Feijóo aparca el debate ideológico en el PP: congresos solo para reafirmar liderazgos
La última vez que el Partido Popular abordó un debate ideológico, Mariano Rajoy dormía plácidamente en el Palacio de la Moncloa, la sentencia de la Gürtel que condenó a su partido era una amenaza sin concretar, Vox aún no había irrumpido en las instituciones y ni siquiera se había producido la foto de Colón. La última vez que el PP se abrió a un debate de ponencias con sus bases, la pandemia provocada por el coronavirus solo era un temor en la cabeza de los epidemiólogos que estudiaban lo ocurrido años antes en el sudeste asiático, Rusia no había declarado una guerra en Europa por primera vez en décadas y la llegada de la ultraderecha al Elíseo francés parecía un riesgo superado.
En 2017, año del último congreso ordinario del PP, Pablo Iglesias encabezaba un grupo parlamentario de 67 diputados, Albert Rivera pugnaba por liderar la derecha española desde Ciudadanos e Isabel Díaz Ayuso era portavoz adjunta del PP madrileño que lideraba oficiosamente una Cristina Cifuentes todavía al alza. Pedro Sánchez había dimitido como diputado y todavía no había reconquistado el liderazgo del PSOE.
Aquel año se celebró el último cónclave ordinario del PP. Desde entonces, el que se autodenomina primer partido de España por número de afiliados no aborda un debate ideológico, pese a que la derecha ha tenido tiempo de partirse en tres y de ver agonizar a Ciudadanos. Fue en el XVII Congreso Nacional, que se celebró unos meses después de que Mariano Rajoy lograra su segunda investidura como presidente del Gobierno gracias a la abstención de buena parte del PSOE, tras la repetición electoral de junio de 2016. La fase presencial se produjo entre el 10 y el 12 de febrero, en Madrid, bajo el lema España Adelante. En él se debatieron y votaron miles de enmiendas a las múltiples ponencias de las diferentes áreas de trabajo redactadas por los responsables de un cónclave que presidió la aragonesa Luisa Fernanda Rudi.
Fue el congreso, por ejemplo, que instauró el sistema de primarias del que ahora reniega el propio Rajoy por considerarlas la puerta de entrada del “populismo”. Y eso que el aparato se guardó un as en la manga: una segunda vuelta con voto restringido a los compromisarios que puede reconducir lo que elijan los afiliados. Así ocurrió un año después, en la elección de Pablo Casado. Las primarias abiertas a toda la militancia las ganó Soraya Sáenz de Santamaría; el cónclave posterior eligió a Casado gracias a los delegados que le cedieron otros candidatos, como María Dolores de Cospedal.
Aquel congreso de 2017 consagró a Rajoy al frente del partido, y sus posibles sucesores apenas tuvieron relevancia durante su celebración. “Veo a Rajoy gobernando doce años”, dijo Fernando Martínez-Maillo, por entonces vicesecretario de Organización del PP. Meses después, el partido despertaba del sueño rodeado de la misma corrupción de la que intentaba zafarse desde la década anterior. El XIX Congreso Nacional se celebró apenas un año después, también en Madrid y en un clima de emergencia. La sentencia de la Gürtel reventó al partido, motivó la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa y terminó con la carrera de Rajoy.
Casado fue elegido líder sin ningún debate ideológico ante la urgencia del momento, pese a que el ascenso del dirigente palentino suponía una enmienda tanto a las formas como al fondo de las políticas desarrolladas por Rajoy en sus mandatos. Y eso que unos años antes entró en el núcleo duro de mando del PP como vicesecretario de Comunicación.
Pero el discurso desplegado por Casado hasta su reciente defenestración era opuesto al de su predecesor. Ya en aquel julio de 2018 dijo: “El PP ha vuelto”. Y se comprometió a “conectar con la España de los balcones y las banderas”, una referencia a la respuesta que dio el Gobierno del PP al desafío soberanista en Catalunya. Defendió la “unidad nacional”, la educación concertada, “la natalidad”. “Hay que recuperar Tabarnia”, llegó a señalar, para atacar a “la ideología de género” y llamar a los suyos a mostrarse “sin complejos”.
Entonces, nadie impugnó el nuevo tono del recién elegido presidente del PP. Tocaba hacer llamamientos a la unidad y cerrar filas ante el abismo que se abría frente al partido que tradicionalmente había aglutinado a la derecha española y que, por entonces, contaba con un poderoso rival en Ciudadanos. Apenas unos meses después, se unió a la batalla la ultraderecha de Vox.
Las divergencias internas surgieron pocos meses después. En febrero 2019, el presidente del PP compartió foto con la derecha y la ultraderecha política para reclamar un adelanto electoral que llegó apenas dos meses después: Casado se derrumbó hasta los 66 escaños, Rivera acarició el sorpasso con 57 y Vox irrumpió en el Congreso con 24.
Feijóo tampoco aborda el debate ideológico
Casado se ha ido como llegó: en medio de una crisis interna. Su salida prematura de la planta noble del número 13 de la madrileña calle Génova ha supuesto la entronización de Alberto Núñez Feijóo. Un regreso al pasado. Una vuelta declarada y expresa al marianismo. Y todo otra vez sin el más mínimo debate ideológico con las bases del partido.
El XX Congreso Nacional del PP, celebrado en Sevilla este mes de abril, también ha sido extraordinario y urgente, lo que permite según los estatutos evitar las ponencias. Permite, que no impone. Las normas internas del partido sí dan margen para hacerlo en su artículo 32: “En los Congresos Extraordinarios no será obligatorio el debate de ponencias”. La decisión de la Junta Directiva Nacional fue ir a un segundo cónclave consecutivo sin analizar los fundamentos teóricos y orgánicos del PP.
En las semanas previas a su celebración, el presidente del comité organizador, Esteban González Pons, defendió en varias ocasiones la imposibilidad de abordar un debate ideológico en tan poco tiempo. En algún momento el hoy vicesecretario de Institucional expresó incluso su opinión de que Feijóo sí debería pensar en convocar un congreso ordinario durante su mandato que permita revisar, por ejemplo, los estatutos, sin tocar desde 2017. La fórmula de primarias está en lo alto de la lista de asuntos a repensar. Feijóo ha apelado a recuperar una “política para adultos”, título del segundo libro de memorias de Rajoy, donde reniega del procedimiento que él mismo asumió hace cinco años.
La decisión está en manos de Feijóo, quien no parece dispuesto de momento a abordar el debate ideológico y el de estatutos a las puertas de un nuevo ciclo electoral, que espera que acabe con él sentado en La Moncloa. “No hay nada previsto al respecto”, afirman a elDiario.es fuentes de su dirección. “No tenemos por qué”, insisten las mismas fuentes, que justifican la urgencia del congreso de Sevilla en la necesidad de renovar el liderazgo de Casado, abrasado por su guerra fratricida con Isabel Díaz Ayuso.
La ausencia de un debate ideológico permite no abordar las claras diferencias discursivas que hay entre Feijóo y otros barones y la misma presidenta de la Comunidad de Madrid, que van desde la relación del PP con la ultraderecha hasta qué papel debe cumplir el partido como oposición al Gobierno de coalición. Los dirigentes del PP se mueven entre el recelo al fervor popular que la dirigente madrileña provoca en las bases del partido y la necesidad de recurrir a ella en sus procesos electorales ante el auge de la extrema derecha que han alimentado los últimos cuatro años.
El último ejemplo fue en Castilla y León. Mañueco tiró de Ayuso ante los datos de los sondeos, pese a que ambos habían protagonizado algún choque sobre la gestión de la pandemia. En el cierre de campaña, en Valladolid, la presidenta madrileña recibió la ovación más sonora de la tarde y lanzó una suerte de decálogo ideológico sobre cómo debería ser el PP y la batalla cultural que la derecha debería dar, sin renunciar al nacionalcatolicismo, los toros, la monarquía o ETA. Casado, por su parte, alertó: “El PP o el caos”. La diferencia discursiva entre ambos es menor. El entonces líder del partido habló de Venezuela, la Hispanidad o los “podemitas”. Pedro Sánchez ya no era “un felón”, pero casi.
Aquél día, Feijóo hizo un discurso centrado en la defensa de Mañueco, con apelaciones a rescatar un PP “de mayorías” para reivindicar el bipartidismo imperfecto que dominó España durante décadas. El dirigente gallego reivindicó su estilo, al que señaló como causa de que Vox no tenga ninguna presencia en su comunidad.
Solo un mes después, el dirigente gallego visitaba Madrid en su tour por España como candidato único a liderar el PP y compartió escenario con Ayuso. Allí rehabilitó a la presidenta de las acusaciones de corrupción lanzadas por Casado, pero también señaló su lugar: Madrid y en tándem con José Luis Martínez Almeida. “Somos una retaguardia, un equipo de soldados que te vamos a acompañar en este momento crítico. Pero un equipo que tiene poca paciencia para las tonterías, poco aguante para las imposiciones”, le advirtió ella en su turno.
Desde entonces, las diferencias discursivas entre ambos se han hecho evidentes. Mientras Feijóo, por ejemplo, reniega en voz alta de Vox hasta el punto de borrarse de la toma de posesión de Mañueco para no tener que compartir espacio con Santiago Abascal, con el que apenas ha compartido un par de whatsapps. Feijóo quiere 11 millones de votos y gobernar en solitario, no se conforma con liderar un “partido bisagra” y apela a los votantes socialistas desencantados con Sánchez, pero en las antípodas de lo que significa Vox, pese a haber tolerado la coalición en Castilla y León y no tener ningún plan para romper el resto de pactos del PP con la extrema derecha. Ayuso, por su parte, dice que gobierna “en coalición” con Vox y asume en sus discursos las directrices ideológicas de la extrema derecha, así como bulos del estilo de los 20.000 millones del Ministerio de Igualdad.
También se ha abierto un campo de batalla ideológico entre ambos sobre cómo debe ser la relación tanto con el PSOE como con el Gobierno de coalición. Feijóo apuesta por mostrarse “útil”, por aportar “soluciones” a los problemas que tienen los españoles. Su discurso pasa por ofrecer al Ejecutivo propuestas, lo que no implica que realmente quiera alcanzar pactos. Dice estar abierto a negociar la renovación del Poder Judicial y permitir así un giro hacia una mayoría progresista tanto en el CGPJ como en el Tribunal Constitucional. Incluso se ha ofrecido a ser un sostén del Gobierno si Sánchez rompe con Unidas Podemos. Eso sí, si el PSOE gira hacia sus postulados: bajar impuestos y recortar gasto público.
Esa renovación del CGPJ prometida está todavía pendiente incluso de designar a los interlocutores. Pero antes de ver el resultado. La presidenta madrileña ya ha criticado incluso la propia existencia de la reunión. Para Ayuso, pactar cualquier cosa con Sánchez es hacerlo “con el desastre”. La dirigente hizo del lema “socialismo o libertad” su leit motiv electoral en 2021, y lo mantiene plenamente vigente. Esta misma semana se congratulaba en la toma de posesión de Mañueco, a la que sí acudió, de que Castilla y León fuera varios años de “socialismo free”.
En el PP señalan que ambos mantienen “buena sintonía” y que hay “buen ambiente de futuro”. Pero también la había con Casado hasta que este percibió que el mensaje de Ayuso traspasaba, con mucho, las fronteras de Madrid y que ella se erigía en la oposición a Sánchez.
Las evidentes discrepancias entre ambos solo se pueden dirimir en discursos públicos y en la pugna orgánica. Feijóo ha diluido el peso de Ayuso en la nueva ejecutiva del PP, mientras ha cedido a la presidenta regional el control del PP de Madrid. Eso sí: el congreso autonómico que se celebrará el 20 y 21 de mayo será extraordinario también. Y sin ponencias. Ayuso se hará con el control de la organización regional sin haber sometido sus líneas generales a las bases del partido. Asumió la candidatura en 2019 por imposición digital de Pablo Casado y ahora asumirá la Presidencia por aclamación, pero sin abrir el melón del debate de ideas.
Tampoco lo habrá en Galicia. El PP que deja Feijóo elegirá a su sucesor también en un congreso extraordinario que se celebrará, casualmente, los días 21 y 22 de mayo. En ninguno de los dos casos existen motivos públicos para tanta prisa, más allá de “prepararse” para las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023, según han declarado portavoces de ambas organizaciones. Pero retrasar los cónclaves un mes, por ejemplo, permitiría que en ambos espacios se pudieran debatir ponencias.
No ocurrirá. Desde el entorno de Feijóo apuntan que no es necesario. Desde Génova, fuentes de la Secretaría General que dirige Cuca Gamarra señalan a elDiario.es que la ideología del PP “está reflejada” en sus “principios fundacionales” y en sus “programas electorales”. El último de Ayuso consistió en apenas una hoja por una cara, lo que le valió, eso sí, para ganar de calle las elecciones de hace casi un año.
Si el PP nacional no quiere dar muchas explicaciones sobre los procesos internos, desde el PP de Madrid tampoco. “La dirección del partido ha entendido que como el congreso venía con retraso había que hacerlo cuanto antes y por eso ha sido extraordinario”, apuntan fuentes de la organización del congreso madrileño, informa Fátima Caballero. “Al ser así, se permite que sea sin ponencias y así se ha decidido, porque con un mes técnicamente es imposible designar a personas que hagan una ponencia para luego aprobar textos y luego enmiendas”, concluyen las mismas fuentes.
Feijóo quiere dejar atrás la vida orgánica, que dice que no interesa a los ciudadanos, y centrarse en las políticas económicas, donde parece que se disputará el final de la legislatura. Está por ver si la jugada le sale bien o si Ayuso también se convierte en el principal dolor de cabeza del líder del PP, como lo fue de su predecesor.
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