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Implican a un concejal de Río y tres policías militares en el asesinato de Marielle Franco

Muro con grafitis recordando a la concejala Franco cerca del lugar en que fue asesinada.

Víctor David López

Río de Janeiro —

La esquina de las calles Joaquim Palhares y João Paulo I, en el barrio de Estácio, junto a la estación de metro, se ha vuelto a convertir por unas horas en el lugar frío que fue la noche del 14 de marzo, cuando Río de Janeiro, acostumbrado a estremecerse, se retorció con el asesinato de la concejala Marielle Franco (Partido Socialismo e Liberdade, PSOL) y su chófer, Anderson Pedro Gomes.

Dos meses después, la esquina en cuestión, hoy repleta de pintadas en memoria de los fallecidos, ha sido escenario de la reconstrucción de los hechos.

La reconstrucción duró cinco horas, y contó con cuatro testigos presenciales, corte de calles y de espacio aéreo, y munición real para poder diferenciar entre el sonido de pistolas y fusiles. Todas las informaciones indican que el arma utilizada fue un subfusil MP5, de 9mm y con silenciador. El arma es usada por los grupos de élite de las policías civil, militar y federal en Brasil. Además, la munición encontrada corresponde a un lote comprado por la Policía Federal.

Un testigo protegido –aunque no estaba presente en el momento del asesinato–, ha revolucionado el curso de la operación, implicando en la ejecución a sangre fría a otro concejal del Ayuntamiento de Río y a tres policías militares. En sus declaraciones ante los investigadores, ha confirmado fechas, horarios y lugares de reuniones entre el concejal Marcelo Siciliano (Partido Humanista da Solidariedade, PHS) y el ex policía militar Orlando Oliveira de Araújo, líder de la milicia paramilitar de Jacarepaguá en la zona oeste de Río de Janeiro, y actualmente en prisión por la participación en un asesinato similar.

Las reuniones comenzaron hace casi un año, en junio de 2017, y, según el testigo, tenían el objetivo organizar el crimen. Primero decidieron que el ascenso político de Marielle Franco comenzaba a molestar demasiado. Luego comenzaron a estudiar sus rutinas de idas y venidas, sus horarios.

El mismo testigo –que también forma parte de la milicia paramilitar– ha declarado a la policía que dos policías militares estaban entre las cuatro personas del Chevrolet Cobalt desde el que se disparó a la concejala y a su chófer. Uno de ellos continua en activo y el otro está retirado. Ambos forman parte de milicias paramilitares.

El testigo ha presentado una completa recopilación de datos, que están siendo analizados, sin desechar –dada su también condición de paramilitar amenazado– que se trate de una estrategia personal.

Mientras la policía rebusca entre las pistas y los chivatazos, se sigue elaborando el móvil, la lista de intereses y beneficios de una barbarie. Marielle Franco, hasta la fecha, no era una concejala caracterizada por aglutinar votos en determinados barrios o regiones de Río de Janeiro. Lo cual tampoco puede cerrar la línea de investigación de que los responsable del asesinato vieran amenazadas sus negocios de la zona oeste, región controlada por el concejal Siciliano y las milicias de Orlando Oliveira.

Con la excusa de hacer frente a las bandas de narcotraficantes, la población tiembla ahora con comandos diferentes pero igual de feroces y extorsionadores. Marielle Franco, que provenía del complejo de favelas de Maré, denunciaba todo tipo de violencia: la social, la de los narcos, la institucional y la paramilitar.

Crecía poco a poco, y con ella crecían las esperanzas de varios colectivos. Por eso tampoco se descarta el crimen por motivos racistas, machistas, homófobos o todos de una vez. No se descarta nada, mientras el concejal Marcelo Siciliano, en una rueda de prensa, ha asegurado que no entiende por qué alguien le ha metido en esta situación, ha jurado que él y Marielle eran amigos, mostrando incluso una foto en la que, juntos, brindan en un cumpleaños. El ex policía militar, desde su celda, ha escrito una carta en la que se desmarca de las acusaciones y manifiesta que ni conocía a la concejala.

La mañana siguiente a la reconstrucción de los hechos, la esquina de Joaquim Palhares con João Paulo I hacía vida normal. Podría convertirse en un santuario de los que pelean por el cambio que Brasil necesita. Por el momento, la realidad es que este trágico cruce de caminos es simplemente un lugar idóneo para escapar del laberinto del centro de la ciudad. Un lugar idóneo para quitar de en medio a una política negra, lesbiana, feminista y de la favela.

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