La herida invisible de la DANA: llanto repentino, ansiedad y pesadillas en la zona cero

Raquel Ejerique

8 de marzo de 2025 22:21 h

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Leer el sumario judicial de la DANA es ver una película de terror: una familia que intenta trepar con una sábana a un primer piso y ve cómo la hija, de 11 años, cae y desaparece para siempre en la corriente. Se salvan el matrimonio y su hijo de cuatro años. Una mujer que llama insistentemente a su madre después de que esta le diga “me voy a morir”, como así fue. Vecinos que intentaron atrapar a otros de la mano y no pudieron. Gente que esperó agarrada a las ramas de un árbol durante horas. La zona cero de la riada tiene una enorme herida que no cicatriza. Cuando llueve y hay alerta, como esta semana, es aún peor. Cuatro meses después, hables con quien hables, en algún punto de la conversación viene un llanto espontáneo: “Ayer mismo me abracé con una vecina y nos pusimos a llorar”, cuenta Amparo, que es médico y vive en Algemesí, una localidad rodeada por el río Magro que quedó arrasada el 29 de octubre. “Desde entonces tengo un pensamiento muy lento, he perdido un montón de kilos, me he hecho vieja, pero no son años, es tristeza. Nos sentimos cansados, de hecho no puedo hacer nada que me resulte placentero”, cuenta minutos después de dar de baja su coche a ver si cobra alguna ayuda. “Aún estamos así, cuatro meses después”.

Aquel terrible martes de octubre el cerebro de cientos de miles de personas se puso en modo peligro, como el de Amparo, sacando energía para salvarse y apagando todo lo que no era relevante para ese fin. Por eso hubo gente de 100 kilos que cupo por una ventanita o quien aguantó cuatro horas, con 50 años, cogida a un cable de la luz.

“El sistema nervioso coge energía de donde sea” para sobrevivir, cuenta Teresa Marín, psicóloga de emergencias que llegó junto a un médico y un camión militar los primeros días de la riada a l'Horta Sud. Lo difícil es volver del estado de alerta al de normalidad: “Lo primero que hacemos es ayudar a recobrar el control, poner a la persona en un lugar seguro, que se oriente y pueda contactar con sus personas queridas, que entienda que las ganas de vomitar o el dolor de cabeza que tiene son síntomas normales después de que su cuerpo haya reaccionado para salvarse”. El problema en la DANA es que vivieron “una sucesión de emergencias” por la ayuda que no llegaba. Marín, que también ha ayudado a policías que atendieron la catástrofe, señala que los primeros auxilios psicológicos se deben dar antes de las 72 horas: “Es como si tienes un accidente de coche en la autovía. Tu cuerpo se pone en alerta, pero cuando ves a la ambulancia baja tu ansiedad. Aquí pasaron muchos días hasta que se sintieron atendidos y seguros”. Además, no tuvieron la posibilidad de “darse un lugar, un espacio” porque tenían que ayudar a otros, “había gente que ni comía y no se daba ni cuenta”. Marín no ha vuelto a visitar a la gente que atendió porque es perjudicial para ellos, “al verme revivirían todo de nuevo, no está recomendado en la psicología de las emergencias”.

El psicólogo experto en trauma Miguel Fúster entró en la zona cero después de Teresa, en la fase para tratar las experiencias de estrés traumático continuado. Al vivir una catástrofe “se activa nuestra amígdala y el hipocampo, que es como nuestro reloj interno, se bloquea y convierte esa experiencia en algo atemporal”, explica. Aunque haya pasado la experiencia, “el cuerpo puede continuar en alerta constante, lo que lleva a poder tener diversos síntomas como pesadillas o flashbacks. El individuo puede tener también cambios de humor pronunciados y, a veces, al contrario, no sentir, se queda congelado. Es el cerebro intentando adaptarse porque continúa en modo peligro”. Para procesar el trauma, “que no es lo que pasó, sino lo que quedó encapsulado”, hacen sesiones conjuntas con personas que vivieron la experiencia abrumadora, se les pide que pasen una película de todo el evento que pasó desde los momentos antes de la catástrofe hasta hoy. “Después les pedimos que detecten lo que para ellos es peor y que nos digan dónde lo sienten en el cuerpo” para, a continuación, abordarlo con movimiento corporal para desbloquearlo del cuerpo.

El caso de Saray, Ernesto y Susana es más sangrante. Siguen esperando a que encuentren los cuerpos de sus seres queridos, de manera que no han podido cerrar el círculo ni empezar el duelo, la cicatriz está abierta y esperando. Son casos en los que el acompañamiento psicológico es esencial: “A mí de la Generalitat no me ha llamado nadie, ni me han ofrecido ninguna ayuda de nada, ni tampoco psicológica”, cuenta indignado Ernesto. Su sobrina Elizabeth es la mujer de Chiva que iba en coche con su madre y cuyo cuerpo no ha aparecido casi cinco meses después. Elizabeth dejó un chico huérfano de 19 años, Iván, y una niña de cuatro. “Fue el ayuntamiento el que nos ofreció un psicólogo, e Iván y yo estamos yendo”. La delegada de Gobierno sí que lo visitó para ofrecerle lo que necesitara y le manda mensajes habitualmente. “Pero ni Mazón ni nadie de su gobierno ni ningún representante autonómico nos ha llamado, se ve que una vida no vale una llamada”.

Saray sigue esperando que aparezca el cuerpo de su padre, arrastrado por la riada justo después de poder poner a salvo a sus hijos en el techo del coche. Confirma a elDiario.es lo que denunció en La Sexta: “No nos ha llamado nadie de la Generalitat, tampoco nos han ofrecido ayuda”. Ni siquiera a sus hijos, que vieron cómo pasó todo y cómo el agua se llevó a su abuelo. Susana perdió a su hija –la joven con síndrome de Down hallada en la Albufera– y a su marido, cuyo cuerpo no ha sido todavía hallado. Aunque no tiene ánimo para hablar, Ernesto confirma que tampoco ha recibido ofrecimiento de ayuda psicológica por parte de la Generalitat.

Sin contratos extraordinarios

De hecho, la Conselleria de Sanidad del Gobierno de Mazón, la encargada de la salud mental, no ha hecho ningún plan estructural para los afectados de la DANA prolongado en el tiempo ni contrataciones extraordinarias para dar servicio a la zona arrasada por la tragedia. Los primeros días reclutó en la Feria de Muestras un grupo de 30 psicólogos que atendían a víctimas de desaparecidos y también por videollamada. También anunció e implementó “17 unidades” en las zonas afectadas –que retiraron a los 27 días de la DANA, dejando un punto en Picanya y Paiporta– y la actuación de “120 psicólogos”. Lo que ha hecho es ir moviendo sus recursos existentes para que trataran a los afectados, también por las tardes o los fines de semana, sobre todo en las primeras semanas de la tragedia.

En realidad, como confirman trabajadores de los departamentos de Torrent, Requena, o Manises, se trata de personal empleado en la pública que voluntariamente ha querido hacer horas extra, normalmente por las tardes, fuera de su horario laboral, “módulos que además todavía no se han abonado”, puntualizan fuentes del sindicato UGT. Trabajadores de CCOO, SATSE y CSIF también confirman que, aunque se han agilizado algunas contrataciones previstas anteriormente, no ha habido refuerzos ad hoc por la DANA en un sistema de salud mental que ya era precario antes del 29-O. Ha habido contrataciones previstas anteriormente en algunos hospitales (como el doctor Peset, que atiende a parte de la zona cero) y terapias grupales, por ejemplo, en La Ribera, gracias a la implicación de profesionales sanitarios que han querido reubicarse o ampliar sus jornadas para ayudar en sus pueblos o en puntos cercanos a las localidades arrasadas. Otros muchos además lo han hecho de manera totalmente voluntaria.

La propia Conselleria de Sanidad admitió a finales de enero por escrito que no ha puesto más recursos en salud mental específicos para la catástrofe en respuesta a una pregunta parlamentaria de Compromís hecha por el diputado Carles Esteve. Según explicaban, porque no hace falta: “No ha sido preciso crear puestos de trabajo no estructurales”, es decir, no ha habido contrataciones extraordinarias, ni convenios con la privada para tener más recursos que se puedan dedicar a la zona cero. El conseller, Marciano Gómez, lo justifica en que en septiembre, un mes antes de la riada, se habían creado 102 puestos de salud mental en la provincia de València. elDiario.es ha preguntado cuántos de esos puestos han sido efectivamente cubiertos, además de creados, sin obtener respuesta. “Desde la Conselleria de Sanidad se ha ido dando respuesta a las diferentes fases; desde la intervención en crisis, hasta la configuración de unidades especializadas en el trauma psicológico en cuatro hospitales que atienden de tarde”, decían fuentes del departamento en una nota de prensa. “Estas unidades se encargan de dar seguimiento a los pacientes atendidos inicialmente por los 17 equipos de salud mental, en Feria València y asumen la atención de nuevos casos identificados por los equipos de Atención Primaria y de Salud Mental en los municipios afectados”.

La experiencia que han vivido muchas de las víctimas es menos completa que la que expone el gobierno de Mazón. “A mí me vio una mujer de la Cruz Roja y me dijo que necesitaba ayuda, y gracias a eso estoy en un grupo de terapia que hacen los fines de semana en la cooperativa”, cuenta Amparo, que recuerda que en cierto momento se ofrecieron terapias grupales desde la administración anunciadas por redes sociales. Supervivientes contactados por elDiario.es en diferentes localidades no saben nada de atención mental y siguen enredados con la burocracia. Muchos han visto a la Cruz Roja y, en los primeros días, voluntarios. Entre los consultados hay tristeza, pesadillas, ansiedad o imágenes muy vivas de la tragedia estando incluso despiertos.

Christian Lesaec, que vivía en un adosado en Alfafar afectado por el agua y es presidente de la Asociación de Damnificados por la DANA Horta Sud –aglutina a 480 personas– sí que conoce casos de supervivientes que están yendo al psicólogo, pero porque se lo están pagando ellos o porque han encontrado a samaritanos. “Tenemos a una persona que perdió a su mujer y a su suegra que había pedido ayuda al centro de salud y llevaba semanas esperando. Al final hemos conseguido que vaya a un grupo de apoyo del Colegio de Psicólogos”. El transporte es otro impedimento: “Es de l'Alcúdia y hay que llevarlo a València”. Desde la Conselleria aseguran que a los pacientes de la DANA se les atiende “de manera prioritaria”, pero “deben pedir la ayuda al médico de familia”. La especialidad de salud mental es una de las más saturadas de la sanidad pública.

Francisco Santolaya es el decano del Colegio Oficial de la Psicología de València, que desde el primer momento organizó equipos de psicoemergencias y ahora terapias grupales de estrés postraumático. Todo autofinanciado o pagado por empresas privadas. “En casos como el de la DANA hay que ir a las zonas, preferiblemente con psicólogos de allí. Hay que poner la ayuda a disponibilidad, porque los seres humanos tenemos un rango en el que somos capaces de pedir ayuda, pero cuando entramos en otro rango ya no somos capaces”. Expertos en salud mental consultados coinciden en que en casos así no es efectivo actuar “a demanda, hay que hacerlo de manera proactiva”:

Cuando viene una hecatombe “llega lo que se llama la curva heroica, las personas hacen esfuerzos indescriptibles, pero luego llega el bajón, ansiedad, depresión y el estrés postraumático, lo que antes se llamaba neurosis de guerra, que es cuando las personas reviven la situación de peligro aunque ya haya pasado, lo cual interfiere muchísimo en la vida diaria”, apunta Santolaya, que confirma que esta semana de alerta y lluvias en València ha sido muy mala porque ha hecho revivir la tragedia.

El nerviosismo y ansiedad de miles de vecinos por si se repetía la riada ha llevado a decenas de ayuntamientos, a la Generalitat y al Gobierno a dar información constante en esta semana de lluvias persistentes, pero en esta ocasión no solo sobre los riesgos, sino también sobre la normalidad de los cauces. María, por ejemplo, vive en Paiporta y puso las joyas “y los papeles de importancia en un altillo por si acaso” el lunes. La alcaldesa de esa localidad, ante las visitas constantes de vecinos al barranco del Poyo, decidió instalar una webcam y emitir en directo para que vieran que no iba a desbordarse. El cauce no ha repetido en esta ocasión la trágica subida, pero ha dejado en los pueblos que atraviesa, como ha hecho el río Magro en Utiel y La Ribera, un reguero de heridas invisibles que aún no cierran.