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La fiesta de la vida

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Allí me encontraba, en un evento social. La típica fiesta a la que, sin saber muy bien cómo ni por qué, te ves empujado a asistir. Y es que en realidad, yo no había pedido participar en aquello. Simplemente, alguien me había apuntado, y yo no supe decir que no. Se supone, según decían todos, que iba a ser un evento en el que podría pasármelo bien. Pero no parecía ser así. No me encontraba a gusto. Estaba rodeado de personas con las que prácticamente no tenía nada en común. Me sentía un extraño. Cuanto más avanzaba el evento, más intrascendentes me iban pareciendo las conversaciones de la gente que se encontraba a mi alrededor. Y por momentos, el aburrimiento se fue transformando en hastío. Hasta que, en algún momento, no recuerdo muy bien cuándo, me di cuenta de que había gente hablándome mientras yo estaba pensando en otras cosas.

Hacía tiempo ya que había dejado de escuchar. La fiesta continuaba, y yo seguía sin prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor, porque mi cabeza estaba en otro lado. A medida que iba pasando el tiempo, me iba convenciendo más de que esa fiesta no era de mi agrado, y viendo lo que sucedía, tenía claro que seguir allí iba a significar una pérdida de tiempo. Me planteé irme sin decir nada a nadie, pero dudé. Evidentemente que la opinión de la mayoría de los asistentes me era indiferente. A la mayoría de ellos no los conocía de nada, y estoy seguro de que casi nadie me echaría en falta. Pero había gente allí a los que podría sentarles mal que yo me fuese de esa manera, y eso sí me importaba. Ese fue el motivo por el que me quedé. Decidí quedarme en la fiesta, aunque no me interesaba seguir escuchando a la gente. Años de trato con la gente me había vuelto más huraño. Se podría decir que arisco. Y lo que al principio era indiferencia por estar fuera de lugar y tener que aguantar ciertas cosas, se fue tornando en irritabilidad. Así que terminé por acercarme a la barra donde servían las bebidas.

Allí entablé conversación con el camarero y otro tipo que parecía estar apartado como yo. Hablamos de cosas que estaban pasando en la fiesta. Pero como yo no conocía a la mayoría de la gente de la que hablaban, no entré a valorar. Y cuando hablaron de algún conocido, tampoco opiné, ya que pensé que no merecía la pena entrar en polémicas con desconocidos. Mientras seguíamos hablando, me preguntaba qué pintaba yo en aquel sitio. No le encontraba sentido. La organización, desde mi punto de vista, era un caos. Por mi cabeza pasaban varias maneras de organizar mejor aquella fiesta. Me parecía que la gente estaba por estar. Nadie se preguntaba para qué estaban allí. Aunque aparentaban ser felices, yo estaba seguro de que la mayoría de ellos preferiría estar en otro sitio. En otra fiesta. Yo no entendía cómo la gente podía seguir allí aparentando que todo era perfecto. Y eso me desconcertaba.

El tiempo siguió pasando, y aquí me encuentro. Viviendo una vida sin sentido. Estando por estar. Porque lo que se dice vivir, más bien vivo poco. Para mí, vivir tendría que ser sinónimo de disfrutar de lo que haces, de aprovechar el tiempo, o de hacer algo por lo que merezca ser recordado. Pero ir a trabajar para ganar el suficiente dinero como para que no tengas que depender de terceras personas para hacer tres veces al día, no, para mí eso no es vivir.

Y esa es mi vida. Como la de otros tantos que se encuentran en esta fiesta. Solo que a mí no me gusta la música que está tocando la orquesta.

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