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Sanitarios que practican la eutanasia: “No es acabar con la vida de alguien, sino con su sufrimiento”

Sandra Vicente

5 de abril de 2022 22:58 h

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Andreu Pallars es doctor de cabecera en una pequeña población de Catalunya. Estaba camino de jubilarse y acabar su carrera, cuando uno de sus pacientes le dijo que deseaba morir y que quería que su médico le ayudara a hacerlo. Hacía años que se conocían y el doctor había estado acompañando durante años la evolución del cáncer de este hombre que, a sus 75 años, dijo “basta”. Hacía poco que se había aprobado la ley de la eutanasia en España y el doctor Pallars fue uno de los primeros en practicarla. “Tenía una enfermedad terminal, pero todavía le quedaban unos años de vida. Aún así, decidió que no quería seguir adelante”, explica. “No fue fácil, pero le ayudamos a cumplir su deseo y a acabar con su dolor antes de que fuera inhumano”, apunta.

La ley de la eutanasia entró en vigor en España en junio de 2021, convirtiéndolo en el quinto país del mundo en regular el derecho a decidir la propia muerte. La aprobación de la norma no estuvo exenta de polémicas, tanto en el Congreso (donde contó con 202 votos favorables, 141 en contra y dos abstenciones) como entre la comunidad médica. De hecho, el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM) se posicionó en contra de la ley, argumentando el “compromiso de la profesión con su servicio al ser humano y con el respeto a la vida” y basándose en el Código de Deontología Médica, que establece que “el médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente”. 

La ley, sin embargo, salió adelante como un texto que refrenda la autonomía de los pacientes sobre la propia vida y muchos médicos se prestaron a llevarla a cabo y defenderla. El doctor Andreu Pallars es uno de ellos. Este no es su nombre real, pero no porque no quiera que se le reconozca como practicante de la eutanasia (de hecho su firma aparece en el manifiesto del colectivo Médicos por la Eutanasia). El motivo de su anonimato se basa en proteger la intimidad del paciente al que ayudó a morir.

“Tenemos que preservar la memoria de las personas. Sabiendo mi nombre, se puede saber dónde ejerzo y, como no se han realizado muchas eutanasias, eso puede ser suficiente para saber a quién asistí”, explica. “Las condiciones de la muerte deben quedar en privado”, considera. Según el Departament de Salut, en diciembre de 2021 se habían acogido a esta opción un total de 24 pacientes durante los primeros meses en los que la ley estuvo en vigor.

Este hecho hace que muchos profesionales que han practicado o vayan a practicar la eutanasia se vean desamparados ante una vivencia que califican de abrumadora y dura. “Yo me sentí muy solo. Era al principio de la ley y nadie tenía experiencia”, explica el doctor. “Siempre es triste ver morir a un paciente que conoces pero, en este caso, se le suma el hecho de que lo has ayudado tú. Me sentí...¿Bien? No diría ni contento ni orgulloso, pero profesionalmente me sentí bien, porque ayudé alguien que lo necesitaba. Es duro, pero no fue tanto acabar con su vida, sino con su sufrimiento”, recuerda. 

El doctor Pallars ejerció de médico referente, que es quien acompaña e informa al paciente durante el proceso y está presente en el momento de la muerte. Y también es el responsable de decidir quién cumple los requisitos para morir asistidamente. La ley establece que un paciente es apto si sufre una enfermedad terminal o un dolor incapacitante. El primer supuesto no genera dudas, pero no así el segundo. “¿Quién soy yo para juzgar si un dolor es insufrible? ¿Quién pone los límites de qué es una vida digna? Yo no puedo hacerlo y no creo que me corresponda”, dice el doctor, que afirma que su premisa siempre es respetar el deseo de la persona, aunque no esté de acuerdo: “Tengo pacientes con cáncer de pulmón que no dejan de fumar y no por eso los abandono. Pues es lo mismo, aunque yo en su lugar no dejaría de luchar, no voy a negarles el derecho a morir, si así lo quieren”.

Acompañar a quien acompaña

Muy a menudo, cuando se habla de la eutanasia, se pone el foco en los médicos, dejando fuera a un eslabón importantísimo: las enfermeras. Ellas son las encargadas de la parte más dura, que es la administración del fármaco que acabará con la vida del paciente.

Paulina Vargas comparte equipo con el doctor Pallars y asistió la muerte del anciano. “Fuimos a su casa porque no podía desplazarse a causa del dolor. La noche anterior me costó muchísimo dormir: he puesto muchas bombas para que mis pacientes mueran sin dolor, pero esto es distinto. Tenía la sensación de que lo había matado yo”, explica. Vargas (cuyo nombre también es falso) tiene claro que no hizo nada malo, pero eso no le quita el sentimiento de culpa. “El momento de la muerte fue muy difícil, pero luego llamamos a la familia, que esperaba en otra habitación”, recuerda. “Se dio una situación muy fría y extraña, que nadie sabía muy bien cómo afrontar”, cuenta.

Hay que seguir del lado de la familia. Es una muerte especial, rara, y muchas veces es el enfermo quien mantiene la serenidad, pero cuando él ya no está, no se sabe nunca qué va a pasar

Según relatan los profesionales, el compromiso que se adquiere de acompañar el paciente hasta el final no se detiene con la muerte. “Hay que seguir del lado de la familia. Es una muerte especial, rara, y muchas veces es el enfermo quien mantiene la serenidad, pero cuando él ya no está, no se sabe nunca qué va a pasar”, apunta el doctor Pallars. “Yo aguanté el tipo hasta que salimos de la casa, luego me puse a llorar. Fue un día muy duro, porque a los pocos minutos ya estaba en el centro médico y se suponía que tenía que llevar a cabo mi jornada laboral como si nada hubiera pasado”, explica la enfermera, que dice que le hubiera gustado tener más apoyo. 

Precisamente para combatir la soledad de los profesionales sanitarios, algunos meses después de la aplicación de la ley, algunos empezaron a organizarse y a ofrecerse como referentes. Andreu Pallars es uno de ellos. Se dedica a ofrecer apoyo en las cuestiones burocráticas y formales, pero donde más se puede ayudar es en el acompañamiento emocional. Por ello, desde la Generalitat de Catalunya se pidió a la Fundación Galatea, especializada en apoyo psicológico a profesionales de la salud, que prestara sus servicios a aquellos que practicaran la eutanasia. “La muerte siempre está presente en este oficio, pero esto es distinto”, explica Toni Calvo, presidente de Galatea. “Hace aflorar miedo, ansiedad, culpa e incluso dudas. Muchas enfermeras que llevan años practicando, se ponen nerviosas por si no sondarán bien al paciente”.

“Lo volvería a hacer”

Como en muchas otras situaciones que pueden resultar traumáticas, Calvo recomienda que, en la medida en que se pueda, el acompañamiento emocional debe comenzar cuando se sabe que se practicará una eutanasia. No cuando ya esté hecha. “Prepararnos para las cosas que se nos puedan remover es esencial. También ayuda trabajar conjuntamente con el equipo, porque es muy diferente la carga para una enfermera que para un médico. Todo esto determina mucho cómo se trabajará con la familia”, asegura Calvo, quien añade que se trata de un trabajo “más relacional que médico”.

A pesar de las dificultades y las emociones sobrevenidas, tanto Pallars como Vargas lo tienen claro. “Lo volvería a hacer. Estaba a favor de la eutanasia antes y, aunque sea durísimo, no he cambiado de opinión”, dice la enfermera. “Si no lo hiciéramos nosotros, muchos acabarían abocados a un suicidio terrible y con muchos números de salir mal”, añade el doctor. Es por eso que, aunque ambos respetan a aquellos profesionales que se declaran objetores de conciencia, también consideran que practicar la eutanasia forma parte de su deber como sanitarios.

“Todo depende de quién consideres que es propiedad la vida. Si crees que es de un ser superior, objeta, está bien. Pero si crees que la vida pertenece a uno mismo, no hay ningún argumento lógico para negarte”, opina Pallars, quien critica que hay muchos médicos que “objetan, no por cuestiones religiosas, sino para ahorrarse el papeleo o el mal trago”.

Muchos de ellos, dice, se escudan en el Código Deontológico, que puede llevar a una visión excesivamente romántica de la profesión. “Todo el mundo piensa que los médicos salvamos vidas, pero yo no sé si he salvado ninguna en toda mi carrera. Lo que sí sé es que las he mejorado. Y mejor una vida corta, pero buena, que una larga e indigna”, concluye el doctor.