De la 'manosfera' a las 'tradwifes': cómo el contenido ultraconservador se ha convertido en negocio
En cuestión de semanas, en España todo el mundo conoce a Roro. Ha sido la primera en apostar por la estética del ama de casa de lujo —y triunfar— en el ecosistema de influencers nacional. La competencia por la atención en la red es brutal y hay que diferenciarse para sobresalir, para ganar dinero. Ella, de nombre Rocío, es una copia exacta de una de las Tradwives más famosas de internet: Nara Smith, una modelo e influencer mormona que cocina todo siempre desde cero para su joven y rico marido. Por supuesto, nunca se mancha.
Roro también ha adoptado el tono de Smith: la voz aniñada, el amaneramiento infantil aderezado, en su caso, con unas gafas demasiado grandes. El mohín de niña pequeña. La satisfacción de que el protagonista de sus vídeos, el hombre, recompense el fruto de su aparente trabajo duro con un beso o una cariñosa cachetada en cámara.
La española ha seguido la receta estadounidense al pie de la letra y, en las últimas semanas, ha recogido su pastel. Ha aparecido varias veces en el prime-time de varias cadenas nacionales y ya está siendo patrocinada por distintas marcas. Jaque Mate.
Roro, aunque ha tratado de desvincularse a nivel mediático —“Es que mi voz es así, esto sólo es mera coincidencia”— ha querido parecerse a las mujeres de internet que visten telas suaves y brillantes de color pastel, se adornan con lazos y tienen cocinas luminosas de más de veinte metros cuadrados. Ellas llevan las uñas perfectas y sus dedos, finos, parecen el botín de una urraca tan cuajados de anillos. Son delgadas, jóvenes, con voces muy dulces, que hornean y amasan frente a una cámara vestidas como si les hubieran invitado a una millonaria gala benéfica. Esta imagen, ya instaurada en el imaginario colectivo occidental a través de Tik Tok e Instragram, pertenece a lo que se ha denominado como movimiento “Tradwife” y procede, mayoritariamente, de las comunidades mormonas estadounidenses. Una moda en apariencia inofensiva pero cuya función es activar los marcos políticos de la ultraderecha internacional.
“Puede parecerlo, pero es un estilo que no resulta para nada inocente bajo una lectura mínimamente sociopolítica”, explica en conversación con elDiario.es Carolina Arrieta, profesora de comunicación y lengua en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) y estudiosa del discurso de la derecha en los espacios digitales.
Arrieta apunta que se trata de la imagen perfecta para contraponer a lo que conocemos como ‘angry feminist’; esa mujer feminista enojada a través de la que el discurso mediático ha retratado al movimiento feminista en general. “Son estética y comunicativamente lo contrario a esos personajes quejosos, problemáticos y, en gran medida, aterradores que, antes, la totalidad de los espacios mediáticos —y ahora especialmente los de ultraderecha— atribuían a la representación del feminismo”, observa.
El movimiento Tradwife, renacido como respuesta a la era del post #Metoo, es, a juicio de Arrieta, profundamente antifeminista: reproduce roles de género a través de la sumisión de la mujer mediante una actitud de servicio hacia el hombre o preserva la labor de los cuidados como un ejercicio exclusivamente femenino. Y si el feminismo pretende reventar el denominado “techo de cristal”, estas mujeres lo reparan mediante su reclusión voluntaria al espacio doméstico, además de tender hacia la simplificación del universo femenino. Una simplificación que se ha extendido por internet de manera general, no sólo en su campo de actuación concreto, con la adopción de expresiones como “sólo soy una chica” o la estética “coquette”; aniñada y con muchos lazos.
“Cuanto menos temas haya que miren a los sociopolítico mejor. Además, dinamita aquello que reivindicaba la cuarta ola del movimiento feminista, que es el compañerismo entre el hombre y la mujer. El universo tradwife presenta relaciones totalmente verticales: hay alguien que sirve y el otro es servido”, ejemplifica la profesora.
Por ello, aunque Roro decida desvincularse o no del movimiento de manera explícita, da lo mismo a ojos de Arrieta. “Al final, está reproduciendo el ideario de que la mujer es válida siempre y cuando se encuentre bajo la mirada masculina”, asegura. Roro en España, y el resto de influencers del estilo, tienen un público masivo en internet. No es una moda privada, cumplen la perfecta función de caja de resonancia aunque ellas no sean conscientes. O finjan no serlo.
Son vidas propagandísticas y, como tales, han sabido tocar las teclas adecuadas para suscitar el debate online entre quienes apoyan una visión feminista de la sociedad —occidental en este caso— y quienes buscan el regreso a los roles típicamente masculinos y femeninos de las sociedades de antaño. O, como señalaba, entre otros, en sus redes el escritor Pepe Tesoro: la búsqueda reaccionaria de una sociedad en la que los hombres sean nuevos y las mujeres, como siempre.
“Los usuarios tienden a consumir y compartir contenido que confirma sus creencias preexistentes”, explica para este periódico Santiago Hernández, profesor de Marketing Digital del Grupo CEF.-Udima y CEO de PuroMarketing. “El fenómeno de las tradwives, al provocar debates y discusiones sobre roles de género, logra altos niveles de interacción y esa es una de las cosas que promueven los algoritmos de las redes sociales: el que haya likes, comentarios, y post compartidos”, continúa Hernández.
Para el profesor, este asunto toca las mismas claves de viralización básicas que vemos en los medios sociales cuando algo se desboca. “Los usuarios tienden a consumir y compartir contenido que confirma sus creencias preexistentes. Las tradwives, al reafirmar valores tradicionales, encuentran una audiencia que se siente validada y conectada con esos perfiles”, expone.
Cabe destacar que, como señala el estudio “origen de la figura del influencer y análisis de su poder de influencia en base a sus comunidades” publicado por Andrea Fernández Lerma en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, los influencers crean una sensación de comunidad entre sus seguidores, quienes comparten los mismos valores y aspiraciones. Esto provoca un sentimiento de pertenencia que fomenta la lealtad y el compromiso de dichos seguidores, creando un escudo entre su influencer y el mundo.
“Hemos de tener en cuenta que vivimos en una era en la que la controversia y la polarización generan un mayor volumen de interacciones debido a las fuertes reacciones que provocan, tanto positivas como negativas, lo que lleva a amplificar su visibilidad en las redes”, comenta Hernández al respecto para apuntar que los grupos más activos en las redes, tanto de derechas como de izquierdas, son normalmente los más radicalizados. Y, por ello, el contenido conservador se mueve con mayor velocidad y virulencia en las redes. Su público, a favor o en contra, es el que más se mueve.
¿Puedo tener yo la vida de una Tradwife?
Son atractivas las vidas de propaganda a las que uno se asoma a través de la pantalla de su teléfono. Su aparente sencillez, la belleza de sus casas, su ropa de lujo, su impostada despreocupación. El haber escapado del trabajo asalariado.
Sin embargo, la que venden no es una vida que pueda conseguir cualquiera. Si quien lee este artículo es una persona corriente con un sueldo corriente en un país con una situación económica similar a la que ahora hay en España, muy probablemente no podrá ser ni disfrutar de la compañía de una “Tradwife”. ¿Qué pareja puede permitirse tener una cocina de más de veinte metros cuadrados? ¿Qué pareja puede hacerlo cuando sólo uno de los dos trabaja?, no muchas.
Una Tradwife no es una ama de casa, una tradwife es una mujer de clase alta. “Han destruido desde su óptica el reconocimiento de corporalidades e identidades diversas que también es parte de la cuarta ola. Ellas son, en su gran mayoría, mujeres blancas con un estatus socioeconómico muy superior a la media”, explica Arrieta.
Su permeabilidad social también depende del publico objetivo, no es lo mismo Estados Unidos que España o la India. “En nuestro país, el movimiento feminista ha tenido bastante calado, aunque tengamos un partido que aglutine su activismo en torno al antifeminismo”, continúa la profesora para añadir que en Estados Unidos es necesario tener un estatus socioeconómico “bastante alto” para permitirse ser “una mujer tradicional”, es un logro, algo deseable. “Podríamos concluir, entonces, que es un movimiento que en América tiene mucho sentido, en España no tanto y en la India, por ejemplo, nada. Ahí ya existe una cultura que hace que las mujeres, en su mayoría, sean forzosamente tradicionales”, continúa.
Pero, ¿cómo se relaciona el cuidado de una pareja a través de un recetario con los movimientos del ultraderecha?, según Arrieta utilizan los espacios inocentes para “colarse” en la primera línea del consumo en internet. “¿Quién no necesita mirar, de vez en cuando recetas, guías para maquillarse o cómo limpiar algo?”, observa la profesora. “Todos buscamos, recurrentemente, ese tipo de contenidos”, prosigue.
Es en esos espacios, utilitarios, donde se traslada un discurso ideológico potente de manera sutil. “Un ejemplo es que algunas líderes ultraconservadoras se declaran feministas a través de un feminismo que, como ellas apostillan, es ‘sin hostilidad hacia los hombres’ [Una táctica utilizada por Marine LePen, líder del Frente Nacional Francés]”, ejemplifica Arrieta.
Así, desplazan conceptos básicos como la emancipación, la igualdad de derechos o la justicia social y los desplazan por aquellos que son de adscripción personalista como la felicidad o la autorrealización. “Estas ideas son las que reclaman los movimientos de ultraderecha para lo que ellos consideran como mujeres empoderadas. Mujeres que toman el rumbo de sus propias vidas frente a los dictados de las doctrinas feministas”, zanja.
Hoy, las Tradwives se presentan con rebeldía como un movimiento contracultural. De ahí, además de su capacidad de viralización, viene su éxito en redes sociales.
La manosfera
Si nos preguntamos dónde quedan ellos, los hombres, en esta narrativa, habría que acercarse a la manosfera. Esto se define como un conjunto de espacios virtuales heterogéneos —webs, blogs, foros— que promueven una masculinidad enfatizada, el odio hacia el feminismo y la misoginia en general. Allí proliferan términos como el de ‘incel’ —hombre involuntariamente célibe— o 'bodycount' —en referencia al número de personas con el que se ha acostado una mujer y cuyo objetivo siempre es peyorativo—.
“El movimiento Tradwife le recoge el guante a algunos de los preceptos que se mueven en la manosfera, como por ejemplo el hecho de victimizar al varón y presentar al feminismo como enemigo de la nación”, apunta Arrieta. Este discurso es el que enarbola el movimiento neoconservador estadounidense que aupó a Trump a la presidencia en 2016 y que explica el actual impulso de estas tendencias en las redes sociales como reacción a los avances feministas de los últimos años.
Lo curioso, a ojos de Arrieta, es que la infantilización de los individuos no es unidireccional. A ellas se las infantiliza en el mundo público. A ellos en el privado. El no saber cuidarse, no saber cocinar, no saber cambiar un pañal.
Un ejemplo son los también virales vídeos de parejas veinteañeras que muestran como ellas cuidan de ellos antes de que se vayan “a jugar”. Ellas les ponen crema solar en la playa y ríen con complicidad en los comentarios: “Ay, mi chico es igual”. Un inútil. Un inútil simpático, eso sí.
“Esos vídeos”, ejemplifica Arrieta, “muestran que las mujeres son las cuidadoras absolutas y muestran una codependencia que anhela el mundo conservador. Ambos dependen el uno del otro pero en roles muy diferentes”, señala. Ellas buscan la hipergamia: alguien que les mantenga económicamente, que sea un proveedor. Ellos, alguien que los mantenga vivos.
“No es algo lejano ni desconocido. No nos olvidemos de la España de los 50 y 70. Las mujeres dependían de la firma de los hombres para todo, desde sacar su dinero propio del banco hasta dar un discurso. A ellos, en cambio, ellas les elegían todos los días los calzoncillos. La infantilización es mutua, pero con un abismo de por medio”, zanja.
Flor de un día o fenómeno a largo plazo
En España, Roro ha sido la primera en sacarle rédito al asunto, pronto le saldrán imitadoras como hizo ella con las estadounidenses. Es la ley de vida en internet. Si funcionas, creas escuela. O te copian directamente. Los dos expertos consultados por eldiario.es lo tienen claro. Lo que no ven tan claro es su escalado social, más allá del proselitismo en redes sociales. “No parece que hacerse realidad en una España en la que los precios de la vivienda y el alquiler están cada vez más fuera de control”, opina, escéptica, Carolina Arrieta.
Para Santiago Hernández, en España será un tema que se agote pronto. “En Estados Unidos está teniendo una gran aceptación como reacción a lo que estiman que es el movimiento ‘woke’, aquí aunque también se ha hecho eco probablemente se extinga en breve. Al menos, entre el gran público”, finaliza.
Otras tendencias vendrán que nos hagan olvidar los debates encarnizados que tenemos hoy. Pero, de momento, el ahora es de las Tradwifes y sus uñas de colores.
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