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OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

The Guardian en español

La naciente conciencia medioambiental en Asia es un problema para Europa

Toneladas de basura en las calles de Guiyu, una localidad del sur de China especializada en el reciclaje.

Zigor Aldama

Shanghái —

En la urbanización de Jiang Shizhen han aparecido cuatro contenedores de colores. Los vecinos están confusos, así que el gobierno municipal de Shanghái ha puesto a un voluntario para explicar lo que sucederá a partir del 1 de julio. “Entrará en vigor la nueva normativa de reciclado que obliga a separar la basura”, le comenta el joven ataviado con un chaleco de colores adornado con un corazón. “Hay cuatro categorías: los desechos orgánicos van al cubo marrón; los restos residuales no reciclables, al negro, que también es donde se echan los huesos; la basura reciclable, al azul; y todos los desechos peligrosos, al rojo”. Jiang se rasca la cabeza poco convencido mientras lee el folleto explicativo que le da el voluntario. “Va a ser un caos”, vaticina.

La escena recuerda a las que se vivieron en España hace dos décadas, cuando se obligó a la recogida selectiva de basuras para propiciar el reciclaje. Y los comentarios también son similares. “Me he quedado mirando los diferentes contenedores y lo único que he podido hacer es quedarme como un pasmarote sujetando las bolsas de basura. No tengo ni idea de dónde va cada cosa”, comentaba en Weibo, el Twitter chino, un usuario apodado Niguanne. “¿Dónde tengo que tirar la arena con los excrementos de mi gato? La arena debería ir al negro y la caca al marrón”, añadía otro internauta desconcertado.

Las críticas se centran en que, a diferencia de lo que se hace en países donde la clasificación está íntimamente ligada al material –como el papel o el vidrio–, en Shanghái se habla de 'basura húmeda' y 'basura seca'. “Todos los países han adoptado sistemas sencillos de reciclaje. Solo Shanghái lo ha complicado tanto. No sé qué funcionario ha tenido esta brillante idea”, critica Shi Liqin un estudiante de máster en la universidad de Fudan.

El objetivo del Gobierno es que, para el año que viene, el 35% de todos los residuos domésticos sean reciclados. En una megalópolis como Shanghái, que produce en torno a 9 millones de toneladas de basura al año, se trata de una cantidad nada despreciable. Y, a diferencia de lo que ha sucedido en intentos anteriores, esta vez va en serio: las comunidades de vecinos serán multadas hasta 500.000 yuanes (64.000 euros) si no cumplen con la normativa, mientras que los ciudadanos podrán ser castigados con multas de hasta 200 yuanes (25 euros) por cada infracción que cometan.

El programa piloto de Shanghái, el primero de China, certifica un incremento de la conciencia medioambiental en el país que más contamina del mundo. Sigue la estela de la ciudad sureña de Shenzhen, que en abril hizo obligatorio el reciclaje de todos los desechos de gran tamaño –como muebles o electrodomésticos– y pone las bases de un modelo que se irá extendiendo por el país. Pekín espera que, a finales del año que viene, más de cien ciudades hayan adoptado sistemas similares. También sirve para compensar el efecto que ha tenido en las empresas de reciclaje la prohibición de importar basura del extranjero.

Porque el 1 de enero de 2018, China sacudió los cimientos del mundo desarrollado con el veto a la compra de 24 tipos de desechos, incluidos el plástico, el papel, y los textiles. Y a finales del año pasado extendió la prohibición a otras 16 categorías, incluidos los componentes de automóvil y los barcos. Así, la importación de basura en China, que llegó a alcanzar 60 millones de toneladas anuales en su punto culminante, cayó el año pasado un 48%. Y todo apunta a que la partida se hará todavía mucho más pequeña en 2019, porque en julio será ilegal importar desechos de diferentes tipos de cobre, acero y aluminio, y a finales de este año se sumarán 16 categorías de basura más.

Esta coyuntura ha provocado una crisis en los países desarrollados, que ahora buscan destinos alternativos. Un ejemplo muy claro es el de Estados Unidos: en la primera mitad del año pasado, sus exportaciones de basura a China cayeron un 92%; a su vez, las que tenían Tailandia como destino se multiplicaron por 20, mientras que Malasia recibió casi tres veces más desechos estadounidenses y a Vietnam llegó un 46% más. Aun así, ni siquiera esos espectaculares incrementos fueron suficiente para compensar el descenso provocado por la prohibición del gigante asiático.

Además, China puede ser también un ejemplo para otros países asiáticos que comienzan a preocuparse por su medio ambiente. Ha sucedido en Malasia, que en mayo comenzó a rechazar buques llenos de basura plástica. En total, el país devolverá a sus países de origen –sobre todo Estados Unidos, Canadá y Arabia Saudí, pero también a España– hasta 3.000 toneladas de desechos que considera de muy baja calidad o no reciclables.

“Se comercia con la basura con el pretexto del reciclado, pero, en realidad, lo que sucede es que el mundo se deshace de ella en países pobres”, señaló la ministra de Medio Ambiente del país, Yeo Bee Yin. “Los malasios estamos forzados a sufrir la contaminación atmosférica provocada por la quema de plásticos de otros países, la polución de los ríos y los basureros ilegales entre otros problemas”, añadió.

“Si no envían su basura al sudeste asiático, la mandarán a África”, subrayó Yeo en una entrevista concedida al Financial Times en febrero. La ministra malasia es partidaria de una convención internacional que regule este negocio, y cada vez son más los países que están imponiendo restricciones. Vietnam introdujo algunas en mayo del año pasado, aunque fueron temporales, y Tailandia está estudiando una solución que sirva tanto para proteger el medio ambiente como los intereses económicos de las empresas de reciclaje.

No obstante, es evidente que el problema está también en Occidente. “China ha dejado al descubierto la hipocresía de países que se enorgullecen de su liderazgo en el campo del reciclaje, pero que, en realidad, lo que hacen es enviar su basura a otros países. Clasificada, eso sí”, criticó Liu Jianguo, un profesor de la Universidad de Tsinghua especializado en la gestión de residuos. “Los países occidentales deberían buscar una solución para lidiar con su propia basura, sin enviar el problema a otros países”, sentenció en declaraciones a la prensa local. Puede que antes los países en vías de desarrollo estuviesen dispuestos a ponerse en riesgo por el beneficio económico, pero la situación está cambiando rápidamente.

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