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José Miguel Ochoa

5 de enero de 2022 21:12 h

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La Merindad de Sangüesa es la más oriental y la más extensa de Navarra, pues ocupaba el sector nororiental del antiguo “reyno”, desde el límite con los llanos y fértiles valles de la Ribera hasta las altas montañas de los Pirineos. En su momento fue también una de las más ricas, ya que la lana y la madera eran sus principales recursos económicos, siendo esta última transportada en las almadías que por los ríos Irati y Aragón arrastraban los troncos hasta el Ebro en dirección al Mediterráneo. Se da el caso de que su frontera con el vecino reino de Aragón se ha mantenido casi inmutable en el devenir de los siglos de la llamada Reconquista, algo bastante extraño en aquellos convulsos años.

Hemos iniciado la ruta en Sangüesa, que da nombre a la merindad y donde vamos a encontrar todos los servicios que necesitemos. Pero, si os parece, dejaremos su visita para el final de la etapa. Desde la misma salida iremos ganando cota de manera imperceptible hasta coronar el que, a falta de otro nombre conocido, hemos llamado Alto de Javier. Un rápido descenso nos lleva hasta el complejo que rodea el Castillo de Javier, lugar donde nació (1506) y vivió San Francisco de Javier, patrón de Navarra y cofundador junto a San Ignacio de Loyola de la Compañía de Jesús. Se trata de un magnífico edificio comenzado a construir en el siglo X y que sería ordenado destruir por el ínclito Cardenal Cisneros tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico. Por suerte, solo se derribó parcialmente, aunque a finales del XIX estaba casi en ruinas. Afortunadamente, sus propietarios comenzaron a reconstruirlo, obra que culminaría con un logrado edificio finalizado en 1952. La Basílica, aneja a la fortaleza, se edificó en el siglo XIX. Comentar también que todos los años, los dos primeros fines de semana de marzo, tiene lugar una larga y multitudinaria peregrinación desde todos los lugares de Navarra, conocida como La Javierada, para honrar al santo, siguiendo la tradición que se remonta a 1886.

Tras la interesante visita, nos dirigiremos a Yesa, cuyos habitantes reciben el apodo de “pecheros”, debido al impuesto que se tenía que pagar para poder pasar de tierras navarras a la antigua Corona de Aragón y que se cobraba en la Casa de la cadena, donde estaba la hilera de eslabones que impedía el paso. Muy cerca, podremos conocer las ruinas de un puente de piedra del siglo XII sobre el río Aragón que conserva restos romanos. Es conocido como Puente de los Roncaleses por la legendaria batalla que sostuvieron aquí los habitantes del Valle de Roncal contra el ejército musulmán durante la Reconquista. Será mejor que no intentéis atravesarlo en bici ni a pie, por cuanto le faltan 3 de sus 7 arcos tras su destrucción en la última carlistada. Asimismo, la localidad ha dejado su nombre al Embalse de Yesa, el “mar del Pirineo”, construido para aprovechar las aguas del río Aragón que une a ambos reinos, hoy comunidades autonómicas vecinas y devenido en apreciado paraíso para deportes náuticos. Si queremos darnos a orillas del pantano un relajante baño en aguas sulfurosas solo tenemos que acercarnos a Tiermas, que está a un paso.

Para los mejor preparados va nuestra recomendación de visitar el Monasterio de San Salvador de Leyre, por una subida corta pero dura, con 3,4 km al 8% de pendiente media y largos tramos en que esta mantiene los dobles dígitos, con un máximo del 15%. De este monasterio existe documentación escrita del año 848 referente a la visita de San Eulogio de Córdoba. Es uno de los monasterios más relevantes de España tanto histórica como arquitectónicamente, con partes románicas del periodo temprano muy bien conservadas. En él se encuentra el panteón en el que yacen los primeros reyes de Pamplona (precedente del Reino de Navarra). Sería prolijo relatar aquí todo lo que encierra este recinto, pero es de obligada visita si os os atrevéis a superar la exigente subida. Y cómo no, tiene su particular leyenda en la del abad Virila que se quedó dormido oyendo el canto de un ruiseñor y despertó 300 años después. Podemos ver su imagen en la preciosa cripta románica que sirve para nivelar el terreno sobre el que se asienta la iglesia principal.

El siguiente pueblo que encontraremos será Liédena, punto de cruce de varias de las rutas más importantes de la merindad. Precisamente en una de ellas, a la salida de la localidad hacia la sierra de Izco, veremos a nuestra derecha el Puente del Diablo, cuyas ruinas vemos encajadas en la misma boca de la foz de Lumbier. Para superar el río Irati, el pueblo de Liédena decidió levantar en el siglo XVI un puente, y escogió para ello la salida de la espectacular foz, que es donde el cauce es más estrecho. Y por estos mismos parajes encontraremos las ruinas de la villa romana descubierta en los años veinte de la pasada centuria.

Pocos kilómetros más adelante, en el nudo de rotondas que dispersan los trayectos hacia la capital del reino o hacia el Valle de Salazar, se ubica, casi prisionera del progreso, la Venta de Judas, donde se cambiaba el tiro de las diligencias que hacían el trayecto del Valle de Roncal a Pamplona. Nosotros tomaremos dirección sur y tras un alto arribaremos a Aibar, bonito pueblo medieval encaramado en la montaña. Disfrutaremos de su rico patrimonio partiendo de la iglesia de Santa María, para ir subiendo por las estrechas y empedradas calles hasta llegar a la iglesia, también románica, de San Pedro que cuenta con una hermosa portada renacentista junto a una plaza de amplias vistas. En el camino vamos dejando antiguas casas de piedra, con sus escudos, puertas de arcos de medio punto, ventanas geminadas y pasos porticados. También conocido como el pueblo de los duendes, se encuentra situado en la comarca de la Baja Montaña de Navarra y en honor a su pasado medieval celebra cada 2 de noviembre un mercado medieval. Aunque no quedan vestigios del cerco amurallado que dominó la población se han encontrado varias hachas pulimentadas que datan de la Edad del Bronce. Asimismo dos importantes vías atraviesan su término municipal: el Camino de Santiago aragonés y la Real Cañada de los salacencos hacia las Bardenas Reales.

En Sangüesa ya existían núcleos fijos de población en la época romana. Existe documentación con este nombre ya en el año 882. Por su ubicación fronteriza, fue un importante baluarte defensivo navarro contra los musulmanes y luego contra los aragoneses

Solo queda visitar Sangüesa donde ya existían núcleos fijos de población en la época romana. Existe documentación con este nombre ya en el año 882. Por su ubicación fronteriza, fue un importante baluarte defensivo navarro contra los musulmanes y luego contra los aragoneses. Entre tantas cosas a visitar, sin duda destaca la iglesia de Santa María la Real con su  monumental portada románica. Relatar todas excedería el ámbito de este artículo, así que después de reponer fuerzas en alguno de sus restaurantes, podemos preparar una visita a pie. Solo hay que documentarse un poco, cosa que resulta fácil porque la Oficina de Turismo está justo frente a la iglesia de Santa María. El paseo no va a suponernos un gran esfuerzo porque el núcleo central de Sangüesa es muy reducido y nos va a permitir solazarnos en su visita, recordando los mil y un descubrimientos de esta intensa jornada ciclista de poco más de 50 kilómetros que, eso sí, discurren por un trazado ciertamente rompepiernas.

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