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Divididas Podemos

Existe la creencia de que, en política, la división es una mala receta que debilita las perspectivas electorales de quienes la sufren. Dicha creencia está fundamentada esencialmente en dos premisas. En primer lugar, el sistema electoral de las elecciones generales suele imponer un castigo a los partidos más pequeños, especialmente porque quedan excluidos del reparto de escaños en las provincias menos pobladas. Y en segundo lugar, la división interna de los partidos genera rechazo y desánimo entre los votantes. Existe en la ciencia política numerosa evidencia que los votantes penalizan las discusiones y fracturas dentro de los partidos, pues no suelen considerarlos como un debate constructivo de proyectos alternativos sino más bien el resultado del politiqueo y de luchas por el poder.

A priori, parecía que Unidas Podemos iniciaba este ciclo electoral de la peor forma posible. La decisión de Íñigo Errejón de reeditar Vistalegre II, rompiendo con su partido justo a pocas semanas del inicio de una campaña electoral parecía ser la peor receta para afrontar unas elecciones con éxito. El sistema electoral en las elecciones europeas, autonómicas y municipales castigan menos la fragmentación, por lo que la decisión de Errejón y UP de ir por separado no parecía ser un problema en ese sentido. Sin embargo, existían motivos poderosos para creer que el divorcio traumático de las dos facciones de Podemos sí podía alimentar un clima de desafección entre sus bases que acabara derivando en un desgaste electoral.

Existían motivos, pues, para ser pesimistas sobre la suerte electoral de Podemos en este ciclo electoral. Sin embargo la preelectoral del CIS indica que la fractura entre Errejón y Podemos podría estar siendo beneficiosa en las elecciones autonómicas de Madrid. De hecho en los últimos años hemos visto en la política española sonados ejemplos de cómo la apuesta por la unidad no siempre conlleva beneficios. La coalición de ERC y Convergència bajo el paraguas de Junts pel Sí provocó que muchos votantes de izquierda partidarios de la independencia, pero descontentos con las políticas de recortes del gobierno de Artur Mas, acabará por votar a la CUP. La izquierda anticapitalista obtuvo unos resultados excepcionales que sólo se justifican por haberse convertido en un refugio de una izquierda independentista que no quería ir de la mano de la antigua CiU.

Así, Junts pel Sí no logró convertirse en la suma de las partes, pues retrocedió con respecto al porcentaje de votos de las elecciones de 2012. Un segundo ejemplo reciente similar es Unidos Podemos, la alianza entre Podemos e Izquierda Unida en las elecciones de 2016. La coalición entre estas dos formaciones generó el rechazo de un importante parte de los votantes de IU, especialmente entre las mujeres. Según el CIS, casi la mitad de los votantes de IU en 2015 decidieron no aceptar la coalición y optaron por otras formaciones (especialmente el PSOE) o la abstención.

En definitiva, la unión no tiene por qué generar los efectos multiplicativos que, a veces se proponen. De hecho, las dos experiencias anteriores constatan que incluso en ocasiones no son capaces de retener ni la mera suma de las partes. El caso de Más Madrid y Podemos parece ser otro ejemplo si hacemos caso a la encuesta preelectoral CIS. Aunque era lógico pensar que la escisión de Podemos podía haber generado un rechazo entre los votantes y, por ende, un coste electoral, los datos indican que no es así.

La encuesta muestra que Unidas Podemos en Madrid sería más fuerte entre los votantes marcadamente de izquierdas, siguiendo el perfil habitual de esta formación (véase el gráfico de la izquierda). En cambio Más Madrid de Errejón es más transversal, con menor presencia en la izquierda pero, a su vez, con mayor capacidad de atracción del votante de centro-izquierda. En este sentido, Errejón habría conseguido el objetivo que ha intentado alcanzar a lo largo de los últimos años: una marca transversal que sea igualmente atractiva desde la extrema izquierda hasta en el centro-izquierda. Hasta ahora sólo lo había conseguido Manuela Carmena, pues el atractivo de Podemos siempre ha quedado muy escorado a la izquierda.

La candidatura de Más Madrid puede ser una marca que atraiga a muchos votantes del PSOE que no votarían a Unidas Podemos, pero sí lo harían por un perfil como Íñigo Errejón y, especialmente, Manuela Carmena. De hecho, según el CIS, una parte importante de los beneficios de que Más Madrid y Unidas Podemos vayan por separado es que consigue ser más atractivo para el entorno socialista.

La decisión de incorporar las dos caras de los candidatos en la papeleta no sólo puede ayudar a los votantes a reconocer el nuevo nombre de la candidatura sino que sobre todo pueden generar un “efecto contagio”, esto es, que la reputación de Carmena no sólo influya en las elecciones municipales sino también en las autonómicas. En las elecciones de 2015, muchos votantes de izquierdas optaron por dividir su voto: Carmena para las locales, Gabilondo para las autonómicas. Según el CIS, un 28% de los votantes de Ahora Madrid en las locales, eligieron la papeleta del PSOE en las autonómicas. La estrategia de Más Madrid de fusionar la imagen de Errejón a la de Carmena hasta en la papeleta electoral buscaría reducir al mínimo posible este voto dualizado e intentar que todo voto a Carmena también sea un voto a Errejón.

En definitiva, la fractura en Madrid lejos de generar costes parece que podría propiciar un efecto multiplicativo. Como se muestra la preelectoral del CIS (véase el gráfico de la derecha), el saldo final de la división es de una mejora sustancial de la intención de voto con respecto a las elecciones generales del mes pasado. Y esa mejora no se concentra sólo en el centro-izquierda (donde la diferencia es más destacable) sino en todo el espectro ideológico. La fractura parece generar efectos beneficiosos desde la extrema izquierda hasta las posiciones más moderadas de centro-izquierda.

El próximo domingo podríamos estar ante un interesante ejemplo de cómo la división no tiene por qué inherentemente acarrear costes electorales. En ocasiones ir por separado permite recoger de forma más eficiente distintas sensibilidades que difícilmente caben en un solo proyecto. Muchos creíamos que la ruptura entre Errejón y Podemos podría generar un clima de desánimo y desafecto entre sus bases, pues las divisiones internas no suelen ser bien recibidas por el electorado. Sin embargo, los datos no parecen avalar que así sea. Veremos el próximo domingo si realmente nos encontramos ante un ejemplo inmejorable de que, a veces, divididos se puede más.

Existe la creencia de que, en política, la división es una mala receta que debilita las perspectivas electorales de quienes la sufren. Dicha creencia está fundamentada esencialmente en dos premisas. En primer lugar, el sistema electoral de las elecciones generales suele imponer un castigo a los partidos más pequeños, especialmente porque quedan excluidos del reparto de escaños en las provincias menos pobladas. Y en segundo lugar, la división interna de los partidos genera rechazo y desánimo entre los votantes. Existe en la ciencia política numerosa evidencia que los votantes penalizan las discusiones y fracturas dentro de los partidos, pues no suelen considerarlos como un debate constructivo de proyectos alternativos sino más bien el resultado del politiqueo y de luchas por el poder.

A priori, parecía que Unidas Podemos iniciaba este ciclo electoral de la peor forma posible. La decisión de Íñigo Errejón de reeditar Vistalegre II, rompiendo con su partido justo a pocas semanas del inicio de una campaña electoral parecía ser la peor receta para afrontar unas elecciones con éxito. El sistema electoral en las elecciones europeas, autonómicas y municipales castigan menos la fragmentación, por lo que la decisión de Errejón y UP de ir por separado no parecía ser un problema en ese sentido. Sin embargo, existían motivos poderosos para creer que el divorcio traumático de las dos facciones de Podemos sí podía alimentar un clima de desafección entre sus bases que acabara derivando en un desgaste electoral.