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Nina Simone, la suma sacerdotisa de la rebelión

Imagen que ilustra la portada del libro 'Víctima del hechizo. Memorias de Nina Simone', publicado por la editorial Kultrum

Carmen López

Nació como Eunice Kathleen Waymon, pero vivió siendo Nina Simone, el nombre que ella se puso a sí misma para presentarse como la persona que era realmente. Un torbellino de emociones exaltadas en todos los aspectos de su personalidad, que la llevó a componer canciones inigualables y a protagonizar una de las biografías más apasionadas de la música del siglo XX. La editorial Libros del Kultrum acaba de publicar en España Víctima de mi hechizo. Memorias de Nina Simone (traducido por Eduardo Hojman) un libro que la artista firmó en 1991 y la editorial Pantheon Books publicó con el título I Put A Spell On You.

Eunice sólo tenía dos años cuando empezó a tocar el piano sin ningún tipo de instrucción en la casa de sus padres en Tyron, Carolina del Norte, su ciudad de origen. A los seis años ya era pianista residente en la iglesia evangélica de su pueblo -su madre empezó allí su carrera de fanática religiosa como pastora- y estudiaba con la señora Muriel Massinovitch, después de que la jefa de su madre reparase en el talento de la niña. Ella la introdujo en el mundo de la música clásica, empezando por Bach, algo que empezaría a guiar su trayectoria: “Una vez que me embriagué de la música de Bach no quise hacer otra cosa en la vida que prepararme para ser una concertista”.

Pero había un aspecto en el que todavía no había caído: tanto la señora Millet como su profesora eran dos señoras blancas. La primera prohibió a su hijo que siguiese jugando con ella al ir creciendo y para llegar a la casa de “la señorita Mazzy” tenía que atravesar las vías que separaban a los blancos de los negros en su comunidad. Tomar conciencia de ello hizo que su objetivo vital ya no fuese sólo ser concertista, sino “la primera pianista clásica negra de Estados Unidos”.

Después del instituto, se mudó a Filadelfia para estudiar en la famosa academia Julliard gracias al fondo Eunice Waymon que su profesora impulsó para que pudiese continuar con su formación. El rechazo del Instituto Curtis, donde tenía pensado ingresar para seguir con sus estudios de música clásica, fue el segundo golpe vital que le hizo abrir los ojos ante su realidad: “Jamás se me había ocurrido preguntarme cuántos alumnos negros estudiaban en el Instituto Curtis; era una pregunta legítima que sin duda tendría que haberme hecho antes”. El dinero de su beca se acababa, su familia estaba pasando dificultades después de mudarse a la ciudad para estar cerca de ella y tuvo que ponerse a trabajar.

La auténtica Nina Simone nació en Atlantic City, cuando encontró trabajo como pianista en un barucho decadente. Por miedo a que su madre -por aquel entonces aún más puritana que cuando ella era niña- se enterase se creó ese seudónimo, una combinación de “Niña” (apodo con el que la llamaba un antiguo amante latino) y Simone, por la actriz Simone Signoret. Fue allí donde empezó a cantar además de tocar después de que el dueño se lo exigiese y a llenar el local gracias al boca a boca.

Poco después se mudó a Nueva York con su primer y fugaz marido, el beatnik Don Harris. Su nombre empezó a sonar por el ambiente intelectual del Village, sus conciertos cada vez eran más seguidos y más masivos y la persona se convirtió en artista. Ya divorciada de Harris, conoció a un policía de Brooklyn llamado Andrew Stroud que abandonó su profesión para convertirse en su mánager. Con él tuvo a su hija Lisa, una casa familiar en Mount Vernon (un suburbio de Nueva York) y una carrera extenuante que la llevó a dar conciertos por todo el mundo. Según sus escritos, era su cónyuge el que controlaba el negocio y era ella la que lo sacaba adelante con su trabajo sin poder rechistar.

Lo personal es político

La frase de la feminista Kate Millet bien podría servir también para titular alguna biografía de la artista. Cuando ella ya era una “negra rica” y I Loves You Porgy, You’ll Never Walk Alone, My Baby Just Cares For Me ya sonaban por todo el mundo, el movimiento por los derechos civiles de los negros se encendió, captando toda la atención de Simone.

El asesinato de cuatro niñas negras en un atentado en Birmingham en 1963 prendió la llama de la rabia contenida de la artista, que compuso la famosa canción Mississipi Goddam, censurada en radios por todo el país por blasfemia (Godamm significa maldición en inglés) y un gran himno de la lucha en la época. Simone se volcó de lleno en la militancia, componiendo y cantando sólo canciones protesta y dejando salir toda la ira que llevaba dentro. En sus memorias lo cuenta como una catarsis para ella, aunque en el documental What happened, Miss Simone? (Liz Garbus, 2015) sus allegados aportan otro punto de vista.

Esta autobiografía está escrita antes de que se le diagnosticase un trastorno bipolar y en ellas no hay mención alguna a su enfermedad, al menos de manera consciente. Simone achaca sus ataques de furia, sus cambios súbitos de humor, su comportamiento errático e incluso sus alucinaciones al cansancio extremo que le generaban las giras que programaba su marido (que, también hay que mencionar, la molía a palos). “Las horas de vigilia consistían en una sucesión de ensoñaciones intensas con breves periodos de calma (...) Cuando volvimos a Mount Vernon dormí tres días seguidos con sus tres noches”. En el documental él declara que tras esa gira que dieron junto a Bill Cosby tuvieron que hospitalizarla varios días por sus trastornos psicológicos.

El enfado que canaliza en el activismo la hace ser partidaria de la vía violenta del movimiento - “yo no soy pacifista” le espetó a Martin Luther King- , a soltar mítines en contra de los blancos en sus conciertos y, por lo tanto, a ponerla en el punto de mira de sus opositores. “Era la santa patrona de la rebelión”, la define el crítico Stanley Crouch en la cinta de Garbus).

La tierra mítica

Cuando la lucha por los derechos de la comunidad negra empieza a perder fuerza debido a los asesinatos de sus líderes y las fracciones internas, decide abandonar a su marido y mudarse a Barbados donde, entre otras cosas, mantiene un romance con el primer ministro. Allí se declara feliz y plena, pero comienzan sus problemas con el fisco estadounidense que tantos titulares suscitaron. En su libro, el responsable de sus deudas era su esposo, que se encargaba de los temas de dinero que ella no entendía.

Su siguiente destino es Liberia, su “lugar mítico. Mi África no tiene países, sino cientos de pueblos diferentes mezclados a lo largo de la historia en un cóctel desigual y obligados a dejar su semilla en una nación de exiliados ubicada en un país muy lejano: mi tatarabuelo, mi abuela, papá, mamá, yo”.

Allí se liberó. Vivía en bikini todo el rato y tenía una vida social intensa con amantes incluidos (remarca mucho los aspectos sentimentales de su vida). Se llevó a su hija al país y desde su perspectiva. “Lisa era completamente feliz en Liberia. Tanto en la escuela como en casa”. Según la joven: “ahora era ella la que pegaba. Pasó de ser mi consuelo al monstruo de mi vida”. Y según su marido: “Dejó de pagar impuestos, perdió la casa, dejó de actuar”. Todo lo relacionado con el dinero es cierto, aunque cada una de las partes implicadas lo cuenta de manera diferente. Lo único que coincide es la consecuencia de las acciones: Simone se quedó sin dinero y tuvo que irse de Liberia, donde la política empezaba a estar tan revuelta como su espíritu.

Recaló en Ginebra, el opuesto total a Monrovia, con el argumento de buscar una buena escuela para su hija. Dio conciertos sin mánager ni equipo que la asesorase y dejó una actuación a medias en el festival Midem de Cannes, organizado para los profesionales de la industria musical. Habían ido: “para verme fracasar, porque sabían lo que yo pensaba de su gremio y me odiaban por haberlo manifestado en público”.

Deprimida de Suiza se mudó a París, esperando que las cosas mejorasen. Se puso a actuar en clubs de poca monta para ganar dinero porque de la opulencia del pasado no quedaba nada. Después de idas y venidas a Los Ángeles, a Nueva York, a nuevos mánagers y representantes que querían hacer dinero, se encontró con su viejo amigo el fotógrafo Gerry De Bruin. Le recomendó que se mudase a Holanda y la ayudó a recuperar su carrera. También solucionó sus problemas con la Hacienda estadounidense y consiguió volver a la estabilidad.

En este punto terminan sus memorias que continúan en el documental desde los testimonios de los entrevistados. Sí se encuentra con Gerry De Bruin pero, según él, en un estado físico, psíquico y económico lamentable. Es cierto que la lleva a Holanda, pero para que un médico la evalúe y ahí es donde, por primera vez, escucha “bipolar”. De Bruin y otros amigos como Al Schackman, la ayudan a recomponerse, hacen que se tome la medicación y vuelva a los escenarios, en donde se quedará muchos años más.

No hay duda que su enfermedad marcó toda su vida y da explicación a muchas de las cosas que le sucedieron. Pero no puede restarle ni un ápice de genialidad musical -tanto como pianista como compositora y cantante- ni cuestionar el alcance de su compromiso. El enfado que Simone sintió contra el sistema que mataba y discriminaba a los negros en Estados Unidos se originó en la conciencia de la pequeña Eunice, cuando se sentaba a comer el bocadillo en la puerta de la tienda porque los negros no podían comer en las mesas del interior.

De hecho, la artista pone final a sus memorias reafirmándose en su compromiso al evaluar su trayectoria: “Una incontable cantidad de errores, no pocos días malos y, lo más regocijante de todo, años de alegría -duros, pero también entrañables- en los que luché por los derechos de mis hermanas y hermanos en todas partes (...) Entonces sabía y sigo sabiéndolo ahora, que esa felicidad que sentía cuando marchábamos juntos y que todavía siento, es de una índole que muy poca gente puede experimentar”.

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