En cierto modo, hay que reconocer que su dirección politizada y hasta los rifirrafes en los que se mete a veces son el precio que pagamos los ciudadanos, y los investigadores en particular, para tener sus datos. De dónde iba a sacar la investigación social y de opinión pública el presupuesto que tiene el CIS si esta se emprendiera solo por motivos estrictamente científicos. Miren a su alrededor, a la financiación de la ciencia en España. Pero todo tiene un límite. Igual que si el CIS se volviera puramente científico se quedaría, por desgracia, sin combustible en su primer viaje, un CIS que descuide su maquinaria y fuerce su rumbo por donde no debe dejará de ser creíble y dejará de ser útil para nadie, Vicepresidencia del gobierno incluida.
Aclaremos que el CIS es una institución muy particular, con dos almas que no tienen otro remedio que guardar un equilibrio. De una parte, es un organismo autónomo que tiene encomendado el estudio de la opinión pública y de las tendencias sociales y políticas en España, así como el ayudar a formular políticas al gobierno a partir de ese estudio. Al mismo tiempo, es una dirección general dependiente del Ministerio de la Presidencia, en el mismo centro político del ejecutivo, lo que, como es fama, le hace funcionar con una autonomía que a veces es moderada y que a veces es perceptible solo para ojos muy entrenados en la oscuridad, pero que le dota de amplios recursos y de capacidad de influencia.
El equilibro, hay que decirlo, nunca ha sido el que podríamos considerar óptimo para los intereses de la sociedad española, incluso los intereses del buen gobierno considerado en su conjunto. El interés a corto plazo casi siempre pesa más de lo debido. De este modo, el CIS se ha resistido, por ejemplo, a planificar sus series de datos comprometiéndose con hacer preguntas regulares periódicamente (los barómetros forman parte del plan estadístico nacional, pero son de tema libre, el plan es que no hay plan); tampoco los estudios temáticos -inmigración, valores sociales, educación, religiosidad, desigualdades, hábitos de vida…- tienen un hueco asegurado -dependen de la voluntad de los directores- salvo las encuestas sobre temas electorales y de política partidista, que esas los gobiernos, y parece que vamos más, se ve que se las desayunan, meriendan y cenan sin aburrirse del plato; muchas veces, por último, los temas de interés coyuntural en los que el CIS podría hacer una contribución al debate público se saltan o se estudian pobremente, en la creencia -equivocada o no- de que la mejor manera de “ayudar a formular” una política es no remover el asunto con preguntas.
Desde 2008 ya vamos por cinco presidentes, siete directores de investigación, cinco directores de banco de datos, tres de publicaciones y cinco secretarios generales. Es peor que el ciclo político, que ya sería bastante malo. Con ese nivel de rotación es lógico que uno confunda el estudio de la sociedad española con seguir la sombra de los ministros. Una institución científica que investiga datos que solo pueden medirse con precisión si se estudian de manera continuada o mediante estudios monográficos muy planificados no puede tener siete directores de investigación distintos en doce años. El actual presidente lleva dos en año y medio. Es imposible, sin más.
Sumo desde 2008, si se me permite contar mi vida, porque entonces empecé a trabajar en el CIS, del que tengo un estupendo recuerdo: de su personal, profesionales muy capaces y rigurosos, que son constantemente mareados y desmoralizados por sucesivas olas de equipos directivos. Mi empleo duró dos años y cuatro meses, hasta que la presidente que me había contratado como consejero técnico fue cesada, según los indicios que entonces se publicaron, por empeñarse en mostrar una indispensable autonomía técnica frente a algunos deseos de la vicepresidente, tales como hacer incumplir el calendario ya publicado de estudios para detener alguno que de pronto se juzgaba inoportuno. Si le hacen la mitad de la mitad a una presidente del INE a España la expulsan del Eurostat sin contemplaciones.
El CIS estaba necesitando un impulso en la autonomía de funcionamiento, en la dirección profesional y en la modernización científica, pues la investigación por encuestas está cambiando mucho más deprisa que el CIS. Da la impresión de que obtiene lo contrario, y no creo que sean cosas mías, de egresado resentido; dejen esto aquí si quieren y lean este estupendo hilo de la profesora Eva Anduiza sobre el asunto, que es mucho más amable pero tiene más autoridad.
Yo diría que la dirección del CIS ha tomado en los últimos tiempos unos rumbos muy difíciles de explicar. Al público general le puede llamar la atención que fuera una de las encuestas que peor predijeron los resultados en las últimas elecciones, pese a los (comparativamente) fabulosos medios invertidos, pero eso, siendo un problema para su reputación, no es fatal porque se puede explicar si se quiere (y no, el extenso documento en idioma sociolingo que acompañaba a la predicción que se hizo no cuenta). Lo que es difícil de explicar es que se hagan desaparecer los paneles electorales, que se minimice la investigación de asuntos que no estén inmediatamente relacionados con el gobierno y las elecciones en una medida nunca vista, que se incrementen los tamaños de muestra para los estudios electorales sin una justificación técnica y con un coste económico tal que es difícil que haya recursos para nada más, que se cambie de criterio sobre qué datos son los que la dirección del CIS da por buenos como pronóstico electoral según su sentido de la oportunidad política, o que -ya puestos- se dejen ver rasgos de impericia inexcusable como preguntas con una redacción imposible y poco profesional, o hasta que se varíe la puntuación de una escala de valoración de líderes rompiendo series de datos incluso cuando se mantienen... Eso por no hablar de los proyectos internacionales, que solo son de interés científico. Como se sabe, la fundamental Encuesta Social Europea se ha terminado de salvar gracias a que el Ministerio de Ciencia ha pagado la cuota; otros proyectos de colaboración internacional menos conocidos puede que estén en el alero.
El CIS necesita mejorar para evitar la obsolescencia científica y política, y tiene la capacidad profesional para hacerlo. Necesita ser útil en un país descentralizado, que es para lo que se necesitan macro-encuestas, y no para publicar pronósticos electorales detallados provincia por provincia, que sirven para intentar influir en el clima de campaña de cada pueblo de España y poco más. Necesita investigar las cuestiones sustantivas importantes: ¿cuándo se ha interesado el CIS, por ejemplo, por la educación pública? Hay temas centrales que solo se tratan ocasionalmente o, con suerte, a impulsos [1]. Necesita ser constante para que un día podamos entender cuándo y por qué las actitudes cambiaron sobre asuntos de interés, y no tengamos que imaginarlo -como en el caso anecdótico de la monarquía- porque se ha dejado de preguntar, o tengamos que reconstruirlo con parches basados en varias preguntas distintas ideadas por equipos de dirección diferentes, en el caso de que se acordaran del tema (intenten averiguar lo que piensan o han pensado los españoles sobre el aborto según el CIS y verán la que les espera). Necesita hacer encuestas homologables con las que se hacen en otros países. Para una cosa en la que se especializa, las encuestas electorales, es inexplicable que no se hagan paneles (entrevistas a las mismas personas a lo largo del tiempo, como antes y después de las elecciones), pues no hay lugar en el mundo donde no se hagan y lo que estábamos necesitando eran paneles con más olas. Es un despropósito el no haber hecho encuestas panel en estas elecciones. Necesita, además, adaptarse a las técnicas de investigación modernas, como los paneles online. Y así podríamos hacer la lista de asuntos en los que pienso que casi cualquier persona que haya trabajado en el CIS diría: es lo que intentaríamos hacer, si se pudiera.
En definitiva, el mayor problema no es que el CIS se meta en política. Todos estamos de acuerdo en que es un poco marciano que el gobierno publique, a través de esta Dirección General, pronósticos con marchamo científico sobre quién va a ganar las elecciones a la vez que compite en ellas; y es jupiterino cuando el presidente de la institución cierra el círculo y recomienda por escrito el voto al partido del gobierno, del que a regañadientes abandonó la ejecutiva para ocupar este cargo. Pero hasta eso tendría un bochornoso pasar si fuéramos mejorando las cosas que hay que mejorar, en lugar de ir en sentido contrario. El CIS y la comunidad investigadora han ido aguantando que se consuma parte de su reputación a cambio de obtener recursos y medios técnicos que le permitieran compensarlo con buen hacer científico, pero si el plan fuera gastarla como una tea porque la legislatura se presenta fea, ese pacto tácito se rompería. En mi opinión el gobierno debería ser el primer interesado en no romperlo si quiere seguir contando con un CIS realmente útil a medio plazo.
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[1]
El ejemplo de la educación es relevante e ilustrativo. La última vez que se preguntó, de forma muy, muy somera (dos simples preguntas) sobre la escuela pública frente a la privada o concertada fue en 2012, y no me consta que en este siglo se haya hecho un estudio extenso sobre el núcleo de la educación obligatoria (si alguien lo encuentra, le agradezco la información). Los españoles preferían la escuela pública en proporción casi de tres a uno. Sobre la forma de financiar la educación de cero a tres años se hizo una única y tímida pregunta en 2009, cuando el gobierno lanzaba la iniciativa. La mayoría querían que fuera pública, seguido de convenios en los centros de trabajo, seguidos de ayudas a las familias, seguido de conciertos con los centros privados, lo menos preferido, pero la opción elegida. Nunca se ha vuelto a tocar el tema. Para encontrar alguna pregunta sobre universidades hay que ir aún más atrás en el tiempo. Por cierto, la mayoría de los españoles se mostraban favorables a una financiación competitiva basada en indicadores de calidad.
Sobre un asunto como la valoración de la educación debería haber datos continuados y apenas se puede decir que los haya ocasionales, pero es que incluso en cuestiones donde se ha trabajado bien se ha hecho a rachas. Un ejemplo de muchos es la inmigración, que dejó de ser parte de los intereses del CIS justo en los años en los que la inmigración crecía a pasos de gigante.