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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

Si España fuera un donut...

Ignacio Blanco

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… Madrid no existiría. ¿Quién no conoce esa famosa frase, que tanta gracia nos hace a catalanes, andaluces o valencianos y –supongo- tan poca a los habitantes de la capital del Estado? Es una manera ingeniosa, burda y simplista de representar un problema muy real pero que sólo se percibe con nitidez desde la periferia: el centralismo.

Nos dicen que el Estado de las autonomías es uno de los más descentralizados del mundo, e incluso algunos se lo creen, mientras el Tribunal Constitucional sigue recortando estatutos y anulando leyes autonómicas. Nos hablan de igualdad entre todos los territorios, pero las inversiones ferroviarias van al AVE con destino Madrid y no al corredor mediterráneo. Es más rápido viajar a la capital desde cualquier punto de la red de alta velocidad española que hacerlo entre Barcelona y Valencia, segunda y tercera ciudad en número de habitantes. Es la España radial, en la que todo converge en Madrid, la que genera agravios y alimenta el imaginario infantil del donut.

El centralismo español ha trascendido a gobiernos y sobrevivido a regímenes porque, más allá del ámbito político-administrativo, penetra en toda la sociedad. Los medios de comunicación son los principales emisores o amplificadores de un discurso tan sutil como efectivo. El 90% de las noticias –salvo en la sección de sucesos- se refieren al municipio donde apenas vive el 7% de los españoles, y así nos enteramos todos del tráfico en Madrid, de la contaminación en Madrid, de los estrenos en Madrid y de las exposiciones en Madrid. El 90% de las películas y series españolas –salvo las de ambientación rural- se sitúan allí, como si fuera de la M30 sólo hubiera pueblos de mar y montaña. Se da por supuesto que todos sabemos dónde están La Latina, Argüelles o Moratalaz –aunque no salgan en el Monopoly- pero algunos telediarios sitúan Orihuela en Murcia. Periodistas y opinadores, que se rasgan las vestiduras por los símbolos constitucionales y la integridad territorial, siguen refiriéndose a un “Levante” que sólo existe en sus coordenadas mentales centralistas. Como la expresión “de provincias”, repetida con arrogancia tan natural como inconsciente por madrileños y asimilados.

A mí me encanta Madrid. Es una ciudad fascinante, con barrios multiétnicos y una oferta cultural inacabable. Y me gusta la gente de Madrid, que no se queda en casa sino que llena los bares, los parques y las plazas para vivir mediterráneamente a pesar del frío mesetario. Me puedo sentir muy identificado con una ciudad que es ahora mismo punta de lanza del cambio, con un Ayuntamiento decidido a combatir el austericidio neoliberal oponiéndose a los dictados de Montoro e invirtiendo su superávit presupuestario en políticas sociales. Sólo necesito que España deje de tomar la parte por el todo –o el todo por la parte- y entienda que el respeto a su diversidad nacional, cultural y lingüística requiere una descentralización real del poder, de la financiación, de las inversiones materiales y de las representaciones simbólicas. Casi ná.

 

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