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Pinares y vegetación terrestre invaden las lagunas de Doñana por la falta de agua

La laguna del Brecillo en 2020, sin agua y colonizada por vegetación terrestre.

Antonio Morente

12 de abril de 2022 20:28 h

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La sequía que golpea a toda Andalucía se está dejando sentir de manera muy especial en Doñana y está afectando directamente a una de sus señas de identidad, un sistema de lagunas al que hasta hace poco no se le daba ningún valor. Pero, poco a poco, estos paisajes desaparecieron de Europa y eso convierte al Parque Nacional en el mayor ecosistema de estas características, que ahora se encuentra en “riesgo crítico” por una falta de lluvias a la que se añade la creciente sobreexplotación del acuífero por la agricultura intensiva.

“En Doñana hay unas 3.000 lagunas temporales, de las que ya se han perdido el 60%”, apunta Carmen Díaz Paniagua, investigadora del Departamento de Ecología de Humedales de la Estación Biológica de Doñana (EBD), organismo adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). La falta de agua ha propiciado la invasión de las cubetas lagunares por vegetación terrestre, acumulándose matorrales y convirtiéndose en pinares lo que hace unos años eran masas de agua. “Te quedas asustada cuando lo ves”, define de manera bastante gráfica Díaz, que cifra en un 80% las masas de agua –sobre todo en la zona norte del parque– colonizadas por la vegetación terrestre.

Muchas de estas lagunas son pequeñas, “pero eso no quiere decir que no sean importantes”, ya que de hecho son hábitats óptimos para, por ejemplo, los anfibios. En general, albergan una biodiversidad que es una de las riquezas de Doñana, “una fauna y una flora extraordinarias, con especies raras incluidas en listas rojas porque están en peligro de desaparición”. A fecha de hoy, la única que se puede considerar permanente es la de Santa Olalla, la más grande de todas, aunque ha reducido drásticamente sus dimensiones.

Actuar ya para recuperarlas

La falta de agua está alterando todo el equilibrio en el Parque Nacional: muchas lagunas han desaparecido, otras se llenan por poco tiempo, algunas que se creían permanentes se han convertido en temporales… ¿Y puede revertirse esta situación? “Si tardamos mucho no serán recuperables”, advierte, y es que la invasión de las cubetas ha sido “rápida y enorme” y las ha dejado sin su vegetación propia. “¿Qué puede quedar ahí? Con suerte algunas semillas de plantas acuáticas”, pero conforme pase más tiempo menos margen de maniobra quedará.

Estas masas de agua están conectadas con el acuífero, que se recarga con las lluvias. “El nivel del agua subterránea sube hasta que alcanza el fondo de la laguna”, es decir, que para que se llenen no basta solo con que llueva. “Los principales problemas son la sequía y las extracciones en el acuífero para abastecimiento humano y para riego”, de hecho, y “a pesar de las advertencias” en este sentido, la superficie de invernaderos en la zona se disparó un 487% entre 1995 y 2016.

Por eso, Díaz lamenta el “giro en la política de la Junta de Andalucía” con la “alarmante” proposición de ley que se tramita en el Parlamento para indultar unas 1.400 hectáreas de regadíos que ahora cogen agua del acuífero de manera ilegal. “Esto es como admitir que Doñana se está perdiendo pero que no vamos a hacer nada. Llevamos 30 años diciendo que hay que tener cuidado y no se ha tenido y, para una vez que había una respuesta de la Administración [con el Plan Especial de la Corona Norte], la eliminan”, dice.

Presión constante al acuífero

“Esto es inexplicable”, prosigue la investigadora de la Estación Biológica, para quien con esta proposición “se lanza el mensaje de que no importa cargarse Doñana” y que “no pasa nada por coger los montes públicos para cultivar fresas”. Y no le vale el argumento de que los invernaderos están a 30 kilómetros del Parque Nacional –como ha reiterado el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno– porque el acuífero tiene 2.600 kilómetros cuadrados y los cultivos “están encima y afectan. Decir eso es ignorancia y una tontería”. Así las cosas, considera que “solo la presión exterior, nacional e internacional, puede salvar Doñana ahora” de esta amenaza.

Todo ello, además, en un contexto de cambio climático con un progresivo aumento de las temperaturas y sequías más duras. “Este año es de los malos de verdad, está todo fatal”, lamenta Díaz. Lo que se ve mal por fuera por la falta de lluvia no está mucho mejor bajo tierra y, en este sentido, pone el ejemplo de las mediciones hechas con un piezómetro en el Coto del Rey, al norte del parque, que indica que la capa freática ha descendido unos 6 metros entre 1983 y 2020.

Esto está provocando un “serio deterioro” de la biodiversidad, hasta el punto de que Doñana está perdiendo su consideración como santuario para no pocas especies vulnerables. La desaparición de las lagunas por la falta de agua se está traduciendo en la pérdida de plantas acuáticas, anfibios e insectos. Como ejemplo, valga el de las libélulas: de las 42 especies que se observaban en los años 80 ahora hay unas 25. Y la cosa, avisa, va a ir a peor.

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