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China acude al gasto en infraestructuras para sostener un vigor económico que suscita dudas internacionales

El gigante asiático ha dado un volantazo a su política económica y parece haber entrado en una trayectoria contraria a la que han tomado las potencias industrializadas. Mientras Estados Unidos y Europa empiezan a retirar o, al menos, a aminorar los estímulos monetarios, China busca encauzar su estrategia con estímulos y subsidios. La batalla contra la inflación, que también asola a la segunda economía global, parece quedar relegada en beneficio de medidas para espolear la actividad.

Este planteamiento debería generar suspicacias con un crecimiento del PIB del 4,8%, en el primer trimestre. Pero la apuesta por el dinamismo en vez de por la contención de precios sigue vigente en Pekín, a pesar de que, tanto en el recetario multilateral –con el FMI a la cabeza– como en las autoridades políticas y monetarias se está cada vez más convencido de que la escalada de precios ha dejado de ser pasajera. La reunión trimestral del Politburó –máximo órgano de decisión del Partido Comunista– se centró la semana pasada en las reformas estructurales que precisa China para reforzar su economía. Esta urgencia de recetas, en medio de una cita habitual de los jerarcas del país, ha sido interpretada como una señal inequívoca de las dudas que suscita el vigor del PIB chino.

Pocas voces en el mercado creen que la economía china haya podido despuntar al 4,8% bajo los daños colaterales de una guerra en Ucrania y con severos confinamientos por la pandemia en ciudades como Shenzhen o Shanghái, epicentros del poder tecnológico y financiero, respectivamente. Desde la práctica totalidad de los servicios de estudios de bancos de inversión internacionales se pone en tela de juicio el dato del primer trimestre, al tiempo que alejan sus predicciones del objetivo no declarado de un incremento del 5,5% en el conjunto del año. Por primera vez en un plan quinquenal –el actual en vigor, lanzado por el presidente Xi Jinping al comienzo de 2021– se retiraba cualquier apelación a una meta concreta de dinamismo económico.

La mayoría de los pronósticos avanzan un alza del PIB chino en torno al 4,5%. El servicio de estudios de Nomura se aventura a situarlo en el 3,9%, cuatro décimas por debajo de su último cálculo, ante el “reforzamiento de la rigurosa estrategia de Covid cero”, que está provocando “un colapso de suministro” que se ha trasladado “al conjunto de la economía”, explica Ting Lu, economista jefe del banco de inversión japonés en China. Esta reedición de la crisis sanitaria “debilitará la demanda de compra de viviendas y de bienes duraderos y de capital debido al descenso de las rentas y al aumento de la incertidumbre”, añade para argumentar sus augurios.

En UBS, por ejemplo, que apunta a un alza del 4,2%, pese a que su radiografía de situación es una de las que más recorta sus perspectivas anuales, se incide en que “las presiones a la baja de la economía se han recrudecido”. Así lo advierte el equipo de la economista Wang Tao, quien “no espera” que las autoridades hagan “lo que tengan que hacer para alcanzar el objetivo oficioso del 5,5%”. Esencialmente, porque supondría lapidar la política Covid cero que tan insistentemente han inculcado a su población. “Seguirá siendo su prioridad”, aclara. Shanghái sigue con más de 150 muertes diarias por la pandemia.

Junto a la pandemia retornarán las disrupciones en las cadenas de valor, los atascos portuarios en sus costas y los cuellos de botella comerciales y logísticos, según apunta Helen Qiao, de Bank of America, que vislumbra una subida del 4,8% este año.

Sin embargo, en Nomura no descartan una contracción en el actual trimestre, periodo al que se van a trasladar dobles tensiones: la primera, por el conflicto bélico en Ucrania, y la segunda, por el cierre de Shanghái que perdurará, al menos, otro mes más, augura François Huang, analista de Allianz Trade. En línea con la lectura de JP Morgan, que establece un receso de la actividad en abril de mayor calado que el del mes pasado porque, según su contabilidad nacional, reconocen que un 25% de su estructura productiva estará total o parcialmente paralizada desde el inicio de este mes.

Doble encrucijada geopolítica y económica

El tránsito entre uno y otro trimestre ha dejado vestigios de cambio en las políticas monetaria y económica ante la “urgencia” por “estabilizar” la actividad, explica el analista de Nomura. El Banco Popular de China (PBoC) ha tomado la decisión de reducir las reservas que se exigen a los bancos, para facilitar la concesión de préstamos. Esta medida monetaria apuntala una gestión acomodaticia en la que también juega un papel determinante –de wait and see [esperar y ver]– para que los tipos de interés se mantengan inalterados desde enero y las entidades crediticias estatales sigan ofreciendo financiación particular para adquirir artículos de belleza o equipamiento tecnológico, entre otras demandas personales.

Las propias autoridades monetarias aclaran su maniobra: pretenden “refrendar y prolongar los estímulos, con vistas a equilibrar la demanda externa e interna” en una etapa de encarecimiento gradual del dinero por parte de la Reserva Federal de EEUU, y sin especificaciones concretas del calibre o del número de subidas previstas para este año. Un asunto nada baladí si se tiene en cuenta que en China se han producido fugas de capitales desde el inicio de la contienda bélica en Ucrania, asegura The Economist en un reciente reportaje.

Ante esta tesitura, Pekín se decanta por el recetario keynesiano. Bajo la batuta de Xi se va a poner en liza un ambicioso plan de infraestructuras. El presidente chino anunció al Politburó masivos proyectos de construcción o modernización de redes de transporte o de infraestructuras de utilities, esencialmente agua y energía.

En su intervención en el Comité Central para Asuntos Económicos y Financieros, el presidente chino señaló la política de gastos como “pilar del desarrollo social y económico” y sumó la digitalización y los avances en sostenibilidad como prioridades en el actual plan quinquenal. En teoría, el nuevo plan económico debe llevar a China a la hegemonía económica y empresarial global, según apuntó el jefe del Estado al anunciar la estrategia para el lustro 2021-2025. El objetivo también es contribuir a expandir la demanda interna –consumo de hogares e inversiones corporativas– la rúbrica sobre la que Pekín desea que descanse el dinamismo económico del país, como elemento para garantizar la seguridad nacional.

“China precisa reformas secuenciales”, explicó Tim Moe, de Goldman Sachs en Bloomberg TV, y que “se adecúen a las desescaladas de la Covid y a las necesidades de inversión de sus empresas porque si persisten los cierres herméticos de ciudades, los gastos en infraestructuras no tendrán sentido”. Los desembolsos fiscales que reclama Xi “deben canalizarse a largo plazo si quiere que se conjuguen inversiones de capital con las necesidades de construcción” de redes y canales de comunicación o energéticos. Además, el gigante asiático ya dispone de un arsenal de planes expansivos en marcha –14,8 billones de yuanes (2,3 billones de dólares)– por parte de gobiernos locales, más del doble del programa de infraestructuras aprobado por el Congreso americano.

En Goldman Sachs creen que la consigna del presidente chino liberaría otros 600.000 millones de dólares, sin olvidarse de otra de las medidas estelares del primer ministro, Li Keqiang: las rebajas de impuestos. En marzo, su gabinete anunció otro recorte de 393.300 millones de dólares para este año, lo que supone el quinto ejercicio consecutivo de reducción de la presión fiscal. El argumento de Keqiang: “El fertilizante hay que echarlo directamente a la raíz”.

El carburante para estimular la economía –pero contraproducente para frenar la inflación como acaba de aconsejar el FMI en su cumbre de primavera– desde el terreno impositivo ha levantado recelos entre economistas internos y externos sobre el despunte del déficit y la rémora que supondrá unas arcas menos boyantes para la reducción de las inmensas desigualdades del país. La recaudación tributaria en China representó el 21% de su PIB en 2021, muy por debajo del 34% de media de los socios de la OCDE.

Jinyue Dong, economista de BBVA en China, entiende que este clima inestable “invalida el relato oficial de aterrizaje suave propiciado por la política monetaria”. Mientras Tommy Wu, analista de Oxford Economics insiste en que Pekín debe apuntalar la actividad si no quiere presenciar un “descenso abrupto” con severas disrupciones logísticas y de consumo por las restricciones a la movilidad. Aspecto que debe preocupar –“y mucho”– al resto del mundo, afirma Sara Johnson, de S&P Global Market Intelligence, porque “el engranaje de las cadenas de valor y del comercio en China resulta esencial para evitar otra recesión global”.