¿Qué es una talla “mediana”? La tendencia en redes que ha desatado un debate sobre la diversidad corporal

Cada día, en algún lugar, surge un nuevo trend de TikTok que se expande rápidamente por la red, llegando a diferentes creadoras de contenido. Estas aprenden los bailes, hacen un lip sync o reproducen los diálogos de una conversación pregrabada que se ha viralizado. Más tarde, cientos de usuarias lo replican. Hace unas semanas, fue el turno de las creadoras de contenido con cuerpos midsize (según el sistema de tallas, aquellos que se encuentran entre la 38 y la 42), quienes, al ritmo de la canción Natural de Little Homie y Huan62, reivindicaban los cuerpos diversos y su espacio propio en una red —y una sociedad— que sigue privilegiando ciertos tipos de cuerpos por encima de otros.
Sin embargo, la polémica surgió cuando, al explorar los hashtags #midsize (con 543.000 publicaciones) o #midsizefashion (con 484.000) en la red social china, muchas de estas creadoras se dieron cuenta de que eran chicas con cuerpos tradicionalmente considerados normativos quienes protagonizaban buena parte de estos vídeos. “O sea, que las midsize somos las gordibuenas”, “por fin alguien enseña lo que es la complexión media” o “eso será más bien complexión delgada” eran algunos de los diferentes comentarios que se podían encontrar en un mismo vídeo, evidenciando una clara discordancia a la hora de percibir los cuerpos ajenos y, por extensión, el propio.
¿Por qué lo que para unas es midsize, para otras no lo es? ¿Tiene sentido seguir utilizando etiquetas para visibilizar la diversidad corporal? Y, ¿de qué forma estas diferencias de percepción sobre lo que se considera un cuerpo delgado o un cuerpo gordo responden a un sistema estructural gordófobo, patriarcal, racista y capitalista que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida?
Los cambios en la percepción corporal
En el ensayo Cómo ser una mujer del Renacimiento (Crítica, 2024), la historiadora Jill Burke explica que, en esa época, los estándares de belleza femenina valoraban cuerpos más carnosos y voluptuosos en comparación con los cánones actuales. Un cuerpo voluminoso y con curvas era signo de riqueza y estatus social, ya que, en el imaginario social de ese periodo histórico, representaba el suficiente acceso a la comida y la ausencia de trabajo físico extenuante. Con el paso de los siglos, el ideal se transformó hasta naturalizar la idea de que un cuerpo delgado es sinónimo de belleza y salud, y un cuerpo gordo es percibido como grotesco y enfermo.
En la obra Visceral (Páginas de Espuma, 2024), un híbrido entre ensayo, memoria y autoficción, la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero disecciona los distintos ejes de violencia que recibe un cuerpo gordo: “No ha habido un solo cumpleaños en mi vida en el que no haya pedido adelgazar mientras soplaba la vela. No hay uno solo de mis diarios en los que no aparezca la palabra dieta, la palabra flaca, la palabra prometo, la palabra guapa. Nunca he tenido un pensamiento hermoso dedicado a mi cuerpo”. Como narra Ampuero, la gordura solo es aceptable, deseable y encantadora en el cuerpo infantil: “Una delicia, decían, le mordería esas empanaditas que tiene por pies […] qué bien educada, la niña. Todo lo come, la niña”. Pero, conforme el cuerpo crece, llega el rechazo: “A partir de los catorce no había la talla, nunca había la talla. Las mejillas me estallaban cuando las encargadas de las tiendas me miraban un poco con asco y sacaban para mí ropa de embarazo o de señora mayor”.
En este contexto de violencia contra los cuerpos gordos o que se alejan de la norma corporal, cada vez más activistas antigordofobia empiezan a señalar y enunciar esas violencias específicas que reciben los distintos tipos de cuerpos. Es por ello que, en el podcast The Fat Lip, la activista Ash Nischuk creó una escala de cuerpos gordos: small fat, mid fat, superfat, infinifat.
Si bien es necesario nombrar que existen diferentes tamaños y acorde a ellos, diferentes violencias y discriminaciones; lo que no podemos es utilizar términos que generen nuevos escenarios de discriminación
“Esta categorización surgió dentro de los activismos gordos para abordar la necesidad de hablar de las distintas violencias que sufren los cuerpos acorde al tamaño que tengan”, explica Magdalena Piñeyro, activista y escritora sobre temas de gordofobia, género y diversidad corporal. Para ilustrarlo, Piñeyro usa un ejemplo simple: “Hay personas gordas que caben en todos los aviones, hay personas gordas que cabemos en algunos y personas gordas que no caben en ninguno, que tienen que comprar dos asientos”.
Sin embargo, Piñeyro también reconoce que hay que tomar con cautela estas etiquetas —entre las que se podría incluir el midsize del trend de TikTok— porque pueden reforzar nuevas jerarquías. Existe el peligro de que sirvan para separar aquellos cuerpos que, por estar más cerca de la norma, se consideran más válidos, de los que se alejan de ella y, por lo tanto, quedan excluidos: “Si bien es necesario nombrar que existen diferentes tamaños y acorde a esos diferentes tamaños, diferentes violencias y discriminaciones; lo que no podemos hacer es utilizar términos que generen nuevos escenarios de discriminación y nuevos escenarios de privilegio, que es lo que creo que puede pasar con el tema del midsize o el plus size”.
Cuerpos midsize, un limbo entre dos corporalidades
El uso del término midsize responde a un intento de dar visibilizad a un no-lugar. “Las chicas que lo utilizan se sienten un poco en tierra de nadie. En teoría no son lo suficientemente delgadas para entrar en el canon socialmente impuesto, pero tampoco gordas”, explica Carmen Sánchez, editora y activista antigordofobia.
Algo que corrobora Alba de la Fuente, creadora de contenido midsize sobre body positive y moda, que se sumó a la tendencia de TikTok. Ella explica que, dentro del movimiento, ha podido conectar con personas midsize que han vivido experiencias similares a las suyas, que no coinciden con las de las personas delgadas ni con las de las personas gordas. Además, siempre ha querido “generar una red de apoyo en la que dar ideas de outfits o encontrar y compartir prendas que favorezcan a los cuerpos diversos”, algo que la industria de la moda, en conjunción con las redes sociales, ha limitado, durante mucho tiempo, a los cuerpos delgados.
Por eso, cuando esta creadora de contenido se encontró con numerosas chicas con cuerpos normativos utilizando el trend, sintió decepción, ya que estaban ocupando un espacio de visibilidad que ya es pequeño en sí mismo. “Creo que no se han parado a pensar en el impacto que puede tener para alguien que está pasando por un momento difícil con su cuerpo”, confiesa.
Pero no es de extrañar que haya mujeres que, a pesar de responder a un canon de belleza normativo, sientan una alteración en la percepción sobre su propio cuerpo. “Las exigencias de delgadez patriarcales y gordofóbicas son tan fuertes que hay muchas mujeres a las que, desde fuera, vemos que entrarían dentro del canon de belleza y el canon de la delgadez, pero ellas no son capaces de verse ahí. […] Existe una discordancia respecto a lo que tú ves, lo que la demás ven en ti y, a su vez, respecto a lo que la sociedad te exige”, explica Piñeyro.
Del body positive al activismo antigordofobia
De la Fuente se inscribe dentro de lo que se conoce como body positive, un movimiento social que promueve la aceptación de todos los cuerpos, independientemente de su tamaño, forma, color de piel, género o discapacidad, cuyo objetivo es desafiar los estándares de belleza tradicionales, fomentar la autoestima y el amor propio. Aunque durante la segunda ola feminista de Estados Unidos ya se empezó a explorar la relación entre la opresión de género y la imagen corporal, este término surgió en los años 90 de la mano de las feministas Connie Sobczak y Elizabeth Scott. Sin embargo, no se consolidó hasta un tiempo después, en la década de 2010, con el auge de Internet y las redes sociales, en donde surgieron algunas de sus mayores representantes, como la modelo Ashley Graham.
Con la popularidad del body positive, el activismo antigordofobia se fue desligando de él y ha ido señalando algunas de sus problemáticas, como su creciente despolitización. Por ejemplo, por el hecho de que muchas marcas y medios se hayan apropiado de las consignas sin efectuar un cambio estructural real. O porque se haya limitado su enfoque a la autoestima y la autoimagen, sin cuestionar las discriminaciones en materias de salud, transporte o empleo. La clave del activismo, dice Sánchez, “es señalar la discriminación hacia los cuerpos gordos y crear herramientas y recursos para combatirla”.
Las chicas que lo utilizan se sienten un poco en tierra de nadie. En teoría no son lo suficientemente delgadas para entrar en el canon socialmente impuesto, pero tampoco gordas
A pesar de todo, la herencia del movimiento también tiene efectos positivos. Piñeyro, que en su activismo acostumbra a trabajar con personas jóvenes, dice que observa un gran cambio generacional a la hora de tener una conciencia crítica sobre estas cuestiones, y que eso es, en parte, a su cualidad de mainstream. Seguir manteniendo viva la conversación es esencial porque, aunque hoy en día existe un auge del movimiento antigordofobia, también nos enfrentamos al crecimiento de prescripciones de Ozempic (la marca comercial más común de la semaglutida), un medicamento contra la diabetes entre cuyos efectos secundarios, se encuentra la pérdida de peso.
De acuerdo con The 2023 Trends Shaping the Health Economy Report —llevado a cabo por la firma de análisis de datos Trilliant Health—, “los volúmenes de prescripción de medicamentos GLP-1 para la pérdida de peso (entre los que se encuentra Ozempic) aumentaron un 300% entre 2020 y 2022” en Estados Unidos. De los datos analizados, “solo el 53,8 % de los pacientes que tomaron un medicamento GLP-1 en 2022 tenía antecedentes de diabetes tipo 2”, y el resto se encontraba fuera de indicación. De hecho, son numerosas las celebridades estadounidenses que han admitido haberlo usado, como Rebel Wilson, Oprah Winfrey o Kelly Osbourne; y otras que, presuntamente, parecen haberlo utilizado al mostrar cambios de peso muy drásticos en poco tiempo.
A pesar de que la situación en España no es tan alarmante, en mayo de 2024 la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) lanzaba un comunicado —sin proporcionar datos concretos— en el que alertaba de cómo los servicios de inspección de las comunidades autónomas habían “detectado casos de prescripción de estos medicamentos para indicaciones no incluidas en su ficha técnica” y apelaba a que se “priorizase el uso de estos tratamientos de acuerdo a las condiciones autorizadas”, debido a la falta de suministros.
Este ecosistema gordófobo —del que la situación respecto al Ozempic se alimenta— nos enfrenta a una pérdida de referentes de cuerpos diversos. Sin embargo, desde los movimientos antigordofobia se recuerda la importancia de no señalar directamente a las personas, sino al sistema gordofóbico, patriarcal, racista y capitalista que ejerce una presión estética sobre los cuerpos, especialmente sobre los de las mujeres. Piñeyro explica que la sociedad, poco a poco, va entendiendo que “el cuerpo es complejo y el peso es multifactorial, es decir, que muchas veces no es posible adelgazar aunque comas bien y hagas ejercicio” pero, dada toda la gordofobia interiorizada —y a nivel estructural—, no es de extrañar que la gente lo use si te lo presentan “como una solución rápida, sin efectos secundarios, maravillosa y muy simple, que solo es pincharte y listo”.
En un mundo donde se sigue presentando la delgadez como algo deseable, las categorizaciones se convierten en un método paliativo en el que encontrarse, acuerpar al otro y aunar fuerzas para señalar las violencias, pero con la mirada siempre puesta en exigir cambios estructurales que garanticen dignidad y una vida libre de discriminación para todas las personas y todos los cuerpos.
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