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La otra Gran Recogida

El Banco de Alimentos recoge 14 millones de kilos, un 40 por ciento más de lo previsto

Teresa Crespo

Presidenta de Entitats Catalanes d'Acció Social (ECAS) —

Estamos de enhorabuena: la Gran Recogida ha reunido 3.075 toneladas de alimentos, superando así el récord del año pasado. Debemos felicitar y agradecer la colaboración a todos los que han participado: organizadores, voluntarios y ciudadanos que han contribuido para cubrir una necesidad básica de muchas personas y familias que hoy sufren situaciones críticas de falta de recursos.

La iniciativa de los bancos de alimentos, organizaciones no lucrativas surgidas específicamente para responder a esta necesidad, ha sido muy importante y se ha convertido en un referente en el escenario asistencial, basado en el principio cristiano de dar al que tiene hambre.

Una de las personas que más trabaja para impulsar esta iniciativa, el amigo Antoni Sansalvadó, decía hace tiempo en una entrevista que el éxito de los bancos de alimentos es el mayor fracaso de las políticas sociales y del Estado del Bienestar. Ese día pensé que estaba plenamente de acuerdo con él y me alegré de que, precisamente él, lo pensara así.

Aunque reconozco la aportación de la población que colabora con donaciones de productos alimenticios, que en algunos casos representan un fuerte sacrificio y un gran acto de solidaridad, no puedo dejar de decir que no nos podemos dar por satisfechos con esta práctica y quiero compartir algunas reflexiones.

Desde la óptica cristiana, diría que lo que más valor tiene no es dar lo que nos sobra o lo que no afecta en nada a nuestra vida, sino compartir lo que tenemos y valoramos; partir en dos nuestra capa, como hizo San Martín, para abrigar a quien no tiene. Y esto es algo más difícil. Es una actitud que va más allá de las propias creencias éticas o religiosas desde el momento en que se introducen los valores que sustentan el Estado del bienestar, basados ​​en la responsabilidad de los poderes públicos de reconocer y garantizar los derechos de las personas.

A partir de esta premisa, la Administración debe ejercer su competencia para redistribuir las riquezas y construir una sociedad más justa y equitativa en la que el ciudadano, como sujeto de derechos y deberes, goce de la protección del Estado.

Si hablamos de políticas sociales, debemos subrayar que las situaciones de urgencia que últimamente estamos viviendo están provocando un cambio en su orientación. Hoy nos encontramos con políticas reactivas que tratan de responder a las necesidades más urgentes y perentorias, que entiendo que no se pueden ignorar, pero que en ningún caso deberían hacer olvidar las acciones a más largo plazo, de carácter proactivo y preventivo. Acciones que incorporen medidas menos coyunturales y más transformadoras para construir una sociedad en la que, gracias a procesos de empoderamiento y de apoyo a la persona, se consiga una ciudadanía autónoma y corresponsable.

Y si está claro que existe una responsabilidad pública, también hay que recordar que existe una responsabilidad cívica que parece que la gente no se acaba de creer. Se trata de pagar los impuestos que nos corresponden, de no defraudar con actividades en el marco de la economía informal, de no perseguir grandes sumas de dinero con negocios fáciles o poco claros, de no pretender cobrar comisiones u otros sobresueldos para lograr ganancias desorbitadas. En definitiva, se trata de acabar con las prácticas que han hecho que la diferencia entre los más ricos y los más pobres en nuestro país sea cada vez mayor.

Propondría una gran recogida centrada en una mayor justicia social en la que cada uno diera lo que está obligado a dar en impuestos y se comprometiera a ser honesto en todas las actividades de su vida. Seguro que, si aplicáramos estos principios, no habría que realizar ninguna otra recogida de alimentos.

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