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El mundo en que vivimos se parece poco al posterior a la II Guerra Mundial. La consolidación del neoliberalismo -impulsado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan a principio de los años 80- como modelo mayoritario a escala mundial, ha ido transformando las sociedades. Los principios neoliberales -reducción del papel del Estado en la economía, privatización de empresas públicas, desregulación del mercado, flexibilidad laboral, pérdida de poder de los sindicatos…- han calado de tal forma que la solidaridad, la multilateralidad, la cooperación y el respeto por las instituciones han dado paso al individualismo, al sálvese quien pueda y a la razón de la fuerza como como argumento definitivo.
También ha cambiado el papel de los Estados y sus relaciones políticas y comerciales. Y han perdido gran capacidad de intervención los organismos internacionales, como la ONU o la Corte Penal Internacional, creadas a partir de 1945 para -al menos teóricamente, y solo para un parte del planeta- favorecer la paz, la cooperación entre Estados, ayudar al desarrollo, o juzgar a quienes cometiesen crímenes de genocidio, guerra o lesa humanidad.
El salto cualitativo se ha producido con la llegada de Trump. El presidente de EE.UU. ha decidido reordenar el mundo en función de sus intereses y su estrategia para el nuevo orden, tiene mucha coincidencia con la de Putin: los dos quieren ampliar su espacio de influencia, los dos se quieren repartir los recursos de Ucrania, los dos han apoyado y/o apoyan, a pesar de sus crímenes, a sus aliados en Oriente próximo, los dos presionan y amenazan a sus adversarios… y los dos se niegan a aceptar las resoluciones de los organismos internacionales. De los dos, el más peligroso, porque tiene más poder y porque amenaza hasta a sus supuestos aliados, es Trump.
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