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¿Arte o trato? 7 cuadros para celebrar Halloween en el museo

José Antonio Luna

En Halloween, al igual que cualquier efeméride que se preste, las listas de qué escuchar, qué ver o qué leer suelen brotar como setas. Esta fiesta pagana de origen celta celebraba antiguamente el final del verano, pero a lo largo de la historia se ha ido transformando hasta el punto de crear todo un imaginario a su alrededor que va desde la calabaza más típica hasta las llamativas calaveras mexicanas.

Pero hay un factor que une a todas estas representaciones independientemente de si la llamamos Noche de Brujas o día de Todos los Santos: la demostración del horror, de lo deforme, de criaturas que, por un día, sí tienen permiso para vagar a sus anchas por el reino de los vivos.

Por ello, hemos recopilado una serie de obras que representan precisamente eso: el miedo a salir del núcleo de los espacios seguros, véase el hogar, para pasear por terrenos inhóspitos en los que cualquier amenaza puede estar presente. Goya, seguidores de El Bosco, monstruos del Japón feudal… Que comience el pasaje del terror a través de siniestros pincelazos.

1. El aquelarre o El gran cabrón (1820 – 1823), de Goya

El aquelarreEl gran cabrón

Qué mejor forma de empezar una recopilación de este tipo que con las Pinturas negras (1819 - 1823) de Francisco de Goya, que este año celebran su 200 aniversario. No habría importado cuál de los 14 óleos el pintor zaragozano creó directamente sobre las paredes de la Quinta del Sordo: todos ellos son casi tan turbadores como lo retratan. En este caso, como explican en la página del Museo del Prado, El aquelarre presenta una reunión nocturna de las brujas en presencia de demonio, el cual aparece como un gran macho cabrío de color negro como maestro de esta inquietante ceremonia.

2. Paisaje infernal (1565), un seguidor anónimo de El Bosco

Paisaje infernal

Continuar con El Bosco habría sido algo evidente. Solo hay que fijarse en el panel derecho de El jardín de las delicias, el correspondiente al infierno, para comprobar su brutal representación de los pecados capitales y sus terribles consecuencias para los humanos. Sin embargo, tampoco hay que perder de vista a algunos seguidores del pintor que, como en este caso, son anónimos.

El pupilo usó como referencia el tríptico mencionado, pero no lo copió directamente. Seleccionó la parte correspondiente al averno y se permitió la licencia de innovar con algunos motivos como el del hombre-árbol demoníaco, aquí sustituido por un animal monstruoso. Hay que fijarse bien: si observamos la parte superior derecha del montículo de piedra se puede atisbar una especie de pájaro gigante con el ojo negro y el pico hacia arriba.

3. Brujerías (1912), de Ciriaco de la Garza y Bañuelos

Brujerías

Probablemente este artista burgalés no sea tan conocido como los anteriores, pero también practicó con elementos como la pintura costumbrista o paisajística en la que dio una importancia a la luz y, como se aprecia en esta escena, a un tipo de iluminación en concreto: la artificial.

Según explican en El Prado, el vidrio como material supuso una importante revolución en la historia, primero en el campo óptico y luego en el de la química. Y eso es lo que se ve en este cuadro, pero rodeado de un aura mágica e incluso de terror: la mujer que viste lo que parece un habito de monja muestra las virtudes de la alquimia a una joven que se debate entre la sorpresa y la preocupación.

4. Viaje al Sabbath (1910), de Albert-Joseph Penot

Viaje al Sabbath

Lo cierto es que Internet no es muy generosa en lo que a biografía de Albert-Joseph Penot se refiere. Sin embargo, se puede saber de la información recopilada por algunos galeristas que este fue un pintor francés de lo íntimo especializado en el desnudo femenino. Incluso llegó a exponer en el prestigioso Salón de París haciendo gala de su atención pictórica por la vida cotidiana femenina, pero no solo tomó como referencia escenarios convencionales.

También decidió innovar con temas más propios de un cómic de Frank Miller que de la pintura. Es el caso de esta bruja y la “Batwoman” que abre este artículo, llamada realmente La mujer murciélago (La femme chauve-souris) si atendemos a su ficha en la casa de subastas Sotheby's.

5. Payaso maquillándose (1910), de John Sloan

Payaso maquillándose

La película Joker ha reavivado un temor que en realidad no es nuevo: el miedo a los payasos. No hay nada más terrorífico que ver la tristeza de un rostro que debería hacernos sonreír, y quizá esté ahí el origen de esta pesadilla. Esta escena fue retratada por el pintor estadounidense John French Sloan, miembro de un grupo pictórico realista apodado The Eight.

Pero ese realismo, como ocurre aquí, no era del todo agradable. En el cuadro se observa a un viejo payaso cansado sentado en un polvoriento vestuario, maquillando su cara demacrada a la luz de las velas. ¿El objetivo? Hacer feliz al público bajo una careta infeliz.

6. Calavera con cigarrillo (1886), de Vincent van Gogh

Calavera con cigarrillo

Van Gogh no es solo el pintor de Los girasoles (1888) ni el de La noche estrellada (1889). También fue protagonista de una creación memento mori. Es decir: aquellas que nos recuerdan que nuestro paso por el mundo es temporal y que, en algún momento, vamos a morir. ¿Y cómo se refleja esto? Principalmente, con calaveras.

Pero en el caso del pintor neerlandés también había un matiz satírico. Como señalan en el Van Gogh Museum, esta fue pintada cuando era joven y estudiaba en la Academia de Bellas Artes de Amberes donde, entre otras cosas, tenía como rutina dibujar esqueletos para aprender anatomía. Sin embargo, luego afirmó que estas prácticas académicas eran aburridas e inútiles, y de ahí el colocarle un cigarrillo a modo de ironía.

7. El desfile nocturno de los 100 demonios (Periodo Edo, 1603 a 1868), de Tosa Mitsunobu

El desfile nocturno de los 100 demonios

El desfile nocturno de los 100 demonios establece el origen de muchas iconografías de monstruos que han llegado hasta nuestros días a través de mangas o animes de todo tipo. El rollo más antiguo es de principios del siglo XVI (aunque seguramente ya era copia de otros anteriores) y se atribuye a Tosa Mitsunobu, y con él comenzó la procesión del horror en Japón.

El método de lectura era sencillo, pero efectivo: ir desenrollando el tubo de papel hasta llegar al final, donde normalmente aparecía una gran bola de energía que terminaba de apaciguando a aquellas almas torturadas.

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