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Vox glorifica a Franco. Menuda novedad

El secretario general de Vox, Ingacio Garriga, y el portavoz de Vox en las Cortes de Castilla y León, Juan García-Gallardo.

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¡Vox glorificando el franquismo! ¡Rasguémonos las vestiduras! Indignémonos mucho. Si somos políticos hagamos declaraciones muy intensas. Si somos periodistas gritemos en las tertulias o plasmemos en un escrito nuestro cabreo. Si somos ciudadanos tuiteemos muy fuerte y traslademos nuestro malestar en la oficina, el mercado o el bar de la esquina. Bien, vale. Todo eso hay que hacerlo, pero yo añado algo: ¿Y qué más? ¿Lo dejamos ahí y hasta la próxima, como llevamos haciendo en el último medio siglo? ¿Todavía no hemos aprendido que solo con palabras no conseguiremos nada?

Este lunes García Gallardo volvió a ponerse la camisa azul en el parlamento de Castilla y León para alabar al dictador. Seis días antes uno de sus compañeros de centuria no se quedó atrás en el Congreso de los Diputados al afirmar que la tiranía franquista “no fue oscura, como nos vende este Gobierno, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”. Repugnante y todo falso, sí. Se están viniendo cada vez más arriba, también. ¿Y…? ¿No recordamos que cuando Abascal fundó Vox afirmó que en su partido los franquistas podían sentirse cómodos? ¿Se nos ha olvidado que la fuerza ultraderechista no deja de ser una escisión del principal partido conservador que ha gobernado este país durante 15 años? ¿Preferimos no mencionar que este PP surgió de aquella Alianza Popular que nació en un Congreso repleto de exdirigentes de la dictadura y cuya banda sonora fue una interminable sucesión de “vivas” a Franco? 

Lo dicho, está bien enojarse ante fascistas que hacen cosas de fascistas, pero no podemos quedarnos ahí ni, mucho menos, hacernos trampas en solitario. No estamos ante la excepción, sino ante la regla. Prácticamente hasta ayer el dictador reposaba en el mayor monumento de este país y hoy, aunque en un lugar más discreto, su tumba sigue siendo un templo de exaltación fascista que pagamos entre todos los españoles. Durante casi 50 años de democracia se ha permitido blanquear el franquismo, se ha tolerado que ese periodo histórico no se enseñara o se enseñara mal a las nuevas generaciones, se ha normalizado que las decenas de miles de víctimas fueran insultadas y humilladas.

Vamos a ver. ¡Joder! Que hoy en Madrid sigue habiendo una calle dedicada a los voluntarios que lucharon bajo la bandera de la esvástica y a las órdenes de Hitler, mientras este asolaba Europa y perpetraba el Holocausto. Que hoy en multitud de pueblos siguen presentes símbolos, estatuas y placas dedicadas a golpistas, criminales de guerra y fascistas. Que hoy el Estado sigue sin asumir, como una tarea estatal y una responsabilidad institucional, la recuperación de los cuerpos de quienes fueron asesinados por defender la democracia. Que la última ley de Memoria Democrática sigue sin servir, ni siquiera, para ilegalizar a fundaciones fascistas que financiamos con nuestros impuestos. Que si el familiar de una víctima quiere que la Justicia persiga a sus asesinos se tiene que ir a Argentina para que un tribunal se digne a escucharles… En este contexto, ¿de verdad nos sorprende tanto que los señoros de Vox digan las cosas que se dicen?

No podremos afrontar este gravísimo problema, que nos convierte en una democracia de baja calidad, hasta que reconozcamos la verdad: Franco vive. Podemos seguir engañándonos, como lo hicieron nuestros padres, o asumir la cruda realidad para intentar cambiarla. El dictador murió en la cama, hace 49 años, pero su espíritu siguió y sigue parasitando parte de las instituciones, la judicatura, las fuerzas de orden público, las sacristías, los consejos de administración de las grandes empresas y las redacciones. Los políticos realmente democráticos que protagonizaron la Transición no hicieron su trabajo. Recuperaron nuestras libertades a cambio de un elevadísimo precio que hoy seguimos pagando: mantener la falsificación histórica, preservar la equiparación entre fascistas y demócratas, no molestar al establishment surgido durante la sangrienta dictadura y no romper los poderosos lazos que unían a la recién nacida democracia con el viejo sistema totalitario.

Hasta 1986 éramos capaces de aceptar la manida excusa del “no se podía hacer mucho más”, justificada por el riesgo real de sufrir un golpe de Estado si se osaba intentar arrancar el franquismo de raíz. A partir de ese año, con su segunda mayoría absoluta consecutiva y ya sin ruido de sables, podemos y debemos señalar a Felipe González y a Alfonso Guerra. Ellos fueron los principales culpables de mantener vivo el espíritu del dictador con sus políticas cobardes, equidistantes, insensibles e ignorantes. Esa injusticia no ha sido corregida después. Zapatero fue timorato y sus avances fueron demasiado escasos. El actual gobierno de coalición ha sido más valiente y al menos ha sacado de Cuelgamuros los despojos del dictador y del fundador del primer partido fascista español. Sin embargo, su determinación en este tema y su ley de Memoria Democrática siguen siendo muy insuficientes. 

Ese es el contexto que lo explica todo. La tolerancia, ingenuidad, pasividad y hasta complicidad de nuestra democracia es la que ha permitido que se envalentonen. Por eso ahora ya no dudan en usar las instituciones para blanquear la dictadura, esgrimiendo una sarta de falsedades y medias verdades. Por eso osan pisotear la memoria de las víctimas. Por eso cada día darán un paso más, socavando el Parlamento, generando odio y cuestionando las bases de nuestro régimen de libertades. Por eso acabarán pidiendo abiertamente el final de la democracia. Se atreven porque, a diferencia de lo que Alemania hizo con Hitler o Italia con Mussolini, España permitió que Franco siguiera vivo después de su muerte. No hay medias tintas ni soluciones buenistas. Aún estamos a tiempo de matar al sanguinario dictador con determinación, legislación y educación. ¿Lo haremos o nos conformaremos con el comodín de la indignación?

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