“Te equivocas tú, te matas tú y tú eres el único culpable”

Eran las cinco de la mañana cuando salí del refugio y comencé a andar. Una ascensión fácil a un monte no muy complicado en el valle de Otzäl, en los Alpes austriacos. Creo recordar que se llamaba Wildspitze y no llegaba a los 4.000 metros. Una montaña con una ruta normal no muy exigente que terminaba en una cumbre amplia con unas vistas teóricamente espectaculares al valle. Digo teóricamente ya que el tiempo estaba muy cerrado y la visibilidad era bastante reducida.
Era un día frío de Marzo, de un invierno bastante recio, y a partir de los 3.000 metros soplaba un viento que cortaba como un cuchillo todo lo que tocaba. Las condiciones perfectas para encontrar placas en altura pensé, algo que me repetía constantemente tratando de analizar el entorno y valorar las posibles amenazas mientras ponía un pie tras otro llegando a una especie de arista cimera muy amplia.
Viendo la cumbre me relajé, ya que iba muy bien de tiempo y era un joven inexperto con ese toque de superioridad que solamente te da la estupidez de los pocos años vividos. El día se abrió de forma que un sol de amanecer nos iluminó casi con un áurea mística y, como si estuviese hipnotizado por esos colores que resplandecían de pronto, seguí caminando, acercándome al punto perfecto desde el cual podría divisar todo el valle.
Entonces, algo crujió y escuché un grito de un tipo que resultó ser un guía de montaña de la zona. Al girarme, le vi haciendo aspavientos a la vez que pude observar cómo estaba en una cornisa de nieve que se alargaba hasta casi la cumbre con un vacío de varios cientos de metros debajo. Conseguí saltar cuando el fondo comenzaba a romper y salir de ahí indemne.
He de reconocer que no fue ni la primera ni la última de las estupideces que he cometido en más de 30 años haciendo montaña y más de 20 dedicándome profesionalmente a esto. He tenido unas congelaciones en los pies que todavía recuerdo por meterme en una vía de escalada en invierno porque, después de 700 kilómetros de coche, no nos podíamos dar la vuelta por un poco de viento y unas nubes tontas, y conseguimos salir de la tormenta de mi vida después de más de 24 horas escalando y rapelando. En otra ocasión casi me voy al fondo de un lago en el Ártico finlandés con mis dos compañeros porque no teníamos “tiempo” de rodear esa zona dudosa con un hielo sospechosamente más oscuro. Así que, ese día aprendí que no es que fuera un hielo negro, viejo y duro, sino que el grosor era tan fino que se podía ver el agua... Algo que se me quedó grabado después de calarme hasta la cintura a 25 grados bajo cero. También recuerdo que me fui a una expedición, en invierno y en absoluta autonomía, con unas fijaciones para los esquís que jamás probé y que pude ver después de más de 100 kilómetros “foqueando” con ellas y de adentrarme en un glaciar gigantesco y salvaje, que no eran unas fijaciones sino un acople para unas. Es una larga historia… El caso es que terminé saliendo de una zona remota del planeta con unos esquís atados con cuerdas a los pies. Y así podría aburriros con unas cuantas más.
Y ayer, mi buen amigo Adriano Martín cometió un error que casi le cuesta la vida y que solamente sus horas de vuelo unido a su profesionalidad le llevaron a resolver con éxito. En el análisis de su “palmada” ha establecido tres puntos que, a mi juicio, describen con genialidad y dureza la mayor parte de todos los episodios similares en montaña: “Te equivocas tú, te matas tú y tu eres el único culpable”. Así de simple, directo y claro.
Yo he sido el único y absoluto responsable de mis errores en montaña. Nadie más. Y ese, creo, es el único camino para poder analizar un hecho y aprender de él. Asumir responsabilidades sin poner escusas ni anestesia.
Así que si algún día una error me cuesta la vida, solo pido tener el valor de poder soltar con seguridad y sin miedo un “seré gilipollas” y largarme de aquí sabiendo que el viaje al menos fue divertido.
P.D.: Estoy feliz de que mi amigo esté vivo.
Aquí puedes ver la secuencia completa del vídeo:
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