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Análisis

Cómo Öcalan, el fundador del PKK, puede cambiar el rumbo de Turquía y Siria tras 25 años encerrado en prisión

Imagen de archivo. Soldados del YPG celebran la victoria sobre ISIS en un acto organizado este jueves en Qamishly, ciudad fronteriza con Turquía. De fondo, una pancarta con la cara de Abdullah Ocalan, fundador del PKK.
1 de marzo de 2025 22:40 h

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Parecería en principio que lo que diga un personaje encerrado en la cárcel de máxima seguridad de Imrali (Turquía) desde hace 25 años podría tener poca influencia sobre lo que ocurra fuera de su celda. Y, sin embargo, la decisión que Abdullah Öcalan acaba de tomar puede cambiar drásticamente, para bien, el clima de seguridad tanto en Turquía como en Siria e Irak.

El fundador y líder histórico del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) ha hecho un llamamiento al desarme y a la disolución del grupo que desde mediados de los años ochenta del pasado siglo ha representado la mayor amenaza de seguridad para Turquía. Un grupo, catalogado como terrorista tanto por Ankara como por Bruselas y Washington, que desde 1978 pretende representar los intereses de los aproximadamente 20 millones de kurdos que habitan ese país, y que adoptó la lucha armada contra Ankara con un saldo acumulado de más de 40.000 muertos.

A pesar de su prolongado encierro, se estima que la estructura rígidamente jerárquica del PKK ha permitido a Öcalan mantener su autoridad sobre la amalgama de grupúsculos civiles y armados que se engloban bajo esa sigla; y de ahí que su mensaje tenga la capacidad de provocar un giro extraordinario en sus filas.

Como ha ocurrido en otros casos, la causa kurda —luchando por el reconocimiento de sus derechos culturales y políticos en un país que se ha negado históricamente a reconocer su existencia, identificándolos exclusivamente como “los turcos de la montaña”— ha ido evolucionando en contra de los planteamientos del PKK. Por una parte, el paso del tiempo ha ido dejando claro que el ejercicio de la violencia tampoco les ha reportado ventaja alguna, ni en términos políticos ni, mucho menos, militares —aunque puedan llevar a cabo actos violentos, estratégicamente hace mucho que han sido derrotados—.

Por otra, el Estado, de la mano del presidente Recep Tayyip Erdogan, ha optado por combinar el palo y la zanahoria para tratar de desactivar en buena medida el atractivo del grupo entre sus potenciales simpatizantes. Mientras lanzaba numerosos ataques contra los feudos principales del grupo, no solo en Turquía, sino también en Irak y Siria y reprimía los derechos políticos kurdos, en algunos momentos les ha dado margen de maniobra, les ha permitido el uso de la lengua kurda (kurmanyi) y la celebración pública de sus festividades.

Además de especular sobre lo que haya podido conseguir personalmente Öcalan —de momento, nada apunta a una liberación inmediata, aunque no se descarta que pueda pasar a arresto domiciliario—, también resulta una incógnita la respuesta de los miles de combatientes en armas a la orden de su líder. Sobre todo, cuando se recuerda que ya en diferentes ocasiones, desde 2009, se han registrado rotundos fracasos en cada uno de los diversos intentos de resolución del conflicto por vía negociada.

Tampoco queda claro lo que puede extraer el PKK de un paso de esas dimensiones, en la medida en que resulta impensable imaginar que vaya a haber un Kurdistán turco independiente o incluso una autonomía dentro de un Estado tan centralizado como el turco. En todo caso, no deja de sorprender que Öcalan haya sido tan impreciso en su llamamiento al no querer ir más allá de reclamar “respeto por las identidades”.

La disciplina interna del PKK se ha mantenido y sus huestes han aceptado que su combate ha terminado, según ha indicado la milicia en un comunicado difundido este sábado en el que anunciaban un alto el fuego, así como un futuro desarme. Erdogan ha logrado así un rotundo éxito político, precisamente en un momento en el que las señales de autoritarismo, especialmente contra los partidos prokurdos, se hacen cada vez más evidentes, sino que la situación también puede cambiar notablemente en Siria.

La región nororiental de Siria está controlada por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), apoyadas por Washington desde que se convirtieron en un significativo colaborador local para hacer frente a la amenaza que representaba el Estado Islámico, capaz de proclamar un pseudocalifato en 2014 que se prolongaba hasta la zona noroccidental de Irak.

Las FDS están dominadas por milicias kurdas que Ankara considera el brazo del PKK; de ahí su amenaza creciente de lanzar una ofensiva en esa región (olvidando de paso que es territorio sirio) para desbaratar de una vez por todas la amenaza que eso representa para Turquía.

Si finalmente se produce el desarme y disolución del PKK, en paralelo al proceso de acercamiento que se está desarrollando entre las nuevas autoridades sirias y las FDS —el propio presidente, Ahmed al Sharaa, ha sido invitado a visitar la región por el jefe de las FDS, Mazlum Abdien, en el marco de un proceso que puede terminar con la integración de sus fuerzas en el Ejército nacional—, el nivel de inestabilidad y violencia que lleva caracterizando la región desde hace años podría experimentar una sustancial mejoría. Inshallah.

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