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El 8M responde a la extrema derecha: el feminismo nunca fue demasiado lejos

Una participante en la marcha del 8M en Madrid.
8 de marzo de 2025 23:22 h

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“No existe otra posibilidad más que la esperanza”. Era este un 8M propicio para recordar el alegato de la histórica feminista antirracista Angela Davis a favor de la esperanza como emoción movilizadora. Fue la esperanza, la rabia, la convicción o una mezcla de las tres cosas lo que, a pesar de la lluvia, el viento y el cansancio, logró que miles de personas salieran a la calle en decenas de ciudades a hacer suyo el 8M. Si la ola reaccionaria que recorre el mundo tiene como uno de sus ejes centrales el antifeminismo, el movimiento respondió en la calle: el feminismo nunca ha ido demasiado lejos, pero sí lo ha hecho el machismo, el fascismo, o el racismo.

La extrema derecha ha pasado del discurso a la acción: la motosierra que el presidente argentino, Javier Milei, regaló hace poco a Elon Musk, que ahora toma decisiones dentro de la Administración de Donald Trump, es la metáfora de una internacional antifeminista que hace gala de los recortes, también en derechos. Los manifiestos y lemas de este 8M estaban atravesados por esta alerta ante el auge de los “los movimientos reaccionarios y el rearme patriarcal”, como decía la Comisión 8M de Madrid. Entre paraguas y pancartas, había quien recordaba que “sin feminismo no hay democracia”, que “ante el patriarcado” solo cabe “más feminismo” o que al fascismo se le combate con “osadía feminista”.

Porque, frente a la idea de que hemos llegado demasiado lejos, las historias y los gritos de las mujeres que salieron a las calles, de España pero también de Italia, Argentina, México, Bolivia o Francia, recordaban que la violencia, la discriminación y el miedo siguen atravesando nuestras vidas. Y que el retroceso de derechos es ya una realidad en aquellos países y territorios en los que la extrema derecha ha llegado al poder.

Símbolos que traspasan fronteras

El 8M caía en sábado y eso hizo que las manifestaciones se repartieran entre la mañana y la tarde. Como ha sucedido en los últimos tres años en nuestro país, hubo dos convocatorias distintas en un puñado de ciudades, mientras que en otras el movimiento confluyó en una sola concentración. El tiempo hizo que las manifestaciones de Málaga, Ávila o Huelva tuvieran que suspenderse, pero en otras el chaparrón no detuvo a las manifestantes.

Ya que la meteorología no acompañaba, había, al menos, que aprovecharla. “Llueve porque necesitamos que el feminismo cale” o “No llueve, es el patriarcado llorando” eran algunos de los lemas improvisados porque, si de algo sabe el 8M, es de creatividad y de sacarle brillo a la protesta. Si la motosierra es la metáfora internacional de la reacción, el feminismo sacó a la calle símbolos que también traspasan las fronteras: desde el pañuelo verde al palestino y a pancartas con la cara de Gisèle Pelicot y con mensajes que reproducían, de una u otra forma, una frase que ya es emblema: “que la vergüenza cambie de banco”.

La reacción ultra hacía que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cambiara su discurso: si hace un par de años mencionaba a sus amigos de “entre 40 y 50” incómodos por un feminismo que, quizás, deslizaba, había sido demasiado combativo, en vísperas de este 8M Sánchez les pedía a los hombres “hacer del feminismo su propia causa”. “Ningún hombre debe sentirse amenazado cuando una mujer avanza”, subrayaba. El mismo tono conciliador tenía la ministra de Igualdad, Ana Redondo, que pedía unidad y, para ello, acudía a las dos manifestaciones en Madrid, aunque una clamara abiertamente contra una norma de su gobierno, la ley trans. Más allá de sus buenas intenciones, ni siquiera el 8M sabemos cuál es exactamente la agenda feminista de un Gobierno no especialmente audaz o innovador ni en sus políticas ni en sus discursos sobre igualdad.

“Que si el feminismo de las abuelas, que si el de las madres”. El que sí consiguió colarse en las conversaciones de las manifestantes fue el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, que volvió a pedir feminismo pero “de verdad”, es decir, “por el que lucharon nuestras abuelas y madres”. A falta de saber si Feijóo pretende que volvamos a pelear por poder abrir una cuenta bancaria sin permiso del marido, a argumentar el derecho al divorcio o a tener que pedir la legalización del aborto, el PP envió una comitiva a la manifestación que se celebró por la tarde en Madrid. Era la convocatoria de las organizaciones que centran sus reivindicaciones en la abolición de la prostitución y en la crítica a la autodeterminación de género. Es ahí, en aguas revueltas, donde el PP intenta pescar algo.

Después de la lluvia, el sol

Lejos de lo institucional, el 8M es popular, una mezcla de reivindicación y encuentro festivo en el que se dicen cosas muy serias pero en el que también hay lugar para la risa, el abrazo o las canciones gritadas entre todas a pulmón. Un espacio para entender el feminismo como una manera de ver el mundo, una propuesta para transformarlo todo. Por eso, la vivienda, la precariedad, el racismo o el sindicalismo de colectivos históricamente ignorados se han convertido en asuntos profundamente feministas que también están presentes en las fechas señaladas.

“Se acabó desahuciar”, decía la bandera que una mujer llevaba anudada a la espalda en Madrid. Esa mezcla entre el “se acabó” con el que las jugadoras de la selección femenina de fútbol prendieron una nueva mecha de reivindicación y la proclama contra los desahucios era un buen resumen de cómo el feminismo se ha abierto en los últimos años.

El cansancio, los debate broncos, el desencuentro en las redes, las ofensivas ultras, los ataques... El 8M aguanta, pero quizá debamos dejar de pedirle que sea el termómetro perfecto de algo que es mucho más grande que una efeméride. Aunque las calles llenas, aun cuando casi todo invitaba a quedarse en casa, hacen pensar en esa “esperanza infinita” de la que habla Angela Davis. “Siempre nos hemos encontrado con oleadas de conservadurismo y aunque no podemos crear las condiciones para las luchas en las que participamos podemos aportar nuestra determinación”, decía también la activista. Lo resumía de forma sencilla un mensaje escrito en uno de los miles de paraguas de este sábado: “Mañana saldrá el sol”.

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