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La obesidad se ceba con la infancia más pobre y no es un problema individual, sino de salud pública

28 de diciembre de 2023 22:16 h

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En las últimas semanas del año varias noticias han azuzado debates sobre la obesidad. Desde que se anunció la muerte de la actriz española Itziar Castro se escribieron análisis explicando lo que ya sabíamos, que esta enfermedad aumenta el riesgo de cáncer y accidentes cardiovasculares. Por desgracia, vimos también cómo una persona con obesidad era juzgada y culpabilizada incluso después de muerta. Y en las páginas de ciencia, la revista Science proclamó como avance del año el uso de un fármaco contra la diabetes para paliar los problemas de salud asociados con la obesidad. De lo que se ha hablado menos es de la relación entre la obesidad y las condiciones de vida de las personas que la sufren.

Lo que revela la evidencia científica es que la obesidad y el sobrepeso se arrastran desde la cuna y están vinculados con la pobreza y la desigualdad; no son problemas individuales de cada niño ni de cada familia, sino colectivos.

Si su horario laboral se lo permite, haga un experimento: acérquese a un parque infantil. Mejor que sean dos, uno en un barrio empobrecido de su ciudad y otro, en una zona rica. Fíjese en el número de niños y niñas con sobrepeso en cada uno de los dos entornos. Casi con seguridad, encontrará más casos en el barrio pobre.

Yo lo he hecho. Vivo en un vecindario muy diverso en el que la chavalería con doble rodillera en el chándal de segunda mano se desliza por el mismo tobogán que las criaturas de uniforme y niñera con cofia. Con un poco de curiosidad sociológica, el parque infantil es un laboratorio vivo en el que observar semejanzas –porque todos hacen cosas de críos– y diferencias, como en la merienda. Algunos comen trozos de fruta que alguien ha tenido tiempo y ganas de pelar, cortar y guardar en un táper. Estos suelen tener más aspecto de vivir en una familia sin apreturas que los que disfrutan de su bollo ultraprocesado, barato, superpalatable y listo para zampar sin protestas. De mis percepciones, elaboradas durante años de aburrimiento materno apoyada en la valla del parque, no se puede inferir una conclusión estadística; sin embargo, coinciden con las evidencias que aporta la ciencia después de recabar datos y analizarlos.

Varios estudios e informes recientes muestran la prevalencia de estos problemas en España: un tercio de los niños, niñas y adolescentes tiene exceso de peso, y uno de cada diez, obesidad. Los análisis, llevados a cabo por el Instituto de Salud Carlos III y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, revelan el gradiente socioeconómico de esta enfermedad: la obesidad infantil es más frecuente en las provincias del sur peninsular, Ceuta, Melilla y Canarias; y su prevalencia es hasta el doble en familias donde los adultos poseen un bajo nivel de estudios y renta.

Estos resultados están en la línea de otros internacionales, como los del informe COSI de la Organización Mundial de la Salud que evalúa la obesidad infantil en Europa. “España presenta, junto con Grecia e Italia, los datos más preocupantes de toda Europa, mientras que en Dinamarca o la República Checa las prevalencias son la mitad”, declaraba el epidemiólogo Manuel Franco al SMC España. Los datos muestran, además, que nuestros niños y niñas son los que menos verduras comen de todo el ranking.

¿Cómo puede estar pasando esto en España, la huerta de Europa, país orgulloso de su dieta mediterránea? Una de las claves está en la pobreza, muy relacionada con la inseguridad alimentaria. España es uno de los países de la Unión Europea en los que la tasa de riesgo de pobreza infantil y la de obesidad presentan una correlación más alta, según recoge el Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil, articulado en torno a tres factores sobre los que se puede actuar desde las políticas públicas: alimentación, actividad física y bienestar emocional y sueño.

La desigualdad –y no solo la pobreza– también es clave en la obesidad porque crea ambientes obesogénicos. Es cierto que existe una predisposición genética a engordar; pero los genes relacionados con el sobrepeso se expresarán más en un entorno que lo favorezca. Como explican en uno de los papers ya clásicos sobre el tema, “la genética carga el arma y las condiciones de vida de la gente aprietan el gatillo”. O, como decía el equipo de Manuel Franco en este estudio, “la obesidad infantil viene determinada por factores sociales y económicos que son independientes del sistema sanitario, tales como la publicidad, el entorno, la educación y el ambiente escolar, el transporte y el entorno alimentario”. En una ciudad con mucha desigualdad socioeconómica, es más probable que niños y niñas tengan acceso a comida hipercalórica, rica en grasas saturadas y pobre en hidratos de carbono no refinados. También es más probable que vivan en barrios sin espacios agradables y seguros donde jugar haciendo ejercicio; y que sus familias, después de jornadas laborales largas y exigentes, en su tiempo libre lleven estilos de vida sedentarios.

Por eso, el anuncio de Science del que hablaba al inicio hay que leerlo con cuidado. Para la revista, el avance científico más importante del año 2023 ha sido el descubrimiento de que los medicamentos GLP-1 –que desde 2005 se usan en pacientes con diabetes tipo 2– pueden atenuar los problemas de salud asociados a la obesidad. Sin duda es un hallazgo importante, pero igual de importante es ponerlo en su contexto y no anunciarlo como la bala de plata contra esta enfermedad, porque no lo va a ser.

“Abrazar el tratamiento farmacológico como única solución supone cronificar la obesidad renunciando a modificar las causas que empeoran la salud de las personas”, explica el epidemiólogo Luis Cereijo, y añade: “Tampoco resolverá el grave problema de la estigmatización de las personas que viven con exceso de peso”.

A pesar de que, como explica la endocrinóloga Andreea Ciudin, “sabemos que la obesidad no es una enfermedad moral, no depende de la fuerza de voluntad de la persona que la sufre”, la idea errónea de que todo consiste en comer mejor y hacer más ejercicio sigue vigente. El estigma está en la calle, en la narrativa de los medios y también en las consultas médicas. Una revisión de 41 estudios publicada en 2021 muestra que “médicos, enfermeros, dietistas, psicólogos, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, logopedas, podólogos y fisiólogos del ejercicio tienen actitudes implícitas o explícitas de prejuicio hacia las personas con obesidad” y que este sesgo de peso puede llevarlas a engordar y a dejar de ir al médico.

La creciente epidemia de obesidad, cuyas raíces son sociales y ligadas a la desigualdad desde la infancia, no se detendrá con pastillas. Más bien se resolverá ayudando a mejorar las condiciones de vida de la gente.

Gráficos por Ainhoa Díez.