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El 155 y el sentido común de época: Carl Schmitt va ganando a Antonio Gramsci

Mariano Rajoy, en el Congreso.

Andrés Gil

Si se trataba de dar una salida de profundización democrática a la crisis de régimen; de momento la salida va en sentido contrario. Si el 15M sembró la semilla de que el traje de 1978 se quedaba pequeño para la España de 2011; la de 2017, ante el independentismo de la Generalitat, está dando un salto adelante con un resorte –el artículo 155– del tótem del 78: la Constitución española, quién sabe si en un último estirón que acabe en ruputura o restauración.

Una encuesta difundida por La Sexta este sábado mostraba que el 63% de los españoles cree que Mariano Rajoy debía aplicar el 155 en Catalunya. Ahora bien, esa encuesta se hizo antes de saber qué iba a suponer el 155. En todo caso, el 63% –el voto de PP, PSOE y Ciudadanos el 26J superaba el 68%– se mostraba favorable a la mano dura ante la crisis abierta en Catalunya. Es decir, por una suerte de Carl Schmitt (1888-1985): por el ejercicio del poder duro por encima de toda consideración, por el lenguaje de la excepción.

Mariano Rajoy, lleno de Schmitt y con el apoyo de PSOE, Ciudadanos, el rey y las instituciones europeas, se traduce en ofensiva centralizadora, en gestión autoritaria de los problemas. De momento, Schmitt va ganando a Antonio Gramsci (1891-1937): la lucha por la hegemonía gramsciana va perdiendo frente al ejercicio del “poder real” del Gobierno central. “Poder real” para “restaurar la autonomía”, ha defendido Rajoy; “para perseverar la Constitución”, ha explicado Pedro Sánchez.

El PP, un partido con el 8,5% de los votos en Catalunya y 11 escaños de 135 del Parlament, gobernará la autonomía catalana. Y lo hará gracias al apoyo del PSOE –12,7% en Catalunya y 16 escaños– y Ciudadanos –17,9% y 25 escaños–. En resumen: un 39,1% de los votos y 52 escaños; frente a Juts pel Sí y la CUP –47,8% de los votos y 72 escaños–, cuya apuesta por la independencia marca una línea divergente con las fuerzas políticas y sociales del resto del Estado. El último movimiento de Puigdemont: buscar la complicidad de los comunes para defender el autogobierno.

“Gramsci también tenía su guerra de movimientos”, tercia Alberto Garzón, líder de IU, “válida cuando la correlación era beneficiosa. Quién sabe si no han intervenido [Rajoy y el Gobierno] pensando en eso... y limitando la hegemonía independentista interviniendo los medios”.

Schmitt, que fue también teórico del nazismo, veía la historia como el escenario de dos fuerzas: el “amigo” y el “enemigo”. Schmitt teorizó que “los puntos álgidos de la gran política son al mismo tiempo los momentos en los que el enemigo es contemplado como tal en la mayor y más completa claridad”. En Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso, escribió: “A quien no tiene poder le diría: no creas que eres bueno tan sólo porque no tienes poder. Y si la carencia de poder le causa sufrimiento, le recordaría que la voluntad de poder es tan autodestructiva como la voluntad de placer o la de poseer otras cosas que saben a más”.

“Si el terreno de combate permite que aparezca el soberano schmittiano, es obvio quién va a ganar la partida”, explicaba Pablo Iglesias en relación al papel que desempeña del Gobierno de Mariano Rajoy, aunque avisaba: “Algunos deberían recordar hoy que la principal batalla política es aquella que define el propio campo de batalla”.

¿La suspensión de la autonomía catalana por la vía del 155 en Catalunya si se termina aprobando el próximo viernes en el Senado anticiparía un cierre estrecho erdogánico de la crisis de régimen? Si se trataba de dar una salida de profundización democrática a la crisis, de momento la salida parece ir en sentido contrario: el tiempo terminará diciendo si esta salida apuntala al régimen o agudiza su crisis.

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