La valentía de una mujer frente al poder

La obispa Mariann Edgar Budde pronuncia un sermón durante el Servicio Nacional de Oración en la Catedral Nacional de Washington, en Washington, DC, EE. UU., el 21 de enero de 2025
26 de enero de 2025 12:02 h

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En un tiempo marcado por discursos extremistas y el auge de políticas excluyentes, la intervención de la obispa episcopaliana de Washington, Mariann Edgar Budde, en el oficio en el que participó Donald Trump esta semana destaca como un faro de valentía y compromiso ético. En su doble condición de dirigente religiosa y de mujer, tuvo el coraje de alzar la voz en defensa de los derechos de los niños, de las personas LGTBI, de los inmigrantes y de todos aquellos que diariamente enfrentan el peso de la discriminación y la injusticia. En un escenario donde la proximidad al poder a menudo silencia las voces críticas, su postura firme y compasiva merece no solo nuestro respeto, sino también nuestra profunda admiración.

Esta actitud contrasta de manera dolorosa con la postura de buena parte de los obispos españoles, quienes, plegándose a los principios que abandera la ultraderecha, han mostrado un preocupante déficit de misericordia hacia los colectivos más vulnerables. Y la evidencia más clara la hemos visto también estas últimas semanas con la proliferación de las terapias de conversión para homosexuales implantadas en numerosas diócesis españolas. Lejos de seguir el ejemplo de Cristo, cuya prédica se centraba en el amor y la inclusión, estos “líderes” han optado por reforzar las barreras que perpetúan el sufrimiento de tantos. No puedo evitar preguntarme: ¿dónde quedó el mensaje de esperanza, misericordia y solidaridad que debería ser el corazón de su misión?

Por otro lado, las primeras medidas anunciadas por Trump, marcadas por la exclusión y la regresión en derechos fundamentales, no solo nos deberían llenar de preocupación, sino que también apuntan a un futuro incierto para millones de personas. En un mundo que lucha por avanzar hacia sociedades más inclusivas y justas, el retroceso que representan estas políticas lideradas por Trump y secundadas por sus palmeros retrógrados del resto del mundo como VOX y el PP en España, es verdaderamente alarmante. Igual de alarmante que resulta la respuesta de Trump a la pacífica arenga de la obispa a la que calificó como “una radical de izquierdas de línea dura que ha llevado a su iglesia al mundo de la política con poca elegancia. Su tono era desagradable, y ella ni convincente ni inteligente”. Debemos tomar nota quienes trabajamos por defender los derechos de los más vulnerables, porque estas críticas serán las más suaves que recibiremos de los seguidores de este personaje que compiten por imitar a quien han convertido en referente y oráculo y que también se sientan en nuestros ayuntamientos y parlamentos.

Sin embargo, en medio de esta incertidumbre, las mujeres valientes como la obispa de Washington emergen como símbolos de esperanza. Son ellas quienes, con su liderazgo moral y su capacidad de enfrentar al poder sin doblegarse, están plantando semillas para un mundo mejor. Un mundo donde la compasión y la justicia no sean un privilegio para unos pocos, sino auténticos derechos universales.

Es tiempo de reconocer que el cambio real al que aspiramos, lamentablemente, no parece que pueda llegar desde las alturas del poder, sino de quienes, como esta mujer, se atreven a mirar de frente la injusticia y actúan con valentía. Que su ejemplo inspire a más personas, dentro y fuera de las instituciones religiosas, a defender la dignidad de todos, especialmente de aquellos que más lo necesitan. La esperanza para el mundo, sin duda, está en las mujeres valientes.

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