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The Guardian

Cada vez más ciudadanos chinos intentan huir a EEUU a través de la mortífera selva de Darién

Migrantes atendidos por MSF en Panamá tras cruzar el tapón del Darién.

Alicia Chen

Necoclí —
28 de marzo de 2023 22:26 h

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El primer día de 2023, Xu no estaba de humor para celebrar el año nuevo. Acababa de llegar a la ciudad costera colombiana de Necoclí junto con otros ciudadanos chinos, cansados tras un viaje de dos días en autobús desde Ecuador. Buscaban llegar a Estados Unidos a través de la región del Darién, un tramo de selva tropical sin carreteras, sin ley y extremadamente peligroso que conecta Sudamérica y Centroamérica. Xu quería dejar China atrás.

“Después de haber salido del país [China], no tengo planes de volver mientras viva”, dice Xu más tarde, mientras habla con The Guardian en una habitación de hotel en Necoclí. “Siento que este país nos ha estado engañando, persiguiendo. Tengo que hacer algo”, asegura.

Necoclí es un lugar turístico conocido entre los colombianos por sus festivales de música caribeña, pero también es un importante punto de partida para los migrantes que se dirigen al norte, a Panamá, a través de la selva. Es la única vía terrestre desde el sur hacia el norte de América. Desde Panamá siguen su trayecto atravesando varios países centroamericanos hasta llegar a la frontera entre México y Estados Unidos.

Es una ruta plagada de peligros —desde los caudalosos ríos de la selva y la mortífera fauna salvaje, hasta el crimen organizado que opera en la región—, pero Xu está desesperado. Mientras algunos de sus compatriotas comen tequeños, este trabajador de la construcción de 31 años, que pidió ser nombrado con solo un apellido, se une a otros para corear: “¡Que caiga el PCCh!”.

La marcha a través de la brecha del Darién de haitianos, venezolanos y cubanos que huyen del colapso económico y la persecución política está bien documentada. Pero se sabe mucho menos sobre el creciente número de ciudadanos chinos que atraviesan la selva que se extiende desde Colombia hasta Panamá.

A lo largo de distintos viajes realizados en noviembre y enero, The Guardian entrevistó a varias personas chinas que esperaban poder atravesar el Tapón del Darién para después llegar a Estados Unidos. Forman parte de una tendencia que va en crecimiento. Los datos del Gobierno panameño muestran que unos 400 ciudadanos chinos realizaron la travesía durante el primer semestre de 2022. En noviembre del año pasado, la cifra aumentó a 377 y llegó a 695 en diciembre. Una cifra récord de 913 ciudadanos chinos cruzó en enero de 2023, convirtiéndose en el cuarto grupo más grande de migrantes en hacerlo en lo que va de año.

Los cruces realizados en enero constituyen el 28% del total de migrantes chinos registrados en la Brecha del Darién desde 2010, según informa la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) a The Guardian.

Los cierres draconianos por la pandemia y el Gobierno cada vez más represivo de Xi Jinping han empujado a miles de personas a huir de China. Lo llaman “filosofía de la huida”, o “run xue” en chino. La relajación tanto de la política ‘cero COVID’ como de los controles fronterizos en diciembre y enero ha hecho que aumente el número de ciudadanos chinos que emprenden el peligroso viaje. “Sé que muchos se hubiesen ido [antes], pero no pudieron”, dice Xu.

Xu sostiene que solía identificarse con los “Little Pinks” de China, un grupo cada vez más grande de cibernacionalistas, hasta que en 2021 empezó a informarse sobre la Gran Hambruna China y la masacre de la Plaza de Tiananmén utilizando redes privadas virtuales. “Me di cuenta de que [al PCCh] no le importan los derechos humanos”, apunta.

Yin Chengxiang, otro emigrante a la espera de cruzar desde Necoclí, abandonó China a mediados de diciembre. Este cocinero de 55 años, originario de Nanjing, asegura que las duras normas chinas impuestas contra la pandemia eran solo una de las muchas razones por las que quería huir de la vida bajo el régimen del Partido Comunista Chino.

“No les tengo miedo alguno”, dice Yin. “Iríamos a ayudar a Taiwán a luchar contra el PCCh si China ataca a Taiwán”, dice.

 “¿Moriré aquí esta noche?”

Jiang, que pidió que solo se utilizara su apellido para nombrarlo, pensó que no saldría con vida. Este joven de 28 años, que en su día estudió finanzas en Australia, viajó a la selva junto a cuatro venezolanos y dos chinos a finales de septiembre. 

La primera noche montaron una tienda de campaña cerca de un río tras haber subido varias cuestas. Pero empezaron a caer fuertes lluvias y el nivel del agua subió rápidamente, empapando sus pertenencias y obligándoles a mudarse. El segundo día, el compañero de Jiang se lesionó. Jiang le ayudó a llevar su bolsa, pero perdió su propia tienda por el camino. Una vez más se produjeron inundaciones repentinas.

“Estaba muy cansado, tenía hambre y frío. Casi pierdo la cabeza”, sostiene Jiang. Finalmente, hallaron una tienda abandonada, pero dos hombres de Ghana y Camerún ya estaban dentro. Mientras seguía lloviendo, Jiang rogó a los dos hombres que la compartieran.

“Los cuatro dormimos uno al lado del otro, acurrucados para entrar en calor”, cuenta Jiang. El agua seguía filtrándose en la tienda: “Les pregunté a los dos hombres: ‘¿moriré aquí esta noche? Y ellos me animaron: ‘Todo irá bien, saldremos vivos de aquí’”.

Jiang consiguió atravesar el Darién y siguió con dirección a Estados Unidos, documentando en las redes sociales gran parte de su recorrido, incluidos las paradas y registros de las autoridades, los encuentros con otros migrantes y las visitas a lugares turísticos. Estuvo detenido en la frontera estadounidense durante 51 días antes de pasar la entrevista de asilo. Dice que entretanto desaparecieron su teléfono, su tarjeta bancaria y varios documentos.

“Solo quiero tener una vida tranquila”, dice Jiang por teléfono a The Guardian. Acaba de terminar su turno en un restaurante chino de Hawai, donde trabaja de manera irregular mientras espera su solicitud de asilo. Y añade: “Estados Unidos no es perfecto, pero es un lugar donde puedo ser quien soy”.

Xu se enteró de la ruta a través de las redes sociales, en las que cada vez se difunde más información en mandarín sobre la travesía. Grupos de Telegram con nombres como “Hazlo Tú Mismo: Estados Unidos” o “Huir a Estados Unidos” tienen miles de miembros. Los migrantes suelen volar a Estambul y después a Ecuador, que es uno de los pocos países latinoamericanos que ofrece entrada sin visado a los ciudadanos chinos. Desde allí, viajan en autobús a Necoclí y otras regiones de Colombia.

Salir de China

Durante el periodo en que la política de 'cero COVID' estuvo en vigor, mientras Pekín impedía a los ciudadanos salir del país sin razones “necesarias y de emergencia”, Xu pasó meses tramitando su pasaporte y un visado de estudiante para Italia a través de un agente de inmigración en China. No tenía planes de obtener un título: solo era una excusa para que le permitieran salir del país.

Partió de Taizhou, en la provincia oriental de Jiangsu, la mañana del 25 de noviembre, escapando a un confinamiento local por apenas unas horas. Viajó a Hong Kong, donde le retuvieron el pasaporte y la documentación durante varias horas antes de permitirle embarcar en su vuelo a Tailandia: un control adicional contra los ciudadanos chinos que intentan emigrar. “Estaba tan nervioso pensando en que no lo conseguiría”, cuenta Xu.

Algunos emigrantes proceden de la clase trabajadora china, que padeció especialmente los problemas económicos provocados por la pandemia. Pero muchos de aquellos con los que The Guardian se encuentra, entre ellos un maestro de escuela y un preso político, son de clase media. El mismo día de la visita de The Guardian, aparecen en la zona portuaria de Necoclí más de 30 chinos, entre ellos varias familias con niños.

Un funcionario colombiano dice bajo condición de anonimato que la mayoría son hombres de entre 20 y 55 años. Suelen alojarse en hoteles y disfrutar de unas buenas comidas antes de adentrarse en la selva, ya que suelen tener más dinero que otros migrantes. Sin embargo, el dinero no hace que la travesía sea menos traicionera. “Se exponen a peligros como el robo y pueden ser víctimas de delitos violentos o incluso de desapariciones”, afirma el funcionario.

El Tapón del Darién

La ruta del Darién, de 110 km de extensión, atraviesa montañas y ríos caudalosos. Los peligros incluyen arañas y serpientes mortales, como víboras y anacondas. Se ha informado ampliamente sobre la presencia de traficantes de personas, contrabandistas y bandas delictivas a lo largo de la ruta, entre los que se encuentra el Clan del Golfo, un grupo paramilitar que es además el mayor cártel de la droga de Colombia.

“Cruzar esta región a pie puede tomar hasta 10 días para las personas más vulnerables, que están expuestas a peligros naturales y también a bandas de delincuentes que perpetran actos de violencia, incluidos abusos sexuales o robos”, indica a The Guardian Giuseppe Loprete, jefe de misión de la OIM en Panamá. Loprete cuenta que muchos migrantes llegan a comunidades indígenas panameñas de difícil acceso hambrientos y deshidratados, por lo que requieren atención médica de las organizaciones humanitarias establecidas para atenderlos.

Según la OIM, al menos 207 migrantes han desaparecido o han muerto atravesando el Darién entre 2014 y 2022, 41 de ellos solo en 2022. Otros migrantes informaron a The Guardian de al menos seis muertes de chinos en 2022, pero no ha podido confirmarlas. La OIM dice que no ha identificado a ningún ciudadano chino que haya muerto en la selva del Darién el año pasado, pero no descarta esa posibilidad.

El aumento de personas migrantes ha alterado drásticamente la ciudad de Necoclí, desbordando su sistema sanitario y otros servicios. Los residentes locales hacen lo que pueden para adaptarse, y muchos negocios atienden a los migrantes. A menos de 100 metros del muelle donde hacen cola para embarcar en botes que parten hacia el Darién, hay desde hace poco un restaurante chino muy concurrido.

Freddy Marín, director de una importante compañía de transbordadores en Necoclí, dijo a finales de 2022 al medio de comunicación taiwanés The Reporter que, desde el año pasado, el 80% de su negocio consiste en vender billetes de barco a los migrantes. “Hemos ganado más dinero con los migrantes que con los turistas”. Marín recalcó que las autoridades locales permiten a la empresa ayudar a transportar a estas personas.

Sin arrepentimientos

Liang Zixuan, un agente de inmigración chino radicado en Tokio, ha notado un aumento en el interés por llegar a Estados Unidos y cree que muchos emigrantes chinos seguirán intentando embarcarse en la peligrosa travesía en los próximos meses. “Quienes hayan visto la verdadera cara del Gobierno se irán a pesar de todo”, afirma el agente.

Aunque el Gobierno chino haya reabierto ahora las fronteras y relajado las restricciones, Xu está contento con su decisión de marcharse. Apunta a la oleada de suicidios y separaciones familiares acontecidos bajo la política de ‘cero COVID’, pero ignorados por los medios de comunicación estatales que sólo hablaban de una “tremenda victoria”.

“Hacen lo que sea con tal de ignorar el dolor de la gente corriente”, indica. “No sé mucho de Estados Unidos, pero al menos será mejor que vivir en China... Somos como los animales. Emigramos a un lugar más cálido, en lugar de quedarnos en un lugar frío. No queremos morir congelados”, asegura.

Helen Davidson y Tom Phillips contribuyeron a este reportaje

Traducción de Julián Cnochaert.

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