Los Sonny Angels y lo tierno: ¿qué pasa con esos muñequitos que ves colgados por todas partes?
“Por favor, por favor, yo quiero el conejo o la oveja”, “a mí que me toque cualquiera menos la jirafa y el panda”… Durante las últimas semanas, TikTok se ha llenado de invocaciones en torno a unas pequeñas cajas sorpresa con muñequitos de bebés semidesnudos y vestidos únicamente con diminutos sombreros de hortalizas, frutas, cabezas de animales o motivos navideños. La fiebre por los Sonny Angels ha aterrizado en España con tanta fuerza que no es extraño ver, si te fijas bien, a personas —en su mayoría jóvenes— en el transporte público, el instituto o la biblioteca con uno de estos pequeños muñecos enganchados en el móvil, en las llaves o en el ordenador portátil.
Los Sonny Angels se han convertido en la última moda que ha dividido a la gente de Internet entre aquellos que se han convertido en simples espectadores y no son capaces de entender de dónde han salido estos muñecos; y quienes han sucumbido al fenómeno —entre las que se encuentran figuras públicas como Rosalía— que llevan semanas esperando a que se repongan los stocks, buscando nuevas tiendas en los que se vendan y acumulando cajas y cajas hasta por fin encontrar la figurita que tanto tiempo llevan buscando. Pero, ¿qué son exactamente estos muñecos de bebé en miniatura? Y, sobre todo, ¿por qué se ha producido una locura colectiva en torno a ellos?
El origen de los Sonny Angels
La moda por los Sonny Angels ha llegado a España —y a muchos otros lugares de Occidente— desde Japón. Sin embargo, aunque aquí los hemos conocido hace pocos meses, lo cierto es que los Sonny Angels llevan triunfando en el continente asiático desde hace veinte años, cuando el diseñador de juguetes japonés Toru Soeya creó a estos pequeños muñecos inspirados en otros que se remontan a principios del siglo XX: los Kewpie.
Los Kewpie fueron una idea de la ilustradora y artista del cómic estadounidense Rose O'Neill (1874-1944). Estas figuras de bebés desnudos hicieron su primera aparición en 1909, en la revista Ladies’ Home Journal, como personajes de historietas, y luego pasaron a convertirse en muñecas de porcelana y vinilo —en el Museo de Art Nouveau y Art Déco de Salamanca, en la Casa Lis, se puede encontrar un original de 1913— que rápidamente ganaron popularidad en todo el mundo.
Una de las personas a las que llamó la atención el éxito de estos muñecos fue al empresario japonés Toichiro Nakashima durante su estancia en Estados Unidos, que los tomó de referencia para crear su marca de mayonesa en 1925 —a la que también llamó Kewpie— y que utilizó el diseño del niño desnudo de O'Neill como logo. Además, adquirió los derechos para poder distribuir las muñecas de la estadounidense en Japón. De esta forma, la mayonesa Kewpie no solo se convirtió en la más vendida del país, sino que la propia identidad de la marca se volvió un auténtico emblema.
Lo que nos lleva de vuelta a Toru Soeya, sus Sonny Angels y la relevancia que está tomando la cultura japonesa —y la surcoreana— en Occidente con la popularidad de lo kawaii, un adjetivo japonés para hacer referencia a lo “bonito” y lo “tierno”, entre lo que se incluirían los bebés, los animales o, como en el caso de los Sonny Angels, una fusión de ambos.
Lo tierno y lo bonito, es decir, lo 'kawai', es algo que ha estado reservado tradicionalmente (al menos en Occidente) al universo de la feminidad
El éxito de los Sonny Angels en España
La locura colectiva por los Sonny Angels en nuestro país llegó de la mano de Dan, una creadora de contenido sobre cultura pop conocida en TikTok como @lizziemcwhore, y cuya casa está llena de las figuritas de estos bebés, al igual que de sus versiones hippers (los que se colocan en el ordenador y el móvil), y de otros muñecos de estética similar, como los Labubu (suaves conejos con cara de enfado) o los Sylvanian Families (animales aterciopelados). Dan lleva meses haciendo unboxings de cajas de Sonny Angels en su canal de TikTok —con vídeos que pueden llegar a alcanzar las 700.000 reproducciones— y gradualmente el interés entre sus seguidoras por estas figuras ha ido creciendo.
Eso es lo que nota Eva Fuentes, dueña de älva for kids —una de las tiendas de juguetes que venden las figuras originales en Madrid desde hace casi dos años—, que asegura que “el público de Dan es el que empezó a mostrar interés por los Sonny Angels”. Sin embargo, a lo largo del último año, y gracias al nivel de viralidad que permite alcanzar TikTok, el fenómeno se ha vuelto una auténtica locura, y “los Sonnys que llegan se agotan en horas. Desde el pasado verano nos llegan muy pocas unidades —la falta de stock es generalizada en todas partes— y por eso los falsos han encontrado un hueco tan fácilmente. En ocasiones es difícil encontrar uno auténtico durante dos o tres semanas...”.
La propia tienda ha impulsado un canal de WhatsApp, que ya alcanza más de 1000 seguidores, donde informa de los nuevos paquetes que llegan, y donde fomenta el intercambio entre personas a las que les han tocado repetidos. En este canal, por supuesto, solo se aceptan los muñecos auténticos —que hoy en día rondan los 20 o 25 euros, pero que pueden llegar a venderse por más dinero— en lugar de las copias falsas que se venden en muchos bazares o páginas como Shein o Aliexpress por cuatro o cinco euros. El propio establecimiento ha creado un vídeo de TikTok donde habla de las diferencias entre los verdaderos y las falsificaciones. A pesar de todo, la red social está llena de vídeos —en su mayoría de mujeres jóvenes— abriendo sus adquisiciones, sean estas verdaderas o falsas, frente a la cámara, y haciendo a los espectadores partícipes de la sorpresa.
Este es, de hecho, uno de los grandes motivos del éxito de los Sonny Angels: la emoción por saber cuál te va a tocar. Es el caso de María, de 26 años, quien conoció los muñecos hace ocho años porque su tía les regaló uno a ella y otro a su hermana. En ese tiempo —cuando en España casi no se distribuían—, María quiso conseguir otro, pero lo acabó pidiendo a una página francesa que le cobró unos gastos de envío muy elevados. Y ahora, con las redes sociales, ese impulso por comprarlos ha vuelto de nuevo: “Nos encanta que sean sorpresa, el hecho de abrirlo y ver cuál es. Además, hay tantas series y colecciones diferentes que es como, Dios, ¿cuál me va a tocar? Todo eso a mí me da mucha adrenalina”.
Las redes sociales también han generado el impulso en personas como Cris, de 30 años, quien graba unboxings para sus amigas abriéndolos al estilo de los vídeos de TikTok y “haciendo el tonto”, aunque reconoce que “con la tontería, todas hemos acabado comprándolos”. O el caso de Myriam, de 32 años, quien afirma que a ella los muñequitos de bebés no le llaman tanto la atención, pero que sí le gustaron los que han lanzado en colaboración con la marca Mofusand —con forma de gato disfrazado de otros animales—. Myriam cuenta que intentó encontrar alguno en bazares de Madrid, pero todos tenían un aspecto muy “falso”, así que al final compró uno por Internet que ahora lleva enganchado en su portátil.
La estética de lo bello y lo femenino
A partir de la popularidad de los muñecos, hace unos días, Pepe Tesoro publicaba un artículo en Sustrato titulado Los Sonny Angels y las cosas que no entiendo, donde reconocía su posición como sujeto que hablaba del desdén propio de la figura del “viejo cascarrabias” que no entiende “estas cosas de jóvenes”, donde también señalaba —con mucho acierto— que ese rechazo que produce esta moda no era solo por su vinculación a lo juvenil, sino también por actuar como paradigma de lo femenino.
Lo “tierno” y lo “bonito”, es decir, lo kawaii, es algo que ha estado reservado tradicionalmente (al menos en Occidente) al universo de la feminidad. Por lo que, cualquier hombre, en una muestra de su masculinidad, no solo tendría que hacer alarde de incomprensión, sino también de mofa y ridiculización. En el artículo de Tesoro también se alude a todos esos “novios y amigos que se reían de las chicas que los llevaban”. Pero, ¿por qué este rechazo por lo tierno como sinónimo de bello?
Frente a la impulsividad de compra que han generado las redes sociales, Sabela, de 43 años, tiene figuras de los Sonny Angels en su casa desde hace diez años. A ella siempre le ha interesado el universo de muñecas como las Blythe o las Pullip, de origen asiático, y los Sylvanian Family, como una manifestación de belleza. De los Sonny Angels le cautiva especialmente esa fusión estética entre lo humano y lo animal, “no es tanto el hecho de que sea un bebé, sino esa idea de los animales personificados o las personas animalizadas”. Algo que no solo la ha llevado a comprar este tipo de figuras, sino a implementar este universo estético en los estampados de su ropa o los tatuajes de su cuerpo.
Esta dicotomía entre abrazar lo bello —entendido en términos de feminidad— o rechazarlo ha sido una constante dentro de los movimientos feministas, queer y del ámbito de Internet. Inicialmente se entendió el repudio a lo femenino, lo rosa, lo infantil y “las cosas de chicas” como una forma de acercarse al universo de los dominantes. “Si te gusta el rosa o la figura de un bebé vestido de gatito” no se te puede tomar en serio. Sin embargo, poco a poco se fue volviendo a abrazar la feminidad no como algo inherente a las mujeres, sino como un espacio de creatividad, belleza y arte. Y si esa autoridad dominante desprestigiaba lo femenino, quizá lo que debía cambiar no era lo femenino, sino nuestra propia idea de autoridad.
En este universo se sitúan los Sonny Angels —independientemente de que a alguien le puedan gustar más o menos— y de ahí hay que entender su rechazo. Sin embargo, tampoco hay que pasar por alto otra cuestiones como el hecho de que este ensalzamiento de lo “tierno” y lo “cute” (mono) esté capitalizando nuestros deseos a través de la compra compulsiva; o esta tendencia reciente a la exaltación de los valores tradicionales, como lo sucedido con las tradwives.
Y es que llama la atención que muchos de estos unboxings, que en ocasiones están protagonizados por jóvenes de 16 o 17 años (o de edades más tempranas) se hagan pasar por otra tendencia que cada vez está cobrando más fuerza en Internet, la de los gender reveal. “Yo soy la mamá… y quiero que me toque el cervatillo” puede ser leído en ocasiones como parte de la cultura del meme —especialmente cuando viene de la mano de una generación que cada vez tiene menos hijos— o como un eco de esa época en la que las niñas jugaban a “mamás y papás” o a las “familias”, donde el personaje del papá era interpretado por otra niña, o directamente estaba ausente, ya que los niños estaban demasiado ocupados jugando al fútbol.
Las modas de Internet —y su rechazo a ellas—, pese a su carácter efímero, también están impregnadas de ideología. Y siempre es relevante hacer una segunda y hasta tercera lectura de algo tan “inofensivo” como muñequito semidesnudo, que al mismo tiempo es una marca de mayonesa japonesa, y que tanto está enfadando a algunas personas tanto dentro como fuera de Internet.
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