Vânia de la Fuente, experta en edadismo: “Es la única discriminación que afecta al hombre blanco”
¿Por qué cuando hablamos de personas jóvenes y mayores ponemos delante el posesivo “nuestros”? La doctora Vânia de la Fuente-Núñez, experta internacional en envejecimiento saludable, tiene la respuesta: el edadismo. Alrededor de este tipo de discriminación por causa de la edad gira su último libro, La trampa de la edad (Penguin Random House) en el que destapa cómo de instalados tenemos ciertos estereotipos, lo perverso que es el funcionamiento y cuáles son los efectos –incluso sobre la salud física– en las personas que los sufren, que pueden terminar convirtiéndose en ese arquetipo de forma inconsciente. De la Fuente fue responsable de la Campaña Mundial contra el Edadismo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y es coautora del histórico Informe Mundial sobre el Edadismo de las Naciones Unidas publicado en 2021.
Empezando por el principio, ¿qué es el edadismo? Tal vez haya gente que no lo sepa.
Es el ismo que genera sesgos y desventajas en función de la edad. Está compuesto de los estereotipos (nuestra forma de pensar); los prejuicios (lo que sentimos) y la discriminación (nuestra forma de actuar). Estoy un poco frustrada por la definición de la Real Academia de la Lengua (RAE) porque solo menciona el aspecto de la discriminación y utiliza una palabra para la definición que es edadista: anciano.
En el intento de definir edadismo se cae en el edadismo.
Al menos tenemos palabra.
¿Este detalle nos revela que hay menos conciencia social que sobre otras discriminaciones como el machismo o el racismo?
Desde luego que sí. No tener una palabra no ha ayudado a la sensibilización. Si no hay palabra es como si no existiese la realidad. Tampoco se ha visibilizado porque afecta a dos grupos que actualmente ocupan el estatus más bajo de la sociedad: los jóvenes y los mayores.
¿Hay intersección entre las discriminaciones?
Sí. Si acumulamos varias hay más posibilidades de que se entrelacen y generen barreras más graves y daños más acusados en las personas. Por ejemplo, el edadismo y sexismo a la vez lo vemos claramente en el entorno laboral. Ocho de cada diez mujeres en 40 países describen edadismo en su trayectoria con picos en el inicio de su carrera y cuando se acercan a la jubilación.
Igual de interiorizados están los comportamientos vinculados a las personas jóvenes, como la falta de responsabilidad, superficialidad, aventura… ¿ese edadismo que opera en el otro extremo de edad es menos visible?
Ha sido menos estudiado y una de las dificultades que he encontrado en el trabajo en este campo, tratando de involucrar a organizaciones de juventud, es que hay dificultad de asociar que una instancia de discriminación ha sido por culpa de la edad. Falta este ejercicio de concienciación, de reparar en que lo que sufren es consecuencia del edadismo. Tenemos que profundizar en estudios que exploren qué impacto tiene en la salud y el bienestar de las personas jóvenes.
El edadismo daña directamente la salud, sostiene en su libro.
Lo que demuestra la evidencia que tenemos es que el daño no es solo lo que la gente puede intuir de primeras, es decir, un impacto en la autoestima o el acceso al trabajo. No somos conscientes de los impactos más allá: está asociado con una muerte más temprana, peor salud física (limitación para hacer actividades cotidianas o recuperarnos de una lesión), peor salud mental o puede aumentar el deterioro cognitivo. También incluso puede afectar a nuestro envejecimiento biológico (edad epigenética) y se relaciona con una peor calidad de vida. Hay una extensa investigación sobre el tema que muestra todos los impactos a nivel de nuestra salud individual. Y además, sabemos que el edadismo nos daña como sociedad: nos divide y nos enfrenta en base a nuestra edad. Se generan estas supuestas fricciones entre gente joven y mayor que no son productivas y muchas veces ni siquiera son reales.
Por último, tiene costes económicos. Se ha estudiado en Estados Unidos, aunque no en España. Se ha visto que nos cuesta dinero: la discriminación hacia personas de más de 50 años supuso unas pérdidas de 850.000 millones de dólares, lo que significa que el país podría haber sido un 4% más rico si las personas mayores no hubieran tenido barreras para trabajar el tiempo deseado. Esto solo en el entorno laboral. Igualmente se ha estimado en el entorno sanitario: conllevó un exceso de gasto de 63.000 millones de euros al año también en Norteamérica.
Sería algo así como: “si lo que toca en la vejez es estar enfermo, ¿para qué voy a hacer ejercicio, comer o dormir bien”, no?
Se da una cosa muy perversa, porque acabamos interiorizando estereotipos. Por ejemplo, asumir que la vejez es un periodo de enfermedad puede conducir a tener hábitos no saludables como no hacer ejercicio, no tomar medicación o no comer bien. Pero hay otros motivos por los que surgen estos daños de salud. Como el edadismo genera barreras de cara a acceder a la atención sanitaria, aparecen sesgos que influyen en el diagnóstico y el tratamiento que recibimos. Por ejemplo, si se nos incluye o no en un determinado ensayo clínico, o si nos dan acceso a cierta terapia psicológica que puede cambiar totalmente cómo se vive una enfermedad.
Es frecuente oír a los médicos decir que “son cosas de la edad”. ¿Cuál es el impacto de frases de este tipo en quien las recibe?
Supongo que contribuye a este proceso de interiorización de estereotipos. Puede empujar a que asumas que lo que toca es estar enfermo porque va parejo con la edad. En España son expresiones muy comunes: una de cada cuatro personas mayores ha visto como un profesional sanitario le ha dicho que lo que presenta es propio de la edad.
¿El sistema sanitario no está atendiendo bien la etapa de la vejez?
No lo está haciendo. Primero por un acceso diferencial a recursos. Se ve más claramente en la prescripción de tratamientos farmacológicos en pacientes mayores a nivel de salud mental. Hay una tendencia a hacer eso cuando podrían seguir un tratamiento de psicoterapia. A veces se asume que la depresión o las tendencias suicidas son normales o lógicas.
Las tasas de suicidio en mayores son las más altas.
Sí, pero no se habla de ello porque no es la primera causa de muerte en la vejez. Pero las personas mayores de 75 tienen la mayor tasa de suicidio y no hay campañas de prevención en esta etapa. En parte porque ese edadismo impide que valoremos la vida de la misma manera que lo haríamos con alguien más joven.
Acabamos interiorizando estereotipos: asumir que la vejez es un periodo de enfermedad puede conducir a tener hábitos no saludables como no hacer ejercicio, no tomar medicación o no comer bien
¿El miedo a envejecer es consecuencia de ese edadismo?
Es consecuencia de un cómputo de cosas. Tenemos dos titanes que han hecho que el tiempo se haya convertido en una pesadilla: la industria cosmética y las plataformas digitales. Hay datos que muestras que niñas de 10 años empiezan con rutinas de belleza. Y, por otro lado, personas que están en la frontera entre la mediana edad y la vejez pueden llegar a ser las más edadistas contra las personas mayores. En cierto modo es una medida adaptativa: hay tanto estigma social a la vejez que la gente hace todo lo posible para no estar asociados con este grupo de edad. Pero no es una estrategia sostenible y está generando mucho daño porque no está permitiendo a las personas plantearse su propia vejez de manera planificada, viendo las oportunidades.
En cuanto a las plataformas hay una tendencia a estar muy preocupados por la imagen y la imagen es una imagen de persona joven. Es curioso que se ensalza la juventud, pero una imagen de la juventud en abstracto porque las personas jóvenes sufren mucho edadismo.
¿Hay un negocio que se basa en prometer la eterna juventud?
Es un negocio muy lucrativo. Genera mucho dinero. Pero la publicidad que ha difundido este discurso antiedad está cambiando bastante. No sé si porque buscan un modelo más inclusivo o por conseguir mayores ganancias. Parece que se están moviendo hacia un modelo más inclusivo. Tal vez porque el mercado de personas mayores cada vez es más grande.
¿Y cómo se llevan el edadismo y el sistema capitalista?
El enfoque tan grande en la productividad en el entorno laboral no ayuda. Asocia el valor de una persona a su rol laboral y es menos probable que tengamos un rol laboral al ser más jóvenes y luego en la vejez.
Es la única discriminación que afecta a todas las personas.
Y, además, es la única que nos puede afectar en diferentes momentos de la vida. Incluso puede afectarnos y luego dejar de hacerlo. Por el efecto boomerang que tienen los estereotipos que usamos: puedo discriminar y que luego eso se vuelva contra mí cuando alcance esta etapa. Es paradójico que hagamos eso. El edadismo también es la única discriminación que afecta al hombre blanco, que sale bien parados en otros ismos.
Es un poco absurdo que en nuestra mente restrinjamos las relaciones a nuestra cohorte de edad. Nos estamos perdiendo todo un mundo de posibles relaciones
Sitúa el origen de la segregación por edad en la industrialización. Explíquese.
Con el auge de la industrialización se ha usado la edad para determinar la entrada y la salida del entorno educativo o la edad a la que alguien puede acceder a la jubilación. Se ha creado una segmentación por edades que luego ha pasado a ser una segmentación institucional y ha permeado en la manera que construimos las ciudades. Lo hemos hecho de manera consciente o inconsciente, pero hemos aceptado como sociedad muy a la ligera, por ejemplo, que se aparte a personas mayores con dependencia a lugares fuera de la ciudad.
La vida parece estar configurada en tres partes estancas: la educativa, la etapa de trabajo y la jubilación, y eso no tiene sentido en las sociedades en el siglo XXI. El modelo sigue estancado ahí y no nos permite este encuentro entre personas de diferentes edades. Ni siquiera en el entorno laboral, que está profundamente segregado.
Dice que las relaciones sociales están marcadas por la segregación etaria. O sea, que solo nos juntamos, o lo hacemos más, con los de nuestra edad. ¿Por qué cuesta tanto tener amigos o una pareja de diferente edad?
En parte porque de manera orgánica no se favorece esto. La manera en que está configurada una tienda va a influenciar lo que compramos; y de la misma manera, la forma en que se configura una ciudad o un pueblo marca con quién nos relacionamos. Y no se propician estos encuentros. No es que las personas no quieran. El 90% de los participantes de una encuesta realizada en muchos países eran receptivos a tener amigos de otra generación pero solo el 50% los tenían.
En la organización social se impone la división por generaciones. Es habitual.
¿Crees que eres igual que las personas de tu misma edad? Si la respuesta es no, ¿qué te hace pensar que vas a tener menos cosas en común que con otras personas? Lo único que compartimos si hemos nacido a la vez es probablemente episodios históricos. Las personas que tenían 20 años en 2020 vivieron una etapa universitaria diferente. Pero hasta ahí llega. Esto no significa que compartamos ni características ni personalidad; que tengamos todo en común; o los gustos.
¿Las relaciones intergeneracionales tienen beneficios?
Intento mostrar iniciativas que existen y que podrían ayudar a que las personas hagan estos encuentros que desean. Por ejemplo, mucha gente no sabe que si se muda a una ciudad podría acceder a un módulo asequible para vivir con una persona mayor. Las relaciones tienen el beneficio directo de permitirnos abordar el edadismo si están bien planteadas. Beneficios de cara a la salud y al bienestar en la vejez. Es un poco absurdo que en nuestra mente restrinjamos las relaciones a nuestra cohorte de edad. Nos estamos perdiendo todo un mundo de posibles relaciones.
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