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Jayne County, aquella 'marica chillona' pionera del punk y del rock transgénero

Jayne County en una fotografía de 1979

Elena Cabrera

12 de diciembre de 2022 23:14 h

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Promete Man enough to be a woman (Colectivo Bruxista) contar “la vida salvaje” de su autora, Jayne County, una cantante que hoy tiene 75 años cuya biografía escribe la historia de la segunda mitad del siglo XX. Cumple lo que promete: County participó en los disturbios de Stonewall, fue dj y camarera en el mítico local Max's Kansas City, actuó en una obra de Andy Warhol, alentó la escena glam de Nueva York, se inventó el punk antes del punk y contribuyó a la explosión del transgresor Teatro del Ridículo del underground neoyorquino: cómico, travesti, incómodo y disidente.

Jayne se crió en un pueblo a 60 kilómetros de Atlanta (Georgia, EEUU), de donde salió escopetada para ser “Jayne la Loca”, como ella misma se llama, en la Nueva York de finales de los 60. Retirada de la música y muchos años después, hace tiempo que volvió a ese mismo entorno rural para cuidar de sus padres, y allí sigue viviendo, a 20 minutos en camioneta de Atlanta. En una casa con un jardín enorme, decorada con columnas griegas y estatuas en el porche, rodeada de grandes nogales y manzanos, y con un montón de gatos. Allí, Jayne pasa el día dedicada a la pintura. elDiario.es ha intentado entrevistarla pero no ha sido posible. “Me pasé muchos años viviendo al día, siempre viajando de un lado a otro, durmiendo en sofás de amigos y volviéndome loca y paranoica porque no tenía ningún tipo de seguridad”, escribe en el epílogo a la edición española, en un texto inédito que actualiza unas memorias escritas hace 25 años. La aterraba acabar viviendo en la calle. Por eso, la estabilidad que tiene ahora le hace feliz.

Ibon Errazkin es el traductor, junto a Tito Pintado, de la autobiografía que County escribió con la ayuda del periodista Rupert Smith. Tanto Errazkin como Pintado son también músicos, por lo que su trabajo de interpretación del texto original está sumamente cuidado. A la vez que todo se entiende plenamente, también se escucha la voz de Jayne. Durante su trabajo como traductor, a Errazkin lo que más le sorprendió fue “la parte de su infancia y adolescencia en un pueblo del Sur profundo”; “esos dos primeros capítulos del libro me parecen fascinantes”, añade. Son unas páginas salpicadas de vívidos fogonazos. En aquel entonces, Jayne era Wayne. Su hermano traía a otros niños a casa y mientras ellos jugaban con pistolas, ella hacía pasteles de barro. Y si hacían de indios y vaqueros, ella simulaba ser una princesa india. De vez en cuando le decía a su madre que quería ser niña y esta le contestaba “tú eres un niño, Wayne”. Cuando rezaba sus oraciones por la noche, le pedía a Dios despertarse “convertido en una mujer”.

Jayne creció en una comunidad ultrarreligiosa y racista y, como reacción, construía altares paganos en el bosque. Se ponía un vestido de su abuela y hacía ceremonias. En el instituto montó sus primeros espectáculos, ayudado por su amigo Dale, de quien estaba enamorada. Jayne se vestía de Cleopatra para él. Creaban un teatrito con planchas de hojalata detrás del cobertizo. “Con 16 años ya empecé a salir montada, aunque solo fuera para dar una vuelta por la calle”, escribe. “Montada” quiere decir maqueada, puesta, emperifollada, toda guapa. “Tenía el look de geisha, el look de Cleopatra y el look de reina de Babilonia”. Hay que recordar que estamos en 1963 y en un pueblo de 11.000 habitantes con un único semáforo.

Viviendo aún con sus padres, la primera escena en la que se zambulló era la de Atlanta y sus bares de travestis. Su primera amiga del ambiente fue Miss Pollas, que le descubrió la subcultura gay y en un año ya se había convertido “en lo que entonces se llamaba una Marica Chillona: iba por ahí maquillada, pegando gritos a la gente por la calle, gritando a los chicos y escapándome de ellos. Miss Pollas llamaba a esto montar escándalo”, recuerda. “Empecé a hacer toda clase de locuras conduciendo por Atlanta con mis amigas y metiéndonos en líos. Hay pocas cosas más salvajes que una travesti sureña enloquecida que un buen día dice: 'Esto es lo que soy. ¡Yo soy así!'”, añade.

La artista gráfica, escritora, cantante y compositora Roberta Marrero presentó el libro en Madrid el pasado septiembre. Admite que “a nivel general” no cree que Jayne County haya tenido “una gran influencia más allá de un reducido círculo que le rinde culto. Jayne es una gran desconocida para el público, hoy más que nunca”. Piensa que esto es así porque “la gente ha perdido totalmente la noción de historia, no les interesa nada de dónde vienen o qué personas estuvieron ahí abriendo camino en la música, las artes o la revolución sexual. En mí ha tenido la influencia de ser un modelo de conducta, alguien que ha hecho lo que ha querido por encima de todo y todos, una auténtica rebelde”, explica a elDiario.es.

Ella caminó frente al Stonewall

La salida de Atlanta que planificó pasaba por un autobús a Nueva York y de ahí un viaje en coche a San Francisco para participar del verano del amor, en 1967. Nada más llegar, buscó el bar Stonewall, de fama en todo el país. Y allí se quedó. Nunca llegó a San Francisco. “El bar Stonewall estaba lleno de travestis hippies con el pelo largo hasta los hombros, lesbianas marimacho con trajes de hombre y algún que otro hetero”, recuerda. “No era más que una habitación pequeña: una barra a la derecha y una pared de ladrillo al fondo, con un jukebox en el que sonaba de todo”, de las Supremes a los Doors, añade. Y ahí comenzó, quizá sin pretenderlo, el movimiento LGTBI en el verano de 1969. “Algo que cambió mi vida, aunque tardé años en darme cuenta de su importancia”, escribe. La policía hizo una redada en el bar: “Había pegado a las travestis y las había metido detrás de la barra para hacerles un registro sexual: comprobar que eran hombres”. Miss Peaches y Miss Marcia, furiosas, salieron a la calle, cerraron la puerta e hicieron una barricada con basura, a la que prendieron fuego; los policías seguían dentro. Se corrió la voz y llegó mucha gente “para apuntarse al tumulto”. “Yo estaba con un grupo de maricas y nos pusimos a caminar por Christopher Street gritando '¡gay power!, ¡gay power!'. Llegamos hasta la avenida 8, nos miramos y dijimos: '¿Y ahora qué hacemos?' Así que dimos la vuelta y volvimos a Christopher Street, sin dejar de gritar '¡gay power!'”. Y así es como sucedió la manifestación por los derechos LGTBI que lo cambió todo. “Las travestis encabezaron los disturbios del Stonewall”, reafirma County.

Para Roberta Marrero la época de la vida queer norteamericana antes de las revueltas de Stonewall es una de las mejores partes del libro: “No tiene precio y es muy reveladora, aquellas maricas y travestis desafiando al mundo cuando era ilegal ser marica o travesti”.

Poco después, Jayne conoció a Jackie Curtis, la travesti más famosa de la ciudad, dramaturga del Teatro del Ridículo que había participado en la película Flesh de Andy Warhol; “una criatura muy extraña, con el pelo rojo y rizado, el vestido hecho jirones, sin cejas, labios como si le hubiese picado una abeja”, rememora, “no intentaba ser mujer, tenía estilo propio, un estilo totalmente personal y chiflado”, “una drag queen muy moderna que lo llevaba todo al extremo”. Ese encuentro también cambió el curso de la vida de Jayne, que se metió de lleno en esta escena de trash y glamur. El primer papel de Jayne fue en una obra de Jackie: “Un buen día me dijo: 'Wayne, te voy a dar un papel en Femme Fatale. Vas a hacer de lesbiana”. The Rocky Horror Picture Show se inspiró en el Teatro del Ridículo así como todo el movimiento glam: “Alice Cooper, David Bowie, New York Dolls y yo misma intentábamos trasladar aquel espíritu a un formato rock”, apunta County.

“El Teatro del Ridículo nace como evolución del Teatro del Absurdo y lo supera en la capacidad para confrontar y para romper reglas escénicas”, explica la dramaturga y narradora Alana Portero. “Lo comienza Ronald Tavel bajo la idea de que todo lo que se pone en escena es una burla. Para ello usaba el clown, la comedia dell'arte, la performance, el travestismo, la inversión de roles de género y si ayudaba a la obra, el uso de intérpretes discapacitados con características físicas que resultaban incómodas a un público nada acostumbrado a ello”, recuerda.

Fotografiarse con travestis

En esa época, Jayne conoció a Jim Morrison, cantante de The Doors. Cuenta que intentaron convencerle de que se tomara una foto con ellas pero no quiso: “Nos dijo: 'No os ofendáis, no os lo toméis a mal. No tengo nada en contra de Jackie Curtis, pero no quiero salir en una foto con él', y se marchó. No quería que lo fotografiasen con unas travestis. Así era el Sr. Macho Morrison, el que sacaba la polla para enseñársela a la azafata; no quería que le viesen con maricones. Todavía no estaba de moda juntarse con gente gay o cultivar una imagen bisexual; eso sería un par de años después. Para entonces Morrison ya estaba muerto, que si no, seguro que se habría apuntado”, revela la artista.

En sus memorias, Jayne también recuerda el día que conoció a David Bowie, tras una representación de la obra Pork de Warhol en Londres, en la que ella actuaba: “Mi primera impresión es que era una persona demasiado comedida y educada. En los camerinos les estrechaba la mano a todos y les decía, muy serio, lo mucho que le habían gustado sus actuaciones. Pero a la vez estaba estudiando con atención nuestros maquillajes para copiarlos más adelante”.

La actriz comenzó su carrera musical con su primera banda, Queen Elizabeth, por la que fue fichada por el manager de David Bowie. “La idea era que a David Bowie le vendría bien rodearse de gente como yo, así parecería más escandaloso y transgresor de lo que en realidad era”, afirma. Le dijeron que Bowie produciría su disco, lo mismo que haría con Iggy Pop. Dejó su trabajo como dj en el Max's y esperó a que llegara su turno para el estudio de grabación, pero eso es algo que nunca sucedió. Su carrera se estancó porque no le grababan ni le dejaban irse. Firmó un contrato abusivo de diez años de duración con una cláusula moral contra la conducta “indecente”. Unos años después, County pudo rehacer su carrera y publicar discos como Wayne County & the Electric Chairs, en la segunda mitad de los 70 y durante el estallido del punk, siendo uno de sus grupos pioneros. En ese tiempo, Wayne transicionó y en 1979 se cambió el nombre a Jayne.

Una artista sin vergüenza

“Fue una adelantada a su tiempo”, la define Alejandro Alvarfer, su editor en España. “Es un testimonio de primera mano de alguien que vivió y participó de todo el arco de la contracultura del siglo XX, de Woodstock a Berlín. Su vida es un ejemplo de coherencia y libertad que sigue teniendo mucho que decirnos”, añade. El libro llegó a sus manos por recomendación de Tito Pintado e Ibon Errazkin. Hasta ese momento, Alvarfer conocía quién era Jayne County pero “de manera superficial”.

“Su influencia ha sido limitada”, explica Ibon Errazkin, “porque es un caso típico de 'rara entre las raras', una travesti que hacía punk rock cuando todas las demás intentaban ser como Cher o Diana Ross... Pero por eso mismo sigue y seguirá siendo un referente para las travestis más contestatarias”. “La influencia de County que yo destacaría es la descomplicación, la poca vergüenza y la alegría”, analiza Alana Portero. “Su figura como artista y activista, indistinguible una de otra, tiene en lo escénico su esencia, en ese drag que nace en el Teatro del Ridículo de raíces tan cabareteras y tan provocadoras. Desde ese lugar en el que nace como artista podía decir cualquier cosa”.

En los 80, Jayne encontró que era más interesante hacer performances artísticas, que atraían al público drag queen, que dar conciertos para el público del rock y así lo hizo a su vuelta a Nueva York tras varios años viviendo en Berlín. Con el surgimiento de la escena de new romantics en Inglaterra, Jayne decidió probar suerte de nuevo en Londres. Una amiga travesti le enseñó una revista con Boy George en la portada y le dijo “¡Mmmm, chica, vete corriendo a Inglaterra!”. La prensa hablaba de los “artistas ambiguos”: “Culture Club copaba las listas de éxitos, Pete Burns arrasaba con Dead or Alive, Frankie Goes to Hollywoow estaba a punto de publicar Relax... parecía un buen momento para estar allí”. Para allá que se fue Jayne, montando conciertos —y muy montada ella—con un look “glamuroso y berlinés, de lentejuelas rojas y escotazo”. Pero la artista reconoció que allí no tuvo mucho éxito y que Boy George o Pete Burns se podían permitir ser “ambiguos” porque “en realidad eran chicos”. “Y, claro, llego yo, Doña Transexual, con mi pelo rubio, mis curvas y mis tetas que me llegan a la nariz y la gente se asusta”, escribe Jayne, que recuerda de aquella época que aunque gustaron sus conciertos y se le reconoció su influencia, nadie le ofreció un contrato discográfico. “Era la misma historia de siempre, pero aquella vez no estaba dispuesta a suavizar mi imagen: o lo hacía a mi modo o nada. Supongo que fue entonces cuando me resigné a ser una 'artista de culto'”. “No encajo en ningún sitio” (I Don't Fit In Anywhere), como la canción que cantó junto a la cantautora y guitarrista Am Taylor en 2020.

Libros y traducciones como Men enough to be a woman, que proyecten luz sobre la cara ocultada de la historia, aún están por aflorar. “Toda la historia está escrita por hombres”, recuerda Roberta Marrero. “Ahora se está empezando a escribir la contrahistoria”, señala, recomendando un libro que ha prologado, Mostras del rock de Barbi Recanati: “Un recorrido por la historia de las mujeres que abrieron camino en la música, que además es una lista de artistas femeninas nada previsible, y en el que sale Jayne County”. Marrero recuerda que incluso cuando se habla de David Bowie o de Lou Reed, se hace desde un punto de vista “muy conservador”, obviando datos como que Bowie fue amante de la pionera trans Romy Haag, amiga berlinesa de Jayne County de la que se habla en la autobiografía, “o que Lou Reed tuvo una intensa historia de amor con una mujer trans llamada Rachel”. “Es obvio que la historia es patriarcal y no hay movimiento cultural o subcultura, por muy comprometida que se crea, que escape a ello. Las mujeres necesitaban comportarse 'como uno de los chicos' para hacerse notar y ser visibilizadas, pagando en este caso el precio de ser consideradas agresivas, insoportables y cosas así”, añade Alana Portero.

Vivimos en una época “de una corrección política irrisoria”, señala Marrero. “Hoy en día es imposible una Jayne County pero también lo sería un Jean Genet”. Portero matiza que aunque existe la “censura institucional”, hoy en día “se puede decir lo que se quiera” pero hay “mecanismos de feedback directísimos y la distancia escénica ha desaparecido”. “A cualquier creador se le puede interpelar casi a la cara. No sé si esto es bueno o es malo, pero es. Tal y como mujeres como Jane County hacían las cosas quizá hoy no tendría demasiado impacto, pero es es bueno, tuvimos que pasar por ahí para avanzar y dejar de sorprendernos por ciertas subversiones. La cuestión es encontrar qué podríamos poner en escena hoy para generar ese salto, para llegar de esa forma al público”, desarrolla.

“Sigue habiendo gente con vidas salvajes, lo que no están es en el mainstream”, termina Roberta Marrero, aunque recordando que artistas como Lana del Rey, que sí que lo está, hablan “del lado oscuro y las feministas la critican porque dicen que hace apología de la violencia en las relaciones amorosas, lo cual es ridículo. Lana es una artista, no una pedagoga, hace arte y como artista puede hablar de lo que quiera”. Marrero se despide recomendando leer las memorias de Jayne County “porque son honestas, divertidas, callejeras, punk, necesarias en estos tiempos de sopor cultural”.

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