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Subtítulos para un andaluz

Pongan ustedes subtítulos, que soy andaluz. La presentadora Ana Rosa Quintana lo ha solicitado en directo, en uno de los programas con mayores índices de audiencia.
No es la primera vez que se hace. La presentadora Eva Hache en una gala de los Premios Goya hizo lo propio, buscando hacer humor facilón y rancio con algo que en el sur peninsular no hace ni la menor gracia. Otro caso es el del crítico de cine Carlos Boyero a cuenta de La trinchera infinita. Lo mismo pasó con La peste. No con La Juani, de Médico de familia, o La Chusa, de La que se avecina, por poner dos ejemplos, donde hablar en andaluz no molesta. Siempre que se entre por la puerta de servicio, aún vigente en barrios privilegiados de Madrid, todo se entiende clarito.
Ahora, en esta ocasión, la presentadora madrileña ha pedido subtítulos para las discusiones entre dos andaluces que concursan en un reality show. Precisamente, las reacciones lingüísticas de Montoya (ante la infidelidad manifiesta de Ana, su expareja, televisada en prime time), así como los intercambios discursivos entre este y el gaditano Manuel (con quien Ana mantuvo las relaciones sexuales, sábana mediante), son las que han llevado a Montoya, pero también a Manuel y a Ana, a convertirse en famosos, más allá de las dos islas, la de las Tentaciones y la de Supervivientes.
La atención del público en general, incluida la actriz estadounidense Whoopi Goldberg, estaba centrada, trascendiendo el hecho sexual en sí, en el contenido de las mordaces e irónicas frases de Montoya a Manuel (desde referencias a “la gambita” hasta su “pijama de celador”) y las expresiones y referencias contextuales del origen geográfico de ambos: Andalucía (aludiendo a un programa de Canal Sur, el presentado por Juan y Medio; comparaciones metafóricas, como “me has partío como una regañá”, entre otras, como las relacionadas con el flamenco).
La presentadora Ana Rosa Quintana expuso en su programa el pasado viernes 14: “A ver, yo le tengo que hacer una petición a los compañeros que hacen Supervivientes. Por favor, poned subtítulos porque no se entiende nada”, entre risas, mientras un tertuliano de su programa añade: “Por favor, traducid”.
Este lunes, ha matizado: “¿Ustedes creen que yo voy a decir que hay que subtitular el andaluz? Perdón, Andalucía está en mi casa. O sea, mi marido es andaluz, toda la familia es andaluza, yo soy medio andaluza, entonces no me toquen las narices”, que sería el equivalente a ‘no soy racista porque tengo un amigo negro’ o ‘no soy machista porque tengo madre y hermana’.
Este colonialismo interno supone, pues, una estructura de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos culturales heterogéneos dentro de las fronteras políticas del Estado español, caracterizado por un centro rector que ejerce un monopolio material y simbólico de la existencia, comenzando por los conceptos con los que pensar la realidad (colonialidad del saber)
En primer lugar, veranear en Sotogrande (Cádiz), entre Gibraltar y Marbella (Málaga), y ser pareja de un andaluz no te quita la andalufobia. En segundo lugar, más allá de Quintana, como persona particular, presentadora televisiva o no, el hecho de que un grupo de personas del centro norte peninsular hagan este tipo de comentarios en televisión, pone de relieve el privilegio lingüístico de su propia variedad lingüística, la que se privilegia en televisión, que no precisaría subtítulos, no por tener más prestigio ni porque sean dueños de un telar. Todo esto no se puede reducir a aporofobia, como normalmente se suele decir. No es esa la estructura que sustenta la andalufobia, sino más es un epifenómeno, una pata más de esta mesa de múltiples soportes.
Para Madrid es fácil suponerse y, al mismo tiempo, paradójicamente, saberse rica, cuando su economía es de tipo vampírico. El economista Manuel Delgado Cabeza, en su libro Andalucía: una cultura y una economía para la vida, en coautoría con el antropólogo Isidoro Moreno Navarro, ambos de la Universidad de Sevilla, dice que Andalucía, en general, económicamente, se especializa en la extracción de recursos naturales y la producción primaria, como la agricultura y la minería. Esta especialización la sitúa en una posición periférica y subordinada en la división territorial del trabajo dentro de España. En contraste, Madrid, como centro político e industrial, concentra actividades con mayor valor añadido como la industria de alta tecnología, finanzas, gestión y control. Esta dinámica resulta en un intercambio desigual, donde Andalucía aporta recursos y mano de obra, mientras que los centros como Madrid se apropian de una mayor parte del valor económico generado (vamos, vampirismo).
Esta y otras dinámicas de poder y dependencia presentan características de una explícita colonialidad, un concepto que se refiere a la persistencia de patrones de desigualdad, dominación y opresión constituidos a lo largo de la conquista y durante toda la Modernidad, favorecidos por las políticas andalufóbicas y extractivistas y excluyentes del franquismo, y persistentes en la realidad de hoy. Existen, pues, determinados aspectos materiales y simbólicos que sugieren una forma de colonialismo interno o un modelo de centro-periferia donde se perpetúan relaciones de desigualdad: especialización económica extractiva, dependencia y subalternidad política; y la alienación cultural e identitaria, a través de la apropiación cultural (haciendo pasar lo andaluz por lo español), diluyendo vampíricamente la identidad andaluza y, además, fragmentándola en ocho porciones, construyendo la idea de lo español como hilo conductor.
Este colonialismo interno supone, pues, una estructura de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos culturales heterogéneos dentro de las fronteras políticas del Estado español, caracterizado por un centro rector que ejerce un monopolio material y simbólico de la existencia, comenzando por los conceptos con los que pensar la realidad (colonialidad del saber).
La colonialidad del ser implica, pues, cómo la colonización impactó profundamente la ontología y la subjetividad de nuestro pueblo, generando una percepción de otredad inferior. Los colonizadores impusieron (y así se sigue haciendo a través del propio sistema escolar) sus creencias y valores como superiores, desvalorizando las formas de vida y pensamiento de los colonizados. Este proceso histórico, arraigado en la dominación y la violencia, creó una división ontológica entre el Ser (colonizador) y el no-Ser (colonizado), en terminología del martinicano Frantz Fanon, donde lxs colonizadxs son vistxs como ontológicamente defectuosxs (relegadxs a ser cenicientas y bufones del Reino). A través de conceptos que constituyen su forma de ser y estar en el mundo lingüísticamente (me centro ahora exclusivamente en lo lingüístico) como un punto cero, el Ser construye la Otredad lingüística y ontológica: lo Otro, lo incorrecto, lo que tiene acento, lo cerrado, lo ilegítimo, lo salvaje. El filósofo colombiano Santiago Castro Gómez llamó a esto “hybris del punto cero”: la soberbia de creerse en el punto cero, sin acento, neutro, sin espacio, en el ojo de un dios que todo lo sabe, lo puede y lo ve. El Ser frente al no-Ser.
Esto no va de aporofobia. Va de descolonizar el ser, el poder y, por aquí se empieza, el saber. De descolonizar las prácticas lingüísticas en todos los sentidos
La lengua se convirtió para con nuestro pueblo en un marcador clave de esta inferiorización, desvalorizando la forma de ser y estar lingüísticamente en el mundo del pueblo andaluz, descapitalizando a sus hablantes: cuestionada la lengua, cuestionados sus saberes, relegados al no-Ser.
La desvalorización del andaluz y de la forma en que se producen sus prácticas discursivas, la forma de socialización y de adaptación a su medio natural, descapitalizan a las y los andaluces. Es el marcador a través del que se produce el racismo lingüístico, que se atenúa o se agrava según la forma existencial de la persona, en virtud de los privilegios que se interseccionen: desde el género a la clase social, pasando por el color de la piel, entre otras.
Esto no va de aporofobia. Va de descolonizar el ser, el poder y, por aquí se empieza, el saber. De descolonizar las prácticas lingüísticas en todos los sentidos.
Volviendo y cerrando con la escena de Ana Rosa Quintana, además de subyacer esa andalufobia, como forma específica de ese colonialismo interno y ese racismo lingüístico o glotofobia, lo que sugiere su no comprensión es su falta de competencia analítica (el listening), es decir, la no comprensión de lo que se produce en otra variedad lingüística (en la que sus hablantes tienen competencia sintética), por falta de familiaridad con las interacciones, las pronunciaciones y los referentes, que no solo son objetuales sino también culturales (elementos primordiales y constitutivos de lo que supone hablar una lengua). La cuestión no es que Quintana y sus tertulianos no entiendan a veces lo que dice Montoya, sino la falta de familiaridad ante una variedad lingüística que, desde Madrid, se relega al humor o a programas del estilo señalado. Sin inmersión lingüística es difícil el listening, pero también lo es sin la familiaridad de escuchar y hablar en andaluz cuando se habla de cualquier ciencia, se presentan o se locutan noticias (presentar el Telediario) o reportajes (tipo de La 2 después del almuerzo), entre otras. Es decir, en televisión, radio, series, películas, etc., hace falta más andaluz, más allá de la anécdota de alguno que otro hablando por aquí y por allá. La responsabilidad, claro, comienza por nos: desde mantenernos en nuestra variedad, dotarnos de otra episteme y, cómo no, contestar, a pesar de esa fragilidad andalufóbica, ofendida porque veranea en un campo de golf mu verde y mu andalú.
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