La portada de mañana
Acceder
Lobato evita la humillación en el congreso del PSOE y allana el camino para Óscar López
Crónica - València, año cero: un retrato tras la hecatombe
Opinión - El bucle de la M-30. Por Neus Tomàs

Las consecuencias de vivir en las 'islas de calor' urbanas donde el termómetro marca hasta 11 grados más

David Noriega

20 de junio de 2023 22:37 h

0

Hablar de temperaturas récord está dejando de ser la excepción a la norma. Por lo repetitivo, pero también por lo efímero. El pasado verano fue el que registró en España la media más alta de la serie histórica, con 42 días sufriendo olas de calor, y la mortalidad disparada. El último mes de abril también marcó un máximo en los termómetros desde que hay registros. Y la Agencia Estatal de Meteorología prevé que este periodo estival sea más cálido de lo normal, por lo que se extiende el temor a que 2023 sea el verano más caluroso de la historia.

En Madrid, por ejemplo, la AEMET estima que se vivirán unos meses de junio, julio y agosto más cálidos de lo habitual, tras una primavera “extremadamente cálida y muy seca”. Los vecinos ya sufrieron en 2022 las consecuencias de las altas temperaturas y de mínimas muy altas por la noche. No fueron los únicos, porque los días con mínimas por encima de los 20 grados aumentaron en 40 de las 52 provincias españolas en las últimas décadas. Sobre estas mínimas tan altas que se dan de madrugada, cuando lo habitual es que el calor baje, y provocan las llamadas noches tropicales, se cree que tiene mucho que ver el efecto de las islas de calor.

Esta situación se da en las ciudades altamente urbanizadas, en las que el asfalto, el hormigón y los materiales de construcción de colores oscuros absorben el calor durante el día y se desprenden de él por la noche, impidiendo que las temperaturas bajen. O impidiendo que lo hagan de la misma manera que lo harían en un lugar de las periferias, menos edificado o con más zonas verdes. Un estudio realizado desde la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III de Madrid ha cuantificado por primera vez con datos de estaciones meteorológicas esta diferencia de temperatura en cinco ciudades y sus efectos sobre la salud a corto plazo.

“Con cinco casos no podemos generalizar, porque no podemos decir que todas las ciudades se comportan igual, pero sí podemos decir que no todas se comportan igual”, explica Julio Díaz, uno de los autores del estudio publicado en la revista Science of the total environment. Hay un par de cuestiones que si coinciden: el efecto de isla térmica entre 2014 y 2018, el periodo analizado, solo se da en la mínima, aunque con diferencia. En Valencia se han registrado 4,1 grados de media más en los observatorios meteorológicos que están dentro de la ciudad que en el que se sitúa fuera. En Barcelona, han sido 3,2 grados; en Málaga, 1,9 grados; en Madrid, 1,3 grados más; y en Murcia, 1,2 grados.

Cada ciudad tendrá unos barrios en peores condiciones, con peor calidad de edificación, más envejecidos, etc. y eso es lo que condicionará los efectos en salud

Los investigadores han cruzado estos datos con las muertes y los ingresos hospitalarios por urgencias de estas ciudades. “Una mínima alta puede tener o no efecto en los ingresos y los muertos que se producen esa noche, pero eso no se da en todas las ciudades, se da especialmente en las costeras”, explica Cristina Linares, otra de las autoras del estudio. Así, el trabajo concluye que “existen ciudades costeras donde el efecto de isla térmica, que viene indicado por la temperatura mínima, tendría una importancia relativa respecto a la morbimortalidad diaria, en la medida en que son las temperaturas máximas diarias las que muestran esta asociación. En las ciudades costeras, en cambio, el efecto es más pronunciado en su intensidad y, además, está directamente relacionado con la morbimortalidad diaria”.

Si yo pudiera, ¿disminuiría la isla térmica de Madrid? Por supuesto, pero si tuviera dinero limitado me plantearía si es preferible hacerlo en Valencia. Nuestra estadística nos dice que sí

En concreto, el trabajo concluye que vivir en zonas de isla térmica no tiene efectos desde el punto de vista de la salud a corto plazo en Madrid y Murcia, mientras “hay otras características, como la humedad, que hace que en algunas ciudades el efecto sea mucho más amplio que en otras”. “Cada ciudad tendrá unos barrios en peores condiciones, con peor calidad de edificación, más envejecidos, etc. y eso es lo que condicionará los efectos en salud”, desarrolla la experta, que lleva años analizando cómo influyen estos factores en la morbimortalidad de la población.

Hasta 11,2 grados de diferencia

Pau tiene 62 años y vive en la Plaça d'Hondures de València, en una zona de ocio, donde el ruido en las viviendas de la zona comienza a ser una constante a partir de media tarde. “El nivel de decibelios es tan elevado que nos vemos obligados a elegir entre soportar ese ruido prácticamente hasta la madrugada del día siguiente o cerrar las ventanas y asarnos de calor”, explica a elDiario.es. “Además, la proliferación de sistemas de aire acondicionado instalados en los patios de luces de los edificios también provoca problemas de ruido y sobrecalentamiento, con la consiguiente merma del descanso en habitaciones y zonas interiores de las viviendas”, continúa este vecino, que padece cada verano los síntomas de no haber dormido lo suficiente. Además, es propenso a padecer hipertensión, que atribuye “al calor sofocante de las noches”, informa Carlos Navarro.

En Valencia, el valor más alto de diferencia entre el observatorio de dentro y el de fuera de la considerada isla térmica llegó a ser de 11,2 grados, frente a los 9,5 de Málaga o los 7,1 grados de Madrid. Con estos datos, Díaz alerta sobre los riesgos de generalizar la implantación de medidas sin tener en cuenta las particularidades de cada zona. “Si yo pudiera, ¿disminuiría la isla térmica de Madrid? Por supuesto, pero si tuviera dinero limitado me plantearía si es preferible hacerlo en Valencia. Nuestra estadística nos dice que sí”, indica. “Eso no quita que no haya que poner otras medidas en Madrid”, agrega Linares.

El efecto del calor en la salud está sobradamente documentado. Desde 2015 hasta junio de 2022 se produjeron en España 11.966 fallecimientos atribuidos al calor, según los datos de exceso de mortalidad (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III. El último verano se registró un exceso de mortalidad de 4.700 muertes, el triple de la media de los cinco años anteriores.

Ese verano puso sobre la mesa el problema de las deficientes condiciones de salud laboral de algunos trabajadores. El foco principal estuvo en un operario de la limpieza del Ayuntamiento de Madrid, que se desplomó mientras trabajaba a las 17.30 horas a casi 40 grados. No fue el único. Unos días después falleció un repartidor de propaganda tras sufrir un golpe de calor. Este mayo, el Gobierno aprobó un decreto que manda a las empresas definir e incluir en sus planes de prevención las tareas prohibidas al aire libre cuando existan condiciones climáticas extremas.

Manuel Franco es epidemiólogo, experto en desigualdad y enfermedades y profesor de la Universidad de Alcalá. Recientemente ha publicado un estudio en el que analiza la incidencia del primer episodio cardiovascular relacionado con el calor en la ciudad de Madrid según indicadores demográficos, socioeconómicos y de salud. “Los resultados apuntan que el efecto es mayor en hombres trabajadores, probablemente expuestos al calor, porque hay una mayor incidencia en personas con un país de origen diferente a España”, explica el experto, que considera que “el mundo laboral es muy relevante, lo que nos puede dar pistas de cómo podemos disminuir, paliar o proteger la salud de determinadas personas o estratos sociales”.

Las altas temperaturas de verano en Madrid aumentaron el riesgo de tener un primer evento cardiovascular en adultos de 40 a 75 años, un riesgo desigual: las características individuales y el vecindario tienen una influencia sustancial

La importancia de este estudio radica en que toma los datos de atención primaria, que en la ciudad de Madrid incluye información de más del 90% de la población. “Aunque un señor muy rico haya ido tres veces y una señora de 60 años de clase media-baja vaya cada 15 días, los datos nos cuentan lo mismo de los dos, no es una muestra sesgada”, explica Franco sobre esta inmensa base de datos de 3,8 millones de personas. “Los estudios científicos deben ser replicados, pero este es masivo, es la tercera ciudad más grande de Europa y muy desigual en cuanto a renta, tipo de trabajo y segregación espacial”, añade. El estudio concluye que “las altas temperaturas de verano en Madrid aumentaron el riesgo de tener un primer evento cardiovascular en adultos de 40 a 75 años” pero, señala, “más importante aún” es que este riesgo “se distribuye de manera desigual en el gradiente socioeconómico de la ciudad, lo que indica que las características individuales y el vecindario tienen una influencia sustancial en las desigualdades en salud relacionadas con el calor”.

Mareos por el calor

Ascensión vive en el barrio de Las Margaritas, en Getafe, en “una casita muy pequeña”, entre bloques que dibujan “callejuelas muy pegadas” en las que “en verano no corre ni aire”, describe. Las visitas de esta mujer a su médico ya son la norma cada verano. “Tengo la tensión baja y el calor me la baja más. Tengo que tener mucho cuidado con el sol y se me junta con la anemia”, explica. Los efectos de las altas temperaturas se traducen para ella en mareos y malestar. Peor es para una de sus hijas, que sufre de migrañas. “Los otros más o menos lo pueden aguantar, pero ella y yo somos las más sensibles”, explica.

En casa de Ascensión viven siete personas: ella, su marido y sus cinco hijos, de 20, 14, 11, 8 y 6 años. “Los mayores podemos aguantar, pero los pequeños lo pasan fatal”, explica sobre esas noches tropicales en las que es casi imposible conciliar el sueño sin ayuda de un aire acondicionado. Más aún si la vivienda, como es el caso, es antigua y no está bien condicionada. “Aire acondicionado no puedo poner; ojalá, pero en este momento no puedo. Llevo parada desde marzo y no me lo puedo permitir”, explica en conversación con elDiario.es. Para tratar de soportar esas noches de altas temperaturas tira de un “pingüino chiquitito y un ventilador” o duermen “en el suelo y en la terraza”.

El de Ascensión y su familia es un ejemplo de pobreza energética, que si tradicionalmente se enfocaba al invierno, ahora se dispara en verano. “Yo aguanto mejor el frío que el calor. Con el frío te pones como las cebollas, con cuatro o cinco capas, pero el calor a ver cómo lo aguantas”, razona. En Getafe, el Ayuntamiento ha impulsado el proyecto EPIU, para conseguir hogares saludables, con la colaboración de organizaciones como Cruz Roja. “Me han ayudado con una nevera y un radiador para el frío”, explica. En concreto, el programa entrega kits personalizados a las familias vulnerables, en función de sus necesidades.