Sr. Trump, la tortura está prohibida
“De repente tres soldados y un pastor alemán irrumpieron en nuestra sala de interrogatorios. Uno me golpeó violentamente y me hizo caer boca abajo en el suelo, y el segundo tipo me golpeó en todas partes, principalmente en la cara y las costillas. Ambos estaban enmascarados de la cabeza a los pies. 'Hijo de puta, te lo dije, te has ido!', dijo. Su compañero me golpeaba sin decir palabra. El tercer hombre no estaba enmascarado, se quedó en la puerta agarrando el perro por el collar, listo para soltarlo contra mí”. Esta es una de las muchas descripciones de cómo fue torturado el mauritano Mohamedou Ould Slahi, ahora liberado sin cargos, tras 14 años en Guantánamo.
“Antes de ser arrestado solía correr unos diez kilómetros. Ahora, no puedo caminar más de diez minutos. Mis nervios están hinchados (…) Desde que me arrestaron hace cinco años, me han estado torturando. Sucedió durante los interrogatorios. Unas veces me torturaban de una manera y otras veces de otra”. Abd al Rahim Hussayn Muhammed al Nashiri en una declaración de 2007 en Guatánamo. No tenemos descripciones de los métodos de interrogación que le aplicaron porque han sido censurados en el documento. Este ciudadano saudí ha permanecido bajo custodia estadounidense desde 2002. Será juzgado por una comisión militar y se enfrenta a una posible condena a muerte por su presunta participación en dos ataques terroristas. Es uno de los seis detenidos que se enfrenta a una comisión militar que no cumple las normas internacionales sobre juicios justos, y a una posible condena a muerte.
“Yo no estaba simplemente suspendido del techo, estaba desnudo, hambriento, deshidratado, frío, encapuchado, amenazado verbalmente, dolorido por la paliza y los simulacros de ahogamiento y mi cabeza fue golpeada contra la pared docenas y docenas de veces, los oídos me explotaban por la música atronadora (que todavía tengo en mi cabeza), por la privación de sueño durante semanas, yo estaba temblando, mis piernas apenas me sostenían mientras me ponían las manos por encima de mi cabeza tras quejarme porque las esposas me apretaban como si me estuvieran cortando las muñecas, entonces las piernas se me comenzaron a hinchar como resultado de la suspensión prolongada, empecé a gritar y el médico vino con una cinta métrica, que puso alrededor de mi pierna y para mi sorpresa dijo a los interrogadores que no era suficiente, ¡que mi pierna debía hincharse más!”. Ammar al Baluchi ha sido torturado de tal manera que no puede ayudar a sus abogados. No en vano es uno de los cuatro acusados de crímenes relacionados con el 11 septiembre en el que casi 3.000 personas murieron. Concretamente, se le acusa de enviar dinero a los hombres que secuestraron los aviones del 11S.
Ningún Estado puede torturar
¿Culpables o inocentes? Da igual. La tortura está prohibida desde 1948, año en que se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Además son 156 los países que han firmado la Convención contra la Tortura de Naciones Unidas (Estados Unidos entre ellos), pero la prohibición va aún más allá y es vinculante incluso para los Estados no firmantes porque es una norma imperativa de derecho internacional, y forma parte del derecho internacional consuetudinario. Es decir, es vinculante para todos los Estados. Ningún Estado puede torturar ni permitir ninguna forma de tortura o malos tratos en ningún caso ni bajo ninguna justificación .
Por esto, en Amnistía Internacional no entramos a valorar si la tortura es efectiva o no. Ya lo hizo la investigación del Comité del Senado estadounidense, compuesto por congresistas de los dos partidos, que pasó varios años peinando documentos de la CIA para elaborar un informe del que se ha hecho público solo el resumen de 500 páginas (alguna copia del informe completo se “ha destruido” accidentalmente). Una de las conclusiones que se extraen del resumen es que no se puede afirmar que, de los 20 casos que, según la CIA, probaban que el uso de la tortura había llevado a interrumpir tramas terroristas, se sostenía.
En su primera entrevista televisiva desde que es presidente, Donald Trump ha dicho que la tortura funciona y que Estados Unidos debe defenderse del fuego con fuego. En Amnistía Internacional hemos documentado muchos casos de tortura de personas detenidas en el marco de la mal traída guerra contra el terror, iniciada por George W. Bush en 2001. Y lo que podemos afirmar sin ningún genero de duda es que la tortura, que fue autorizada y usada sin tapujos y con una variedad de nombres para definirla (qué decir de “tecnicas de interrogamiento mejoradas”), no ha servido para que todas las personas que perdieron la vida en el 11 de septiembre, y en otros ataques contra objetivos estadounidenses, hayan obtenido justicia.
Estas víctimas y sus seres queridos siguen sin ver a los responsables de estos atentados condenados tras juicios justos a penas de cárcel. Porque ningún tribunal que respete las normas de juicios justos puede admitir pruebas obtenidas bajo tortura. Sin embargo, una larga lista de personas han entrado y salido de Guantánamo y otros centros de detención, algunos secretos, habiendo sido sometidos a formas brutales de tortura y malos tratos, algunos durante muchos años, y han sido liberados sin haber recibido cargos ni haberse enfrentado a un juicio en su inmensa mayoría. Ellos tampoco han obtenido justicia. En estas dos peleas estamos en Amnistía Internacional.