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CRÓNICA

Sánchez y Feijóo tratan de desmarcarse de sus potenciales socios en una España de bloques

La ministra de Igualdad, Irene Montero; la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo durante un acto sobre la Infancia

Esther Palomera

7 de julio de 2023 22:30 h

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Cuando la extremeña María Guardiola asumió el papel protagonista en la función de la coherencia y los principios frente a Vox, hubo quien se apresuró a dibujar a Alberto Núñez Feijóo como la única opción segura de cambio por la vía de un Gobierno en solitario sin representación de la extrema derecha. “El líder de la derecha avanza en su estrategia de romper con la política de bloques”, llegó a proclamar la trompetería mediática que replica los argumentarios de la calle Génova. Una semanas después,  Guardiola se comía sus palabras y anunciaba un gobierno en coalición con quienes “niegan la violencia machista, deshumanizan a los inmigrantes y tiran a una papelera la bandera LGTBI”. Y todo, después de una conversación entre Feijóo y Abascal, para desbloquear la formación de gobiernos autonómicos.

La escena, que trasciende la política extremeña, ponía negro sobre blanco la dependencia del PP de los de Abascal en una España que hace tiempo sustituyó el bipartidismo imperfecto por el bloquismo, mucho más imperfecto y mucho más peligroso en una España donde la extrema derecha está dentro de las instituciones y su normalización es ya en una realidad en buena parte de Europa.

Tan dependiente es el PSOE de la izquierda a su izquierda como lo es el PP de una extrema derecha que ha conseguido que una parte de la ciudadanía confunda su ideario con el del partido de Feijóo. Y lo que es peor: que el PP haya sucumbido a su ideario y normalizado que un partido que estigmatiza a las minorías, está a favor de recortar derechos a los inmigrantes y está dispuesto a recortar derechos sociales sea su socio natural. Y esto, sobre todo, es lo que trata de sacudirse el candidato del PP en esta campaña electoral con la llamada al voto útil y las apelaciones constantes a un Gobierno en solitario que se antoja imposible en la medida en que Vox hará valer sus escaños tras el 23J si son necesarios para que Feijóo llegue a la Moncloa. 

Mientras la campaña del PSOE pasa por visibilizar los acuerdos PP-Vox en comunidades y ayuntamientos, los de Feijóo se presentan ante la opinión pública como un partido transversal, que huye de los extremismos y que garantizará un cambio tranquilo, como si pudiera haber serenidad con una coalición en la que los nostálgicos del franquismo y de que cualquier tiempo pasado fue mejor son cada día más explícitos en sus propósitos. 

Pedro Sánchez, por su parte, trata de esquivar cualquier asunto que le recuerde a Podemos y poner en valor la importancia de que Sumar haya sido capaz de aglutinar a 15 partidos a la izquierda del PSOE y de las formas de Yolanda Díaz no se parezcan ni a las de Irene Montero o Ione Belarra, y mucho menos a las de Pablo Iglesias. Que la vicepresidenta segunda trata en su campaña de acentuar un perfil propio frente a sus colegas del Consejo de Ministros, cargue en ocasiones contra el PSOE o se atribuya la paternidad de medidas sociales que no le pertenecen en exclusiva tampoco es algo que preocupe en el cuartel general de los socialistas. Al fin y a la postre, ambos electorados son vasos comunicantes y la izquierda en su conjunto aspira a que la coalición de Sumar arrebate la condición de tercera fuerza a la extrema derecha, lo que les beneficiaría en el reparto de escaños en algunas circunscripciones. En el fondo, como el PP respecto a Vox, saben que son más las cuestiones que les acercan que las que les diferencian. Y, sobre todo, que lo que está en juego en esta ocasión no es sólo si hay o no alternancia, sino si España retrocede o no en derechos ya conquistados o se tiñe de color sepia.

Los populares están atrapados en la tela de araña tejida por la extrema derecha, pero los socialistas tampoco pueden evitar que en el debate se haya instalado su dependencia de ERC o Bildu, que han sido sus habituales aliados parlamentarios en el mandato que acaba y ahí es donde pretende el PP arrastrarles también en esta campaña, a sabiendas de que los acuerdos con independentistas catalanes y vascos, han lastrado buena parte de la gestión de su gobierno. 

En una campaña, la del 23J, que se libra en el campo de las emociones y los platós de televisión con una dinámica en la que el like se impone a la gestión o los programas, retratar al adversario junto a sus potenciales socios se ha convertido en objetivo prioritario de los dos principales partidos. Al fin y a la postre, en el contexto electoral es donde se evidencia con mayor intensidad que la política y las campañas convencionales hace tiempo que fueron devoradas por una nueva forma de comunicar. Las emociones mandan más que la razón, por lo que el descuido de la percepción ciudadana y sus estados de ánimo, por muy distorsionadores que sean de la política, ha sido uno de los asuntos que más ha perjudicado a Sánchez y acercado a Feijóo, antes de empezar incluso la campaña, a pocos metros de La Moncloa.

Pulsión de cambio

Lo demuestran los datos demoscópicos en los que lo que se denomina en sociología como pulsión de cambio es mayoritaria y “la percepción de ganador anticipado” está del lado del candidato del PP. Lo explica José Pablo Ferrándiz, director de Opinión Pública de Ipsos España, cuyos trabajos perciben ya arrancada la campana que el electorado de derechas está instalado en la “ilusión, el cambio y la movilización” mientras que los de la izquierda navegan por el proceloso mundo del “desinterés y el desánimo”: y añade que los temas que más han desgastado al Gobierno son, a tenor de los sondeos, Catalunya, la tensa relación entre socios de coalición, los asuntos identitarios y la ley del 'sólo sí es sí'.

Ferrándiz cree además que se dan las tres condiciones necesarias para que la derecha sea primera fuerza: que no haya más de dos partidos que compitan en su mismo bloque, la desmovilización de la izquierda y el trasvase de voto del PP al PSOE. Lejos de que ésta última se haya frenado, los expertos en demoscopia creen que incluso en este momento en el que Feijóo se ha enredado con los pactos con Vox, el porcentaje de decantación de un partido a otro es el más elevado de los últimos meses. Hasta la última y polémica encuesta del CIS de esta semana, registraba un 9,1% de votante socialista que estaría pensando votar a los populares, lo que podría suponer hasta 600.000 votantes, según cálculos de Ipsos. 

Los llamados “decididos indecisos” –los que tienen decidido votar pero no han decidido aún a quién– en esta ocasión son la mitad de los registrados en los primeros días de la campaña previa a las elecciones de 2019. Tampoco se detecta ya más trasvase de voto de Vox al PP. Un 20% de los electores de la extrema derecha ya han decidido votar por Feijóo y la demoscopia no percibe que vaya a haber mucho más porque el suelo de la marca de Abascal es bastante sólido. 

La que aún no está tan clara es la tercera posición del tablero por la que compiten Vox y Sumar, que se mueven ambos en un porcentaje punto arriba o abajo del 13% de los votos. Y en esta variable, Ferrándiz detecta una movilización mayor entre la llamada izquierda alternativa de la que hay en el electorado de centro y centroizquierda del PSOE, lo que podría favorecer a Yolanda Díaz.

Y esto en un electorado, incluso en el de la derecha, en el que Feijóo despierta cero entusiasmo como líder político y únicamente se le considera “el medio para conseguir un fin”, que es lo que en la derecha y la extrema derecha se conoce por “derogar el sanchismo”.

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