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Luisa Carnés, la escritora obrera y republicana que el teatro descubrió con ‘Tea rooms’, regresa con ‘Natacha’

Natalia Huarte protagoniza 'Natacha', de Luisa Carnés

Pablo Caruana Húder

17 de febrero de 2025 22:30 h

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Laila Ripoll, la directora que descubrió para el teatro a Luisa Carnés con Tea rooms, ha adaptado la primera novela de la escritora, Natacha, para su estreno en el Teatro Español. Una historia sobre la mujer trabajadora de comienzos del siglo XX, sobre la realidad de las mujeres obreras y su imposibilidad de ser libres, de ascender en un mundo ya no gris, sino oscuramente negro, dominado por la injusticia social y el hombre. Además, el Teatro Español estrenará próximamente por primera vez en España la obra de teatro Cumpleaños, otro relato noir sobre la condición de la mujer. Carnés, después de más de 50 años de silencio, vuelve con fuerza a través del teatro.

La obra la protagoniza Natalia Huarte, una de las actrices más capaces del presente y que está en estado de gracia. Encarna a Natacha, joven madrileña que trabaja en una sombrerería y malvive en un piso minúsculo junto a su madre (Pepa Pedroche) y un padre encamado y enfermo. Natacha vive en un mundo sin futuro, presa en un presente estrecho, sin asideros. Quiere vivir, pero no puede: está llena de rabia y tristeza, se debate entre lo que quiere hacer, lo que debe y lo que puede. La llegada de un inquilino joven, Gabriel (Jon Olivares), hará que todo se precipite hacia la tragedia.

El libro es una primera novela, llena de subtramas, deudora de las lecturas rusas de la joven Carnés, que la escribió con menos de 25 años. “Ella se sabía a Dostoyevski y a Tolstói de memoria, en la obra hay homenajes permanentes y clarísimos a ambos, a Humillados y ofendidos, a Ana Karenina”, explica Laila Ripoll que también confiesa que la adaptación ha sido complicada: “Se nota que quería meter todo, así que decidí centrarme en la historia principal, en Natacha, en ese viaje de una persona que es vapuleada por los acontecimientos hasta que es capaz de hacerse con las riendas de su vida”.

Se enmarca este estreno, junto a Cumpleaños, en el fenómeno en la cartelera del “teatro novela”, adaptaciones al teatro de autores conocidos para un mayor reclamo de público. “Pero creo que habría que diferenciar ciertos aspectos, no sé cuáles son las razones para montar grandes títulos de novelas conocidas, pero creo que Natacha se enmarca más bien en llevar al teatro voces de mujeres; con ese espíritu me hizo el encargo el director del Teatro Español, Eduardo Vasco. En el teatro a las mujeres nos faltan referentes fuertes de aquella época, no los hay, pero en la novela sí. Es lo que mi hizo montar Tea rooms, necesitamos tener esos referentes y creo que esa es la razón que también ha motivado otros estrenos recientes”, afirma Ripoll haciendo alusión a obras como Nada de Carmen Laforet, La madre de Frankenstein de Almudena Grandes o la reciente Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite.

Ripoll en el programa de mano habla de folletín, pero explica a este diario que lo utiliza en el sentido ruso, en la capacidad que tuvieron los autores de finales del XIX en transformar un género de novela por entregas publicada en los periódicos que solían carecer de mucha complejidad psicológica y se centraban en la trama amorosa. “Esa palabra la utilicé a conciencia, pero la verdad es que el montaje nos ha quedado bastante poco folletín, se ha ido hacia algo más impresionista, hacia un mundo siniestro, gótico, incluso simbolista”, explica esta directora, que además ha utilizado el trabajo de vídeo de Emilio Valenzuela, abstracto y pictórico, desde el óleo a la acuarela, para crear un diálogo entre el espacio y el mundo interior de la protagonista.

En la obra vemos cómo Natacha, ante tanta miseria, aceptará ser la amante del dueño de la fábrica (Fernando Soto) y veremos el repudio de una sociedad que tan solo aceptaba a la mujer casada o prostituta. Dejará a su potentado, dará rienda suelta al amor, llegará la tragedia, será repudiada y vivirá en la casa de una de sus amigas porque no tiene cómo pagarse un piso. Carnés, por primera vez en nuestro país, contará la realidad y miseria de la mujer trabajadora y urbana, donde se juntan la opresión del deprimido y la del patriarcado.

Una situación de la que han pasado exactamente cien años, “pero lo impresionante es que no todo ha cambiado tanto”, apunta Ripoll. “Hoy no está tan normalizado el acosar a una mujer en el trabajo, pero sigue pasando y mucho. Además, vivimos en una sociedad que no todos tenemos ciudadanía española y pleno derecho, hay mucha gente que tiene que aguantar cosas que se parecen más a principios del siglo XX que a principios del siglo XXI”, denuncia Ripoll.

“Lo decía el otro día Isabel Ayúcar”, continúa Ripoll, aludiendo a la actriz que interpreta a varias mujeres de la pieza y está soberbia en muchos momentos, “ella no es tan mayor y, sin embargo, ha vivido que su marido tuviera que autorizarla para tener una cuenta bancaria, una época donde la mujer estaba sometida, sin salidas y sin poder divorciarse porque era abandono del hogar y te quitaban los hijos, eso ha estado pasando en este país hasta antes de ayer”, explica.

Pero Ripoll, dramaturga de textos tan inequívocos como Unos cuantos piquetitos, quiere señalar también que no es una cosa de ayer. “No todos los trabajadores en este país somos blancos y tenemos contratos, ¿una chica que está interna y tiene que mandar dinero a su país qué puede hacer? ¿Y una mujer que trabaje en un taller ilegal?”, se pregunta para añadir: “Pues siguen tragando, quina o lo que haga falta, para mantener a sus familias. Lo que cuenta Carnés no está ni lejos ni ha desaparecido, incluso ver a Natacha sin poder pagar un piso es de hoy mismo, parece mentira que haya pasado un siglo y sigamos igual”, concluye.

Recuperación de una voz olvidada

Desde que en 2002 el historiador Antonio Plaza recuperó la novela de exilio El eslabón perdido, el nombre de Luisa Carnés ha ido calando en la sociedad española. Hoy incluso una serie de televisión de éxito, La Moderna, está basada en su novela Tea rooms. Pero el periplo ha sido largo y triste.

De infancia obrera, Carnés nació en la calle madrileña Lope de Vega, en el negocio familiar. Su padre era peluquero, y a los once años entró a trabajar en una sombrerería, como el personaje de Natacha. Insólitamente, Carnés se formó de manera autodidacta, leyó todo lo que cayó en sus manos y en los años treinta ya ejercía una carrera como periodista y escritora muy prometedora. Llegaría la guerra, huyó a Valencia y de Valencia a un campo de internamiento francés. De allí, en el buque holandés Veendam y junto con otros intelectuales y refugiados como José Bergamín, llegaría a Nueva York, donde cogería un autobús que la llevaría a la que fue su ciudad hasta su muerte en 1964, Ciudad de México.

Nunca pudo volver a España. Siguió trabajando como periodista y escribiendo. Su país la olvidó hasta que Antonio Plaza se interesó y habló con su hijo, Luis Puyol, que había guardado documentos y escritos que la autora había estado preparando antes de que un infortunado accidente de coche acabara con su vida.

“Mi padre tenía un trauma con su madre, le afectó mucho su muerte”, cuenta a este periódico Juan Ramón Puyol, nieto de la escritora, que también iba en aquel fatídico coche a la edad de dos años. “Durante mucho tiempo fue un tema tabú; luego fue siendo capaz, ya en los noventa, de volver a hablar de ella; al final de su vida pudo ver cómo su nombre se recuperaba, lo que le hizo inmensamente feliz, y cuando murió nos dejó encomendado seguir trabajando”, confiesa Puyol. Este, durante estos años y junto con sus otros hermanos, ha trabajado para que así fuera y muestra a este periódico la exposición sobre la autora que han montado y que ya ha recorrido más de 30 bibliotecas públicas de Madrid.

Cree Puyol que Natacha puede entenderse mejor sabiendo el contexto en que la escribió: “Era un momento impresionante para ella, había entrado a trabajar como mecanógrafa en la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, la CIAP, el primer esfuerzo monopolístico en España, uno de los primeros y sin duda el más potente; habían contratado a las grandes plumas e ilustradores del momento, entre ellos a mi abuelo”, explica.

“Tenían la sede en Príncipe de Vergara (en el actual colegio privado Nuestra Señora de Loreto); allí trabajaba Luisa, era su primer trabajo fuera del mundo obrero y estaba en el epicentro donde se estaba fraguando toda la cultura de la República y del final de la dictadura de Primo de Rivera, debía de estar entusiasmada”, imagina su nieto. “Además, conoce a mi abuelo, se enamora de él, va a las principales tertulias, al Pombo, al Negresco… Debía de estar flipando cuando le propusieron publicar su primera novela, es un momento espectacular”, concluye.

Carnés seguiría publicando en revistas, en La Voz y en Estampa, sobre todo. En el 34 llegó Tea rooms, mujeres obreras, ya una novela de voz propia y cien por cien española. Y fue al poco de publicarla cuando todo se torció, llego la guerra y con ella el desastre, el exilio, la militancia continuada, las ganas de volver que nunca pudieron saciarse.

Justamente en 1936, en octubre, tres meses después de comenzada la guerra, Carnés escribiría su primera obra de teatro para inaugurar el nuevo Teatro Lara, recién bautizado Teatro de la Guerra. La obra, Así empezó… se representó en él junto a dos obras más, una de Rafael Alberti y otra de Irene Falcón. Piezas militantes y de teatro de urgencia. La obra está hoy perdida: “Todavía tengo la esperanza de encontrarla”, dice su nieto.

Sirvan unas palabras del ABC republicano sobre el estreno: “Lara, el clásico exponente de nuestra nefasta clase aristocrática, acaba de sufrir el embate de las circunstancias, con una metamorfosis que le dignifica: en vez del nombre de un negociante afortunado, el lema honroso de Teatro de la Guerra (…) Obras breves las que ayer nos fueron ofrecidas. Brochazos ―trallazos, más bien― destinados a sacudir la sensibilidad, agudizada desde el 18 de julio, de nuestras masas. Luisa Carnés rememora las primeras horas madrileñas de la sublevación fascista. Moderna de traza la composición, el espectador va prendido en la emoción del cuadro evocativo, donde un coro de vecinas dibuja la síntesis del alma de nuestro pueblo”.

No fue hasta los años cincuenta que volvió, ya en México, a escribir teatro. Escribió tres obras, Los bancos del prado, Los vendedores del miedo y Cumpleaños (publicadas en 2002 por la Asociación de Directores de Teatro). Las dos primeras muy políticas, una sobre los acuerdos de Franco y EEUU sobre bases americanas en España donde sobrevuela la tristeza de un exilio que ve que la dictadura va para largo, y la otra sobre el uso de armas químicas y biológicas en la Guerra de Corea. La tercera, Cumpleaños, un monólogo de una mujer de extracción burguesa que se enfrenta a un posible suicidio, es la que se estrenará el 27 de febrero en el Teatro Español, dirigida por Laura Gamo y protagonizada por Mamen Camacho.

Carnés siguió trabajando toda su vida, hoy se sigue intentando recuperar su figura, fundamental para comprender la novela social de este país y que hasta hace poco no figuraba ni en los manuales más expertos. El año pasado mismo se publicó por primera vez Juan Caballero (Hoja de Lata), una novela ya escrita en México sobre el maquis español. Su escritura es simple, llana, pulcra; sus personajes complejos moralmente, con un gran arco psicológico. Y su espíritu es un tanto punk, aunque pueda sorprender el adjetivo. Carnés es capaz de entrar abruptamente y sin remilgos en la dureza más áspera, como bien demuestra el cuento que da nombre al primer tomo de sus libros completos, Rojo y Gris, su final es de una crudeza que ni Bret Easton Ellis ni aquellos otros literatos caníbales de los noventa. El cuento fue publicado en el periódico Ahora en agosto de 1932, con una errata en la firma: “Luisa Cané”.

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