola existencia por la palabra crea un monstruo. 

Para que este discurso avance sin restricción ni cortapisas no solo hace falta gente que se sienta impotente, sino esos cómplices que se pliegan además como quintacolumnistas de un agente extranjero incluso cuando sus decisiones pueden afectar a la patria que dicen defender. VOX y Santiago Abascal defienden todas y cada una de las medidas que puede tomar Donald Trump incluso cuando son contrarias a los intereses de España. VOX se pliega a una potencia extranjera cuando Israel propone que los palestinos sean deportados a España y lo hace de la misma manera cuando se ponen aranceles o se amenaza con ellos al sector olivarero o vinícola español que destruirá la economía de grandes regiones españolas. 

A todos nosotros solo nos separa de la barbarie el contexto social y nos creemos que somos buenas personas que jamás cometeríamos crímenes de lesa humanidad solo porque no hemos estado sometidos a un ambiente determinado. Para llegar a ese contexto se logra asistiendo de manera cotidiana a una aberración constante como demostró Philip Zimbardo en su famoso experimento social de la cárcel de Stanford. Aquellas personas que aplauden las deportaciones masivas de inmigrantes irregulares y jalean que separen a familias que estaban en un país extranjero ganándose la vida ni siquiera están inmersos en un contexto que les pueda justificar ese odio. Pero no tengan ustedes dudas de que esas mismas personas son las que le delatarían, le dispararían o les acompañarían al cadalso si la oportunidad les fuera propicia y el contexto político se lo pidiera. Me vuelvo a hacer los baños.

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